Mentiras y verdades se cruzan constantemente en nuestras vidas y elegir unas u otras configurarán nuestra calidad humana. Eso nos cuenta la historia atribuida a Esopo: El pastor mentiroso, también conocida como el cuento de Pedro y el lobo (no confundir con la composición homónima de Prokófiev, que tiene otro argumento). En la historia de Esopo, Pedro es un pastor que, aburrido por la rutinaria vida de pastor solitario en la montaña, decide divertirse a costa de sus vecinos, alarmándoles con la noticia de la llegada del lobo y riéndose de ellos cuando se descubre el engaño. Así lo repite, una y otra vez, abusando de la confianza y buena voluntad de sus paisanos, hasta que finalmente llega el lobo, esta vez de verdad, y nadie acude a la llamada, porque nadie cree a un mentiroso.
Pedro, el pastor mentiroso, al engañar repetidamente se convierte en mentira. ¿Qué significa eso? Para Pedro, significa que ya no es capaz de dejar de mentir, y para los demás que ya no son capaces de creerle.
Lo peor de esta historia es cómo la mentira empieza siendo la obra de un hombre y acaba metiéndose dentro de él. Empieza siendo un hombre que miente y acaba siendo un mentiroso. La virtud construye al virtuoso, el vicio al vicioso. Sentencias antiguas que hoy son difíciles de pronunciar.
Cambiando el argumento de la diversión por el de mantener el poder podemos aplicar este cuento a la política contemporánea.
Los lobos son esas verdades dolorosas e implacables que debe enfrentar un gobernante: el paro, la pobreza, las divisiones, la corrupción, la delincuencia, la guerra, la tiranía… Las mentiras son esas llamadas de auxilio para atraer a los vecinos, para conseguir sus votos, su apoyo, su confianza... pero que no son sinceras.
Pedro, el político mentiroso, ya no es el político que miente, no es el que no pudo mantener su promesa, no es el que tuvo que cambiar un plan comprometido… es, simplemente, un mentiroso que no sabe decir la verdad y al que nadie sensato da crédito.
Y vino el lobo y se comió a las ovejas (para ellas el cuento no acaba muy bien), entonces Pedro, el del cuento, se arrepintió y no volvió a mentir. Aquí el cuento fantasea un poco, porque eso no es tan fácil, pero mantengamos la esperanza.
Esta enseñanza es aplicable a todo tipo de pastores: políticos, religiosos, empresariales…
Miguel Ángel Martínez es escritor, editor en Ediciones Trébedes (donde mantiene un blog de Literatura Cristiana) y colaborador de Escritores.red.