“Hagan su opción, en toda libertad, según su conciencia cristiana rectamente formada”: así de clara era la invitación que, el 28 de noviembre de 1978, pocos días antes de la ratificación de la vigente Constitución Española, hacía a los católicos españoles el cardenal Primado de España y Arzobispo de Toledo, don Marcelo González Martín. Su Instrucción pastoral ante el referendum sobre la Constitución comenzaba así: “El momento en que los ciudadanos españoles han de dar su voto sobre la nueva Constitución está próximo. Los católicos saben que este momento compromete gravemente su responsabilidad ante Dios”.

Nadie, absolutamente nadie podrá decir que don Marcelo no escribía, no hablaba, con meridiana claridad, con responsabilidad ante Dios y en plena coherencia con su conciencia cristiana “rectamente formada”. Nadie medianamente sensato podrá dejar de advertir la impresionante clarividencia profética de don Marcelo, que brilla, con el inigualable resplandor de la verdad, en cada página de este libro, Don Marcelo, navegante y sembrador (Homo Legens), que su fidelísimo y leal secretario particular, durante 43 años, don Santiago Calvo, acaba de publicar.

Se trata, por ahora, del primer volumen, que constituye ya, por sí mismo, el libro definitivo sobre don Marcelo, y decir “don Marcelo” es más que suficiente. Coautores del libro son los sacerdotes don José Luis Galán y don Alberto José González, estrecho colaborador el primero de Santiago Calvo en el impresionante archivo personal que don Marcelo cedió a la catedral de Toledo -más de 60.000 documentos y fotografías-, y que don Santiago dirige, y primer biógrafo de don Marcelo el segundo, buscadores incansables los tres de la Verdad en la vida y obra de aquel magistral predicador y comunicador, de aquel gigante espiritual que don Marcelo fue.

Se ha hecho esperar este libro, pero aquí está, con la fuerza incomparable y la autoridad incontrovertible que tienen los testimonios de primera mano. Era un servicio que el autor soñaba poder realizar, y su sueño, por fin, se ha cumplido hasta el punto de que hoy se puede asegurar que la imponente figura eclesial de don Marcelo no estaría reconocida como se merece sin este testimonio personal, único, de don Santiago; un testimonio tan ineludiblemente agradecido, como sinceramente de agradecer. Estamos, pues, ante un libro imprescindible para quien quiera conocer de verdad, a fondo y en detalle, la historia de nuestra España y de nuestra Iglesia durante el siglo XX y para quien desee saborear no poco de lo mucho que la prudencia y el sentido de responsabilidad de don Marcelo silenció.

En un sugestivo prólogo, el actual arzobispo de Toledo y sucesor de don Marcelo, monseñor Francisco Cerro, explica el “valor excepcional” de estas páginas porque su autor fue, “además de testigo, confidente”; en efecto, un lealísimo y singular confidente, al que don Marcelo, “la persona que, según Benedicto XVI, mejor ha interpretado y aplicado el Concilio Vaticano II”, le enseñó que “lo interesante no puedo contarlo y lo que puedo contar, no interesa”.

Si los avisos morales que don Marcelo regaló a manos llenas, reiteradamente, durante su añorado pontificado, “opportune et importune” como dice el Evangelio, hubieran sido debidamente atendidos, hoy no estaríamos como estamos en España, y no sólo en España. Desde la reciedumbre de su fe, desde la plenitud de su lucidísimo discernimiento cristiano, desde la responsabilidad de su magisterio, don Marcelo habló, escribió, enseñó sin descanso, y otro gallo nos cantara si hubiéramos sido capaces de escucharle, sin hipócritas excusas ni infumables, intolerables y sectarias censuras. Bastan unas cuantas palabras clave para entenderlo: vida y muerte (aborto, eutanasia, suicidio, natalidad), familias rotas, educación, paro, desempleo joven, relativismo moral, vocaciones, corrupción… la lista podría ser interminable, pero basten estos principios irrenunciables -años después, el Papa Ratzinger diría “no negociables”-. Yo se lo oí decir, una tarde, en una charla que dio en la madrileña parroquia de los Dolores: “Hay principios de vida", dijo, "ante cuya anulación o menosprecio no se puede menos de ser intransigente”. Y la gente estalló en aplausos.

En aquella instrucción pastoral ante la nueva constitución española, instrucción que hoy está de más actualidad todavía que entonces, aunque no entraba en cuestiones estrictamente políticas, hacía notar, “bajo mi exclusiva responsabilidad”, que ni la libertad de enseñanza quedaba garantizada, ni los valores morales de la familia quedaban suficientemente tutelados, ni era de recibo el desprecio a la ley natural. Tan suicida desprecio nunca, ni entonces ni ahora, es, ni puede ser de recibo. Ahora, como entonces, aunque quizás ahora todavía más, no faltan insustanciales que se rasgaron y se siguen rasgando hipócritamente las vestiduras (stultorum infinitus est numerus).

Le dolía la omisión real, en aquel texto, de toda referencia a Dios “en una nación de bautizados”, y denunciaba ambigüedades que, en manos de sucesivos poderes, podían constituir un "salvoconducto para agresiones legalizadas contra derechos inalienables”. A la vista de la que hoy está cayendo en nuestra España, no cabe imaginar mayor ni más previsora clarividencia. Otra cosa que aprendí de don Marcelo, y jamás se me ha olvidado, y hoy más que nunca está de abrumadora y rampante actualidad, es que, en democracia, las leyes las hacen los parlamentos y los jueces son los que las aplican. No al revés, porque, si no, no hay democracia , sino otras cosas miserables… Se podrá decir más alto, pero más claro, no.

Era una auténtica gozada escuchar de labios de don Marcelo éstas y tantas otras enseñanzas y en este libro puede comprobarlo gozosamente quien tenga el buen sentido y la suerte y el placer de leerlo. Era una auténtica gozada oírle hablar de la ley natural, como aquella radiante mañana, en la Plaza de San Pedro, en mis años de corresponsal en Roma, cuando unos cuantos insensatos clérigos creían más en el cerrado nacionalismo cateto, cerril y cegato que en la universalidad de la fe católica.

No se pierdan esta biografía, que edita Homo Legens, muy bien escrita, llena de anécdotas sabrosísimas y de nombres y apellidos. Si se la pierden, peor para ustedes. Y, para el segundo tomo, queda todo su impresionante pontificado en Toledo: nuncios, ministros y ministrillos, divorcio, aborto, Tarancón, un cónclave sobre el que alguien no guardó el secreto debido, unos ejercicios espirituales romanos que le propusieron dirigir y no dirigió, un viaje con Sor Lucía de Fátima a Lourdes, una pastoral sublime sobre el seminario y una vida llena de fe, esperanza, caridad, interioridad, inteligencia, respeto, amor a la Iglesia y al Papa, amor a España, como buen castellano de pro hasta la muerte. como un “amigo fuerte de Dios”.

En fin, he aquí un justo, merecido e insuperable servicio a la Verdad y una auténtica gozada editorial y eclesial, ya les digo...