Somos hijos de nuestro tiempo, del mundo de la tecnología y la imagen, del mundo de la comunicación visual. Y cada día reclamamos más ver claramente, tocar, entender, palpar, y ya después actuaremos. Hay mucha diferencia entre “escuchar” que mi equipo preferido ha conseguido una gran victoria, ver el partido en televisión y estar físicamente en el estadio, ver directamente como mi equipo gana el mundial con una victoria aplastante. Queremos ver, y ese deseo y ese ver están cambiando también el aprecio por la vida naciente.
Muchos estamos preocupados por la resolución judicial sobre el caso Morín. Según dice el juzgado de Barcelona, este empresario abortista (médico que quería “curar la enfermedad" llamada embrión, bebé, vida naciente”) no cometió abortos ilegales. Incluso admitiendo la inocencia legal, de aquí no se deriva un juicio moral aprobatorio de los actos cometidos, de una acción intrínsecamente mala, eliminar una vida humana naciente.
Pero gracias al ver, en una de las cunas del aborto, Estados Unidos, está cambiando la mentalidad. Y siempre es mejor ver las estrellas de la noche que llorar porque no podemos ver el sol. Se va confirmando una tendencia de crecimiento en favor de la vida (ya han superado el 50 %), y cada vez son menos los partidarios del aborto. Hace 3 años eran el 47 % y actualmente el 42 %. Datos que reflejan un cambio de mentalidad.
¿Qué está provocando este cambio? Entre otras cosas, la calidad y detalle con el que se puede ver al embrión en el seno de su madre. Vemos mejor, y por los ojos se nos manifiesta la evidencia de una nueva vida, presente desde el momento de la fecundación del óvulo por el esperma. Los científicos nos dicen, dato de la ciencia, que esa nueva “célula”, que irá desarrollándose a gran velocidad, hay un material genético nuevo, un ser humano nuevo. La explicación la entendemos, pero es más evidente la visión: vemos las reacciones, el movimiento, la vida, los rasgos humanos que se van perfilando. Y nos resulta más evidente que ha empezado una nueva vida.
Es significativo que en muchas “clínicas abortistas” (empresas mejor que clínicas) no está permitido que las pacientes vean las ecografías. Si “ven” podrían cambiar de opinión ante la evidencia, y perderíamos “un cliente”, que no paciente.
Cuando se detallan por edad los datos de las últimas estadísticas, me llama la atención que los que menos apoyan el aborto son los jóvenes. ¿Ingenuidad? Si fueran jóvenes entre 18 y 22 años podría ser. Pero este rango de edad llega hasta los 34 años, época en la que los jóvenes tienen más experiencia de la vida, del trabajo duro para “ganarse el pan con el sudor de la frente”. Aunque sigamos insistiendo en el idealismo soñador de estos jóvenes, en su ingenuidad, es la ingenuidad natural del que ama la vida, como una ley natural, igual que el niño pequeño ama a su padre y a su madre.
Otro dato curioso, que me hace pensar: la mayoría de los que defienden el “derecho a elegir” (es decir, que pueda elegir abortar), se muestran partidarios de que se dé una información global a las madres, y a los padres, de lo que implica ese acto, a nivel físico (para los dos sujetos), hormonal, afectivo y psicológico. Y junto a la información, reclaman también posibles alternativas. Si el aborto es un fracaso, y de palabra todos lo admiten, ¿por qué no ofrecer otras salidas posibles antes de llegar a ese fracaso? ¿O será que ese fracaso interesa económicamente a los “médicos” - empresarios abortistas?