Con la imposición de la ceniza, iniciamos la semana pasada los cristianos el tiempo de Cuaresma: Tiempo de renovación interior, de regeneración espiritual, camino de vuelta a Dios para centrar nuestra vida y nuestra mirada en Él, por encima de todo: sólo Él es necesario; cuarenta días para, con la mirada puesta en Jesucristo, crucificado y que vive, proseguir nuestro camino hacia Él y tras Él, sin retirarnos, por las sendas de la penitencia, la oración, la escucha y meditación de la Palabra de Dios, la renovación moral, la conversión, el afianzamiento y consolidación de la fe inseparable de la caridad operante.
¡Cuánto bien nos haríamos a nosotros mismos los cristianos y haríamos a los demás, a la sociedad entera, si escuchásemos el mensaje que para esta Cuaresma nos ha dirigido Benedicto XVI! Cambiarían mucho las cosas si acogiésemos y pusiésemos en práctica lo que él nos dice con tanta sencillez y verdad. Se tiene la sensación de que la corrupción lo invade todo, y que la adoración del becerro de oro tiene cada día más adoradores. Gracias a Dios la corrupción no lo invade todo porque hay más fuerza moral de lo que parece, gracias a Él y por esa fuerza moral real que Él mismo infunde y mantiene; no vencerán aquellos que, sin moral o sin importarles mucho la moral ni el bien ni el hombre, tratan de alcanzar ciertas cotas de éxito o de un pretendido desarrollo o «solución» a problemas, a costa de lo que sea sin importar demasiado el desorden moral que acarrea; y, gracias a Dios también, los adoradores del becerro de oro, sean los que sean, no tienen ningún futuro.
Lo cierto es que se ha perdido sensibilidad moral y que existe y se extiende una especie de adormecimiento moral, un no saber discernir ya qué es moralmente bueno y qué es moralmente malo. Ante la situación que estamos viviendo, no olvido el documento clarividente «La verdad os hará libres» de los obispos españoles, en 1991, motivado por ciertos hechos sin duda preocupantes, y por la atmósfera que los envolvía, más preocupante aún. Se percibía, entonces como ahora, un cierto adormecimiento de la conciencia moral. La Conferencia Episcopal, tras madura reflexión y prolongado estudio, de meses, en continuidad con el abundante magisterio episcopal, en fidelidad al magisterio eclesial, con originalidad y valentía, alumbró su Instrucción Pastoral «La verdad os hará libres», de la que, entonces y ahora, nos congratulamos.
En este importante documento, que bien iría para meditar y volver a enseñar en esta Cuaresma, podemos leer cosas que parecen dichas hoy y para hoy, como éstas que transcribo a continuación: «Proponer las exigencias morales de la vida nueva en Cristo, exigencias postuladas por el Evangelio, es un elemento irrenunciable de la misión evangelizadora» de la Iglesia «particularmente urgente en las actuales circunstancias de nuestra sociedad. En los últimos tiempos, en efecto, se ha producido una profunda crisis de la conciencia y vida moral de la sociedad española que se refleja también en la comunidad católica. Esta crisis está afectando no sólo a las costumbres, sino también a los criterios y principios inspiradores de la conducta moral y, así, ha hecho vacilar la vigencia de los valores fundamentales éticos» (n.1). La Iglesia tiene en estas circunstancias una misión urgente: colaborar en la revitalización moral de nuestra sociedad. Para ello los católicos deben proponer la moral cristiana en todas sus exigencias y originalidad».
Esto era lo que les movía a ofrecer a los católicos y a todos algunas «consideraciones sobre la conciencia moral ante la situación moral» de la sociedad (n. 2). Los obispos ofrecían tal colaboración con humildad, confianza, y la firme convicción de la fe de la Iglesia que es siempre un «sí» al hombre. Por eso afirmaban: «Tenemos unas certezas de las que vivimos y se las ofrecemos a todos... La Iglesia y los cristianos no tenemos más palabras que ésta: Jesucristo, camino, verdad y vida (cf. 14, 5), pero ésta no la podemos olvidar, no la dejaremos morir» (n.3). Hay que hablar claro: el desarme moral lo han favorecido muchos intereses y también poderes que han presionado directa o indirectamente la sociedad española para liberar al español de toda preocupación ética y hacer de él un «liberado», un agente dinámico y agresivo en lo económico como valor supremo y un hombre con una libertad casi omnímoda en su actuar. Se ha renunciado al suelo donde hacer pie para poder remontar nuestra caída humana, y, así, se ha pretendido echar a Dios a empujones del centro de la vida de los hombres hacia sus márgenes. Nada queda sobre lo que asentar la vida del hombre, salvo esa Realidad única que se ha pretendido expulsar. Por eso los cristianos en estos momentos hemos de estar en primera fila, sin escondernos, y ofrecer lo que tenemos, la gran riqueza que hemos recibido y es para todos, en la que podemos fundamentar y asentar la vida del hombre y, por tanto, de la sociedad.
En el estado de cosas en el que nos encontramos, preocupa el repliegue de los cristianos y sus comunidades. En el desplome de los fundamentos de la vida humana los cristianos deberíamos dar, públicamente y con audacia, además, con firme y alegre convicción, de que sólo Dios puede salvarnos y que Dios nos ofrece su salvación en la existencia histórica, muerte y resurrección de Jesucristo. Los cristianos y las comunidades cristianas no podemos dejar de anunciar el Evangelio a todos. Es necesario que al hombre de hoy, enredado en tantas y tales contradicciones de las que no puede salir por sí mismo, le salga al encuentro Dios mismo con su ofrecimiento de una vida nueva y la resurrección. A esto también nos invita la Cuaresma de este año, en la que, además, habría que intensificar la oración por España.
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