Clemens Mathieu, músico en paro, llega a un internado francés, un centro de reeducación de menores, para hacerse cargo de la disciplina del colegio. En poco meses, este nuevo vigilante transformará el ambiente del internado, y sobre todo a los adolescentes. Es la síntesis de una película que ya ha cumplido nueve años, y pronto será tan mayor como sus protagonistas, “Los niños del coro”. Rachin, incuestionable director del centro, resume en una simple frase su ideario formativo: acción – reacción, es el único modo de mantener la disciplina y conseguir, entre grandes comillas, “la educación de estos adolescentes”.
El principio no surte efecto, más allá de la aparente tranquilidad del internado, de una estabilidad en la que el objetivo es mantener la disciplina. Algo le rechina a Mathieu, y está decidido, gracias a Dios, a romper esa aparente estabilidad, que tras la blanca fachada sólo genera violencia y más violencia. Pone en marcha una pedagogía nueva, que gira en torno a la música, al coro que formarán sus alumnos. «La musique peut changer les gens», o en román paladino, la música puede cambiar a las personas. Y el desarrollo de la película lo confirma.
Este principio pedagógico, acción – reacción, parece ya desterrado de nuestras escuelas y colegios. La violencia y el castigo ante la menor falta de disciplina en las aulas, o en los pasillos, no es el estilo actual. Y ahí creo que hemos avanzado. El niño, el adolescente, responde a motivaciones positivas, aunque a veces hay que echar mano, con prudencia y equilibrio, de cierta mano dura.
Sin embargo, este principio básico de la física, acción – reacción, sigue demasiado presente en nuestra sociedad. No tiene la capa de una respuesta de castigo y violencia física, al menos en la mayoría de los casos. Es un principio más elaborado, más fino, más cibernauta, más cercano a nuestro mundo tecnológico. Lo podemos identificar con la recepción y envío de correos electrónicos. Recibo, respondo. Me dicen, les digo. Me mandan, les mando. Y terminamos siendo un elemento físico más de la naturaleza física que nos rodean. Acción – reacción.
¿Dónde queda la meta-física del hombre, aquello que está más allá de lo físico? En este internado de reeducación, una cosa rompe la encalada estabilidad: la música. La belleza de la música, del trabajo hecho conjuntamente, después de horas de enseyo, de pulir y de ir escalando la cumbre de la felicidad. Esta transformación por la música aparece, casi igual, en otras películas antiguas y modernas. “Prefiero el paraíso”, donde san Felipe Neri, en la Roma del siglo XVI recoge y educa a los niños de la calle y les hace gustar la belleza del canto. O “siguiendo mi camino”, donde el P. O´Malley revoluciona a los adolescentes de la parroquia a la que le acaba de destinar su obispo.
En estos días es noticia un alemán desestabilizador de este sistema mundial donde abunda el principio acción – reacción. Un hombre inteligente, metódico, disciplinado, pero con un sentido metafísico, con unas reacciones metafísicas, más allá de lo físico pero respetando sumamente las leyes físicas, científicas, racionales y razonables. Un anciano que, casualmente, también disfruta y descansa con la música. Y tanto es así que tenía que llevar su piano a los muros del Vaticano, y ha puesto retos a orquestas e intérpretes de música clásica.
No pretendo divinizar la música, ni reducir la grandeza de Benedicto XVI a su amor y aprecio por la música; sería quedarse muy en la superficie. Pero es significativo que, en medio de su disciplina y trabajo, deja un gran espacio a lo que hay más allá del sistema social acción – reacción. Hay una belleza, una trascendencia, una grandeza, incluso detrás de la respuesta a situaciones sociales, eclesiales, políticas. Resultados semejantes brotan del reto del deporte, de la belleza de la naturaleza, de escalar una cumbre o contemplar los valles desde la cima de un monte. O cultivando la belleza de la pintura, de la escultura, de la orfebrería, del cultivo de jardines y plantas.
Más allá de la ley física de la acción – reacción hay una persona que ha actuado, que me ha dicho, que sufre, que ama, que llora. Es la trascendencia del hombre que provoca el cambio, que desestabiliza, gracias a Dios, el frío y forzado equilibrio de las leyes físicas.
Rachin, el director del internado en la película de “Los niños del coro”, recrimina al nuevo e ingenuo vigilante Mathieu: "Eres un músico fracasado". Pero como músico, como meta-físico, transformó el mundo inmediato que tenía en torno, provocó una pequeña revolución en el mundo que podía cambiar.