A nadie ha pasado inadvertido el pasaje del Mensaje Urbi et Orbi en el que Benedicto XVI ha pedido que "que el Rey de la Paz dirija su mirada a los nuevos dirigentes de la República Popular China en el alto cometido que les espera", para añadir a continuación que su deseo de que valoren "la contribución de las religiones, respetando a cada una de ellas, de modo que puedan contribuir a la construcción de una sociedad solidaria, para bien de ese noble pueblo y del mundo entero".
Estas palabras colocadas en un discurso que llega a millones de personas en todo el mundo a través de la televisión, no suponen un mero gesto de cortesía. Con ellas el Papa no sólo reitera su conocida defensa de la libertad religiosa sino que invita a los nuevos dirigentes de Pekín a iniciar un cambio que hasta ahora ha producido una mezcla de temor y ansiedad a las sucesivas generaciones de líderes chinos.
El contexto es tremendamente difícil y se resume en un nombre, el del obispo Taddeo Ma Daqin, ordenado el pasado 7 de julio como auxiliar de la populosa diócesis de Shangai, que fue detenido al día siguiente de su consagración episcopal y permanece aislado en dependencias del seminario de Shesan bajo custodia policial. Su delito fue clamoroso: expresar públicamente su fidelidad al Papa, anunciar su baja en la Asociación de Católicos Patrióticos y rechazar que le impusieran las manos varios obispos excomulgados. Demasiado para las tragaderas de un régimen que oscila entre leves atisbos de cambio y el horror a perder el control de todos los resortes. Un régimen que sabe lo correosos que pueden ser unos católicos probados por años de cruel persecución y que no se decide a dar el paso de reconocer su plena ciudadanía, para que estos contribuyan, como dice el Papa, a la construcción de una sociedad solidaria.
Algunos analistas han señalado que el ensañamiento con Mons. Ma Daqin, al que de forma grotesca se le acaba de "revocar" el mandato episcopal, se explica por el contexto de los meses previos a la elección de la nueva leadership china. El propio cardenal Joseph Zen, martillo del despotismo de Pekín y crítico de algunas aperturas propiciadas por la Secretaría de Estado de la Santa Sede, reconocía recientemente que las medidas contra el obispo Ma Daqin no son imputables a los nuevos dirigentes, y que más bien se trataría de condicionarles ante cualquier cambio de ruta. Habrá que ver hasta qué punto las promesas de respetar la Constitución, proclamadas por el nuevo Secretario General Xi Jinping alcanzan a este agujero negro de la libertad religiosa.
Mientras tanto el pueblo católico sabe lo que está sucediendo y no se deja engañar. Y así, corre de boca en boca, y también a través del papel y de la red, una carta enviada al obispo detenido por un fiel que se protege bajo el seudónimo de Little lamb. La carta escrita con motivo de la Navidad rinde homenaje al testimonio de fe, de esperanza y caridad ofrecido desde su aislamiento por el joven obispo Ma Daqin. En ella se refuta la idea de un catolicismo a la china, separado del vínculo con el apóstol Pedro: "Nuestra fe católica es una, santa, católica y apostólica, ella se manifiesta en su universalidad que incluye la comunión y la unidad con la Santa Sede; la fe católica requiere sólo "Amor", por esto nuestra regla de vida es amar a Dios, amar a la Iglesia, amar a la nación, amar al pueblo e incluso amar a aquellos que nos hieren".
En otro pasaje la carta denuncia que como Jesús, el obispo Ma Dain sufre "sin haber cometido delito alguno", pero explica que vive la restricción de su libertad como una forma de hacer penitencia por nuestra Iglesia en China", y recuerda tantas laceraciones en el cuerpo de la Iglesia a lo largo de su historia y tantos enemigos que han intentado someterla o reducirla a instrumento de sus planes. "Y sin embargo la Iglesia sigue viva hoy bajo la guía del Espíritu Santo".
La carta no deja de dirigirse directamente al nuevo líder Xi Jinping advirtiéndole que a su alrededor pululan los que pretenden impedir sus promesas de respeto a la Constitución, que consagra la libertad religiosa, lo que conduciría a un descrédito mundial a la nación y a sus líderes. No obstante es difícil saber qué piensan los nuevos jefes del Celeste Imperio, encargados de gestionar una compleja herencia. Un informe de la inteligencia norteamericana data en la tercera década de este siglo el sorpasso que colocará a China a la cabeza de la economía mundial, pero también advierte de graves desequilibrios demográficos y regionales, tensiones que hacen especialmente frágil al coloso asiático. En este contexto la libertad religiosa es una variable que los líderes chinos no terminan de descifrar. Benedicto XVI ha querido ayudar explicando que en la ecuación de la nueva china ese factor lo sería de paz, armonía y vertebración social.
En cualquier caso, prefiero concluir este artículo con la Navidad del obispo Ma Daqin, recordando el pasaje en el que el desconocido Little Lamb recuerda que "la cruz es el fundamento y el vértice de nuestra fe, y sólo aquellos que quieren con sinceridad portar la cruz podrán tener fe, esperanza y caridad".
Y como dice el Papa en "La infancia de Jesús", siempre habrá poderes que "no toleran ningún otro reino y desean eliminar al rey sin poder, cuya fuerza misteriosa temen... un reino que no está construido sobre el poder mundano, sino que se funda únicamente en la fe y el amor, y por eso es la gran fuerza de la esperanza en un mundo que tan a menudo parece estar abandonado de la mano de Dios". Así sucede hoy en China, así sucederá hasta el final. Feliz Navidad, obispo Ma Daqin.