Como la tierra reseca necesita el agua para que en ella brote la vida, así también nuestra sociedad necesita un rearme moral para que sobreviva, avance con el verdadero progreso y dé frutos abundantes de una vida nueva, de una humanidad nueva y crecida en verdadera humanidad. Acontecimientos últimos han hecho saltar las alarmas. Aturde la vorágine de informaciones sobre presuntos casos de corrupción. Son muchos los que se sienten desalentados ante esta situación, verdadero escándalo ante el que no se puede estar como un simple espectador, porque son cuestiones que afectan a todos y, que, por lo demás, delatan un fondo del que está emergiendo un riesgo creciente para el futuro. El tema de los presuntos casos de corrupción apunta, a mí entender, a algo más amplio que nos está pasando, no sólo de tipo económico con ribetes políticos.
Durante bastantes años se ha ido muy lejos. Y no simplemente por los asuntos que estos días están sacando los medios informativos, sino, más bien, por esa situación de deterioro moral que estamos padeciendo, del que esos presuntos escándalos son la punta de iceberg. Con ser importantes y graves algunos casos a los que se alude, hay hechos que son seguramente mucho más graves desde el punto de vista desde la desmoralización y corrupción de nuestra sociedad. Y, a veces, sobre esos hechos –no presuntos– sino reales, no existe la suficiente ni la exigible sensibilidad y denuncia (signo de tal desplome moral).
Me llama mucho la atención, y en principio me alegra, que estos días se esté hablando tanto de ética, en los partidos políticos, en la administración pública, en los negocios,... Esto es bueno y saludable, es verdad. Estoy plenamente convencido que hay que introducir códigos morales en la cosa pública, en estas realidades mencionadas, que, de suyo, por su relevante papel social, deberían ser ejemplares y ejemplarizantes. La gente espera ese ejemplo, y confía, pero se está dejando de confiar, parece que está cundiendo ya la peligrosa idea de que todo está corrompido, que todo da igual o que se diferencian poco unos, otros y los de más allá. Sin duda, hay que abordar seriamente, con honestidad y sin descanso, el grave problema de la corrupción, que está envenenando y poniendo en grave peligro nuestro orden político y social, de imprevisibles consecuencias de futuro, nada halagüeñas. El problema es hondo. Estamos ante un desfonde o desplome moral que no se arregla con pactos políticos; porque la moral no es cuestión de pactos, ni se puede reducir a ellos, como tampoco el bien y el mal está reducido a consensos. La cuestión moral es una cuestión previa a la política, y ésta debe sustentarse en aquélla, Nos encontramos ante una cuestión de regeneración de la conciencia moral: es cuestión de rearme moral, en todos los sentidos y en todos los ámbitos.
Estos días estoy acordándome mucho de aquel gran documento, verdaderamente profético y de largo alcance, de nuestra Conferencia Episcopal Española, en el inicio de la década de los 90: «La verdad os hará libres». La lucidez del análisis, la interpretación que se hacía desde la fe y la razón de aquella situación, las propuestas serenas, válidas y valientes, de futuro ante el diagnóstico de las patologías existentes con sus etiologías, son hoy de una valor total para nuestro momento y de una rabiosa actualidad. Se criticó mucho, es cierto, aquel documento pero nadie pudo desmentirlo: la realidad era la que era, y la enfermedad era la que era con su localización y con su etiología precisa que no se podía negar. Aquel documento tenía razón, por ejemplo, (parece de hoy), cuando afirmaba al comienzo del mismo: «Vivimos un clima que favorece una tolerancia y una permisividad totales. En realidad, casi todo se considera indiferente. El único valor real es la conveniencia y el bienestar individual.... Ningún otro valor, se piensa, puede ser antepuesto a este bienestar, a la abundancia, al placer, al éxito como estado normal e inmediato. En consecuencia, se fomenta la relativización, la indiferencia, la permisividad absoluta». Esta es, sin duda, la corrupción más grave. «De aquellos lodos...», que siguen aún hoy, tenemos lo que tenemos en estos momentos.
Abundan demasiados campos en los que parece que la moral no cuenta. Existe una tupida red o tejido social, una atmósfera social y cultural contaminada, cuyo envolvente es el relativismo y la falta de una verdadera e integral visión del hombres, de la que está ausente por completo la realidad de Dios. Esto se traduce en un ambiente que nos domina, en el que, como decía la semana pasada aquí mismo, no se sabe ya lo que es bueno y lo que es malo. Hay que convencerse, de una vez por todas, que sin una moral, sólidamente fundada y compartida, la humanidad no puede subsistir, no tiene ningún futuro. Es necesario, urgentísimo, un rearme moral.
¿Y los cristianos, qué? Los cristianos no pueden cruzarse de brazos. Han de avivar, aportar y transmitir su fe, dar testimonio claro de una humanidad nueva. Los cristianos han de tener sentido de responsabilidad, cumplir con su deber, el propio de la fe. Y, al menos, orar por España. Poner a todas las comunidades a rezar — no sólo las contemplativas y algunas otras comunidades religiosas–, sino las parroquias, las familias, las casas de formación, los movimientos apostólicos, las escuelas católicas, los hogares de ancianos, ..., todos. Si no lo hacemos es que nuestra fe está débil, es que no confiamos en Dios. Orar para que Dios nos conceda el rearme moral, para que nos conceda el don de la tan necesaria y apremiante conversión que todos necesitamos, más aún en el umbral de la Cuaresma, tiempo de conversión, que iniciaremos la semana próxima con la imposición de la ceniza.
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