La justicia poética ha hecho coincidir el lanzamiento la semana pasada de la Iniciativa Legislativa Popular Europea “Uno de nosotros” –cuyo objetivo es “conseguir de la UE el compromiso de no consentir ni financiar acciones que impliquen la destrucción de embriones humanos”- con el cuadragésimo aniversario de la sentencia “Roe v. Wade” del Tribunal Supremo de EEUU, que, en combinacíon con "Doe v. Bolton", impuso la legalidad del aborto en cualquier circunstancia en los dos primeros trimestres de embarazo. Fue la señal de partida para una oleada despenalizadora que se extendió rápidamente a casi todo Occidente: Francia (1974), Italia (1978), España (1985), etc.
La evolución de los debates ha sido divergente, sin embargo, en EEUU y Europa. En EEUU, “Roe” suscitó una encendida “guerra cultural” que no ha cesado desde entonces. El movimiento pro-vida americano, pese a enfrentarse al casi insalvable muro legal de “Roe v. Wade” (sólo reversible mediante una nueva decisión del Tribunal Supremo, que hasta ahora no se ha producido), no se ha dado por vencido: sigue congregando a cientos de miles de personas en concentraciones, atrae a los jóvenes, presiona a la clase política… y está ganando la batalla de la opinión pública (aunque los medios de comunicación, como en Europa, son hostiles a él): el porcentaje de personas que se definen como pro-vida en las encuestas subió desde el 33% al 50% entre 1995 y 2012, en tanto que los pro-elección descendían desde el 56% al 41%. Un 45% de las manifestaciones callejeras que tuvieron lugar en EEUU en 2012 estuvieron relacionadas con el aborto (y tres cuartos de ellas eran de signo pro-vida).
Un artículo reciente de la líder abortista Frances Kissling reconocía que el bando pro-elección está viejo, anquilosado en sus argumentos y amenazado por los avances tecnológicos que hacen cada vez más transparente el seno materno.
Europa ofrece un panorama muy diferente. España es una excepción, pues el caso Morín (2006) y la ley Aído (2010) suscitaron una vigorosa movilización popular de respuesta, incomprensiblemente desatendida hasta ahora por el gobierno Rajoy. Pero en muchos países europeos el aborto es un tema cerrado: el movimiento pro-vida casi ha desaparecido; la minoría anti-aborto está resignada a la regulación permisiva.
De ahí la importancia de la iniciativa “Uno de nosotros”. Impulsada por europarlamentarios como Jaime Mayor Oreja o Carlo Casini, busca reabrir el debate sobre el derecho a la vida del no nacido a nivel continental. Aprovecha el resquicio jurídico abierto por la sentencia “Brüstle v. Greenpeace” (2011) del Tribunal Europeo de Justicia, que estableció que, según el Derecho comunitario, no pueden ser patentados métodos biotecnológicos que impliquen la destrucción de embriones humanos. La iniciativa extrae el principio subyacente –el embrión merece protección jurídica- y desarrolla sus consecuencias lógicas: si la UE no quiere incurrir en incongruencia, debe extender el principio de protección del nasciturus a todos los ámbitos en los que tiene competencia: la salud pública, la financiación de la investigación, la cooperación al desarrollo… Se trata de que no puedan ser financiadas con fondos europeos políticas sanitarias que fomenten el aborto, investigaciones científicas y técnicas reproductivas que impliquen la destrucción de embriones, etc.
Los maximalistas se apresurarán a poner pegas: el objetivo es demasiado modesto; ¿por qué no plantear frontalmente la re-penalización del aborto? La respuesta es que la UE no posee competencias en materia penal: la iniciativa aprovecha los flancos competenciales accesibles a las instituciones europeas. De lo que se trata es de relanzar el debate sobre los derechos del no nacido en países donde éste prácticamente se había extinguido. Si se consiguiera la prohibición de financiar experimentos que impliquen la destrucción de embriones, los países que permiten el aborto quedarían enfrentados a la paradoja: ¿protegemos a los embriones frente a los experimentos científicos, y no frente a sus propias madres? ¿Por qué? Si la vida del no nacido es un bien digno de protección, lo es frente a cualquier agente, en cualquier contexto.
Es preciso situar al abortismo frente a sus contradicciones. En Illinois, la mujer embarazada que fuma o se droga puede ser multada. Sin embargo, esa misma mujer puede abortar libremente hasta los seis meses: tiene derecho a matar a su hijo, pero no a dañarlo con sustancias tóxicas. Cada vez se editan más libros sobre la vida prenatal, que permiten a los padres seguir las etapas del embarazo, imaginar qué aspecto tiene su retoño; se venden estetoscopios para oír el corazón fetal, etc. Pero ese mismo feto cuyo desarrollo merece tanta atención puede ser aniquilado en virtud de un cambio de humor de su progenitora que arroje sobre él el estigma de “no deseado”. Y hay cirujanos especializados en intervenciones intrauterinas, como Joseph Bruner, que, o bien operan al feto de espina bífida, o lo matan, según elija la madre. Si se consigue prohibir la financiación de las investigaciones que destruyen embriones, el abortismo habrá sido atrapado en una contradicción más. De esas que repugnan a la inteligencia.
Para prosperar, “Uno de nosotros” necesita conseguir un total de un millón de firmas, con porcentajes por países en función de su población. Las organizaciones pro-vida de diversas naciones tendrán que cooperar. En Bruselas preocupa el déficit democrático de las instituciones comunitarias, y la escasa identificación emocional de los europeos con ellas: falta una “conciencia nacional” europea. “Uno de nosotros” puede paliar ese déficit, y generar conciencia europea, con la causa más noble de nuestro tiempo. La presentaremos en Sevilla el 4 de febrero, a las 19.30, en la Fundación Valentín de Madariaga (antiguo consulado de EEUU, frente a Parque de María Luisa).
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