Como era de esperar, apenas Benedicto XVI anunció su renuncia a la silla de San Pedro, se desataron toda clase de quinielas sobre el posible sucesor. Nada más natural y lógico, porque la figura del papa, más allá de lo muchísimo que representa para los católicos, es demasiado relevante a escala mundial para que no suscitar una catarata de expectativas. Ha sido siempre así y lo seguirá siendo en el futuro. Pero como decía Messori estos días atrás en estas mismas páginas, los expertos en temas pontificios, o sea, los llamados vaticanistas, nunca han acertado en el nombre del sucesor del papa anterior.
¿Quién podía imaginarse, en su día, que un cardenal de segunda fila llegado del frío, iba a ser elegido papa, por añadidura un gran papa, rompiendo con la larga tradición de los papas italianos? Es un ejemplo bien elocuente de las sorpresas que puede deparar un cónclave, inspirado por el Espíritu Santo.
Se dice, además, que los cardenales que entran en la capilla Sixtina papables, salen tras la fumata blanca, igual que entraron. Podrían citarse muchos casos en la historia reciente de la Iglesia. Quizás el más notorio y próximo fue el del cardenal Martini, jesuita, personalidad insigne, faro de la Iglesia, que ocupaba la silla milanesa de San Ambrosio, una de las más importantes de la Iglesia. Seguramente hubiese sido un gran papa. Condiciones de todo tipo tenía para ello, pero seguramente no era su tiempo. El Espíritu Santo tiene sus razones para soplar en esta o la otra dirección. Razones que la razón humana no alcanzan.
Aunque no siempre se ha cumplido el dicho que acabo de referir. Existen excepciones. Por ejemplo la de Pío XII. Al morir el papa Ratti, Pío XI, el papa de la Acción Católica, todo el mundo dio por hecho que el cónclave consiguiente elegiría sumo pontífice al cardenal Pacelli hasta entonces secretario de Estado y mano derecha del papa fallecido. Y así fue.
De todos modos personalmente tengo la corazonada que en esta ocasión el viento del Espíritu va a soplar en dirección a la otra orilla del charco. Corazonada que tiene las mismas probabilidades de acertar que en la primitiva, sobre todo cuando no juego nunca y además que no se siquiera como se juega. Si los que conocen al dedillo los entresijos de los vericuetos vaticanos no dan una el clavo, como se puede esperar que acierte un plumilla lego, fuera de circulación, autoexiliado en un rincón de la sierra de Madrid, como dicen mis amigos, sin más conexión con el exterior que el teléfono, el correo electrónico y la maravilla de Internet, que me trae a cada instante, la actualidad del mundo mundial a la mesa de trabajo. Pero como tengo genes baturros, insisto en mi teoría: ha llegado la hora de América para hacerse cargo de la barca del pescador. ¿América del Norte, del Centro o del Sur? Pienso en el Norte. Hay mucho peso pesado en esa zona, con gran recorrido teológico y pastoral, aunque no tenga que ser necesariamente de USA, no sea cosa que le de el patatús final a Chavez. También existen cardenales extraordinarios en Australia, Asia y África, aunque creo que no les ha llegado todavía su hora. Finalmente, el tremendo y sostenido ataque laicista y masónico que está sufriendo la Iglesia, y con ella sus fieles, tal vez condicione decisivamente la elección. Bueno, es una simple y humildísima elucubración.