Con la sencillez y la transparencia de quien sabe como el apóstol, de Quién se ha fiado, Benedicto XVI ha vuelto a romper los cálculos y los esquemas. El Papa que no ha temido dirigirse a las plateas más selectas del mundo secularizado y que se ha medido con las preguntas más oscuras del hombre contemporáneo, ha confesado con una sencillez que desarma no tener ya las fuerzas necesarias para ejercer adecuadamente el ministerio de sucesor de San Pedro.
La intervención del Papa ante los cardenales es concreta, transparente y directa. No elucubra, señala que en este momento dramático del mundo y de la Iglesia se requiere al frente de la barca un timonel vigoroso para guiar el rumbo y para anunciar el Evangelio. Es un juicio histórico concreto del que el Papa Ratzinger ha sacado hasta la última consecuencia: es preciso buscar a un hombre que reúna las fuerzas necesarias para esta misión.
Es muy posible que haya pensado ahorrar de esta manera a la Iglesia un periodo de indeterminada duración, en el que la mengua de facultades del pontífice pudiera ir ligada a un bloqueo de las energías tan necesarias para la renovación eclesial y para la nueva evangelización, asuntos a los que ha dedicado en estos años su prodigiosa inteligencia, pero más aún, hasta la última fibra de su ser.
El viernes pasado, en una reunión de familia con sus seminaristas de Roma, Benedicto XVI hablaba sin papeles de la Iglesia a la que ha amado y servido hasta la extenuación. De esa Iglesia que a veces parece un árbol moribundo debido a los pecados de sus miembros, a la falta de fe y a la hostilidad del entorno. Y sin embargo el Papa advertía a los futuros sacerdotes de la Ciudad Eterna que no se dejen impresionar porque la Iglesia está siempre naciendo de nuevo, porque hay una mano grande y poderosa que la guía a través de las debilidades de sus miembros y a despecho de las amenazas de sus enemigos. La Iglesia es el árbol de Dios, dijo con una de esas imágenes poderosas que sólo él sabe cincelar, un árbol que lleva consigo la simiente de la vida eterna. Gracias por estos años, Santidad.
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