En el Auditorio del Ayuntamiento de Logroño, se ha celebrado con gran éxito de público, más de setecientas personas y eso que cobraban a 15 euros la entrada, un Foro de Espiritualidad, patrocinado por la Universidad Popular y las comunidades de base. Leyendo la propaganda, estaba claro que no era un foro católico, ni siquiera cristiano, puesto que se decía que “las antiguas creencias se nos han quedado obsoletas como guías”. El aspecto positivo es que ello indica que hay una notable inquietud espiritual y el negativo, que mucha gente busca soluciones lejos de Jesucristo y de su Iglesia.
De los ponentes, el más interesante para mí, fue el ex-sacerdote don Enrique Martínez Lozano. Le tomé cuatro páginas de notas, fue muy brillante, y el público le aplaudió mucho, pero cuando leí en mis notas lo que había dicho, no puedo sino expresar mi más profundo desacuerdo, pues muchas de sus afirmaciones son disparatadas. Se nos declaró no creyente, por lo que me encantó que alguien del público, le preguntase sobre lo que pasaba después de la muerte, que para mí es el gran punto débil de los no creyentes y al que me voy a referir en este artículo.
Ante esa pregunta, don Enrique nos dijo que no tenía ni idea de lo que pasaba después de ella, respuesta esperable en un no creyente, aunque nos habló de un caso en la India de alguien que había estado más allá que aquí, pero, añado yo, no llegó a morirse A mí lo que me aterró fue el darme cuenta de que una buena parte del público me pareció que tampoco tenía ni idea de lo que pasaba después de la muerte, cuando desde niños, los que hemos ido a Misa, y pienso que la inmensa mayoría de los que allí estaban, han sido practicantes por lo menos una época de su vida, cuando en el Credo que decimos todos los domingos, está eso de creo “en la resurrección de la carne y en la vida eterna”.
Un cristiano, si no es un ignorante integral de su Religión, sí sabe lo que sucede después de la muerte, porque la Resurrección de Jesucristo es una de las verdades de fe más importantes del Cristianismo y todos los años la conmemoramos, de modo especial el día de la fiesta mayor del año, Pascua de Resurrección, aparte de que en cualquier Misa conmemoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Pero es evidente que podemos preguntarnos: ¿la resurrección de Cristo, tiene algo que ver conmigo? A esto nos contesta San Pablo. “no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza” (1 Tes 4,13). Me gusta mucho esta frase de Paul Ricoeur: “lo específico del cristiano es la esperanza”.
En los cuatro evangelios se nos habla de la Resurrección de Cristo y de sus apariciones a los discípulos después de resucitado. Pero sobre todo San Pablo dedica todo el capítulo de 1 Corintios 15 al tema de la resurrección. Hace pocos días un amigo me decía: “No sé si está bien o está mal lo que voy a decir. Pero si no hay resurrección tengo la impresión que en esta vida he hecho el imbécil”. Le contestamos: “Eso mismo dice San Pablo. Afirma en efecto que Cristo ha resucitado y nosotros en consecuencia también, y que si no ha resucitado, estamos radicalmente equivocados”.
Leemos en 1 Cor 15: “Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado. Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe; más todavía, resultamos unos falsos testigos de Dios” (vv. 1315). Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados” (v. 17). “Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad” (v.19). “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos” (v. 32). “Alguno preguntará: ¿Y cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? (v. 35). “Lo mismo es la resurrección de los muertos: se siembra un cuerpo corruptible, resucita un cuerpo incorruptible; se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucita espiritual. Si hay un cuerpo animal, lo hay también espiritual” (vv. 42-44).
En el episodio del Juicio Final (Mt 25, 31-46, se nos narra lo que nos sucederá después de nuestra muerte y la necesidad que tenemos de aprovechar esta vida para hacer el bien y evitar el mal. Seremos juzgados sobre nuestra bondad y misericordia hacia los demás, pero también sobre el mal. Sobre el premio que Dios tiene reservado a los buenos nos dice 1 Cor. 2,9: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman”, es decir, lo que nos espera, si hacemos el bien, es algo muy superior a lo que en nuestros momentos de mayor optimismo podemos pensar o imaginar.
Pedro Trevijano