El 25 de Febrero de 1963 fui ordenado sacerdote. Estoy, por tanto, celebrando mis bodas de oro sacerdotales. La primera pregunta que se me ocurre es: ¿hay algo que celebrar? Creo que no es difícil deducir que si escribo estas líneas es con un sentimiento profundo de acción de gracias a Dios, que por los motivos que solamente Él sabe, ha querido que yo fuera sacerdote.
Por supuesto que el sacerdocio es una vocación, una llamada de Dios. Ya en el Antiguo Testamento encontramos el precioso texto de la vocación de Jeremías: “Antes que te formara en el vientre te conocí, antes de que tú salieses del seno materno te consagré y te designé para profeta de pueblos” (Jer 1,5). En el Nuevo Testamento encontramos la llamada a los Apóstoles: “venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres” (Mt 4,19) y “al pasar Jesús vio a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos y le dijo ‘Sígueme’” (Mt 9,9; Mc 2,14; Lc 5,27-28), o la llamada a Pedro después de la resurrección: “Tú, sígueme” (Jn 21,19 y 22).Es decir, si alguien se siente llamado por Dios al sacerdocio, acepte alegremente esa llamada, de la que los Evangelios, San Pablo y la Iglesia nos dicen supone una especial predilección de Dios. Como Cristo se entregó totalmente al servicio del Reino de Dios, quien está dispuesto a consagrar su vida al servicio del Evangelio, puede renunciar al matrimonio y a la familia. Lo esencial es comprender que lo que Dios quiere es lo mejor para nosotros, pues todo creyente, y muy especialmente el sacerdote, debe buscar qué es lo que Dios espera de él, pues lo que Dios quiere de nosotros es que nos desarrollemos plenamente como personas, pero teniendo en cuenta que nadie se ordena para uno mismo, sino para construir el Pueblo de Dios, para ser de verdad canales por los que Dios hace llegar su amor al mundo. Y es que apostar la vida por Cristo, vale la pena. Por ello la razón fundamental de nuestro sacerdocio está en la donación y entrega de sí mismo, en el amor. Una de las cosas más tristes que hay son los sacerdotes o personas consagradas que no se han atrevido a dar el paso de una plena entrega a Cristo, conformándose con las medias tintas o mediocridades. Tal vez no pasemos de allí, pero desde luego toda persona, y en especial los sacerdotes, debemos tener la inquietud de no conformarnos en ser como somos, sino aspirar a ser mejores.
A una persona que vea que su vocación es el sacerdocio, hay que pedirla que tenga espíritu de oración y de sacrificio, profunda alegría y sentido del humor, así como el convencimiento de que vale la pena apostar la vida por la causa de Cristo.
Dios nos quiere “desde antes de la creación del mundo” (Ef 1,4), y en una de las oraciones centrales de la Misa, en el canon IV, leemos de Dios “tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca”. La pregunta que nos tenemos que hacer es si a nuestra vez buscamos a Dios, si intentamos relacionarnos con Él, especialmente en la Santa Misa y en el rezo del Breviario. Todos los días dediquemos un rato a rezar. Busquemos tiempo y lugar para ello. Eso es la oración, la relación de amor con Dios, la Virgen o los santos.
En este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos recuerda el valor de la oración, el ayuno o el sacrificio y la limosna. Pienso que nos hemos olvidado un poco demasiado de la importancia del sacrificio en cualquier vida espiritual, y que tenemos que volver a él, incluso desde un punto de vista meramente humano, cuando tanta gente te reconoce que su gran fallo es la falta de fuerza de voluntad, es decir su incapacidad de sacrificarse. Pero no debemos tampoco pasarnos en el pesimismo, porque datos como se aportan en Google, bajo el epígrafe “estas son las cifras de la odiada Iglesia Católica”, nos recuerdan la ingente labor social de la Iglesia, especialmente de sus personas consagradas, pero sin olvidar a los voluntarios. En este punto recordemos que el valor de nuestro sacerdocio depende sobre todo de la capacidad de amar sinceramente, y de amar de forma especial a los que nadie ama.
Sobre la alegría y sentido del humor, recordemos que evangelio significa y es buena noticia, que tenemos esperanza, que creemos en el sentido de la vida y que en multitud de ocasiones el Nuevo Testamento nos habla de alegría. Cito a San Pablo: “Estad siempre alegres” (1 Tes 5,16) y “Estad alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres” (Fil 4,4).
Resumiendo: estoy encantado de ser sacerdote, y doy gracias a Dios por ello.
Pedro Trevijano