Estamos en los comienzos de un nuevo Año y nos encontramos en España con una situación crítica, de verdadera emergencia de cara a su futuro. Muchísimo va a depender de lo que suceda estos días. Lo que digo no es ni retórica ni dramatismo estéril. Es así y no hay que darle vuelta, hora crucial y de emergencia.
¿Qué podemos y debemos hacer los cristianos, la Iglesia, nuestra diócesis? ¿Qué necesita la Iglesia para y en este año nuevo? ¿Qué cabe aconsejar a la Iglesia en los momentos que vivimos en este año que acabamos de comenzar? Estas preguntas le hacía a un señor muy importante de España y me respondía con toda sinceridad y sentido católico de la vida: "Sencillamente, que sea Iglesia y que nos anuncie y testimonie a Jesucristo, en obras y palabras, que es lo que necesitamos los hombres para que nos convirtamos a Él, para construir un mundo nuevo con hombres y mujeres nuevos, con mentalidad nueva, una España nueva, que esto cambiará el mundo y nuestra España". Es verdad lo que este señor muy importante me decía: esto es lo que necesitamos en este nuevo año. Es providencial que Dios haya querido que celebremos el sínodo diocesano en Valencia para hacer -para que Dios haga- de esta diócesis una diócesis evangelizada y evangelizadora.
Haríamos muy bien todos los cristianos valencianos en ahondar, reavivar y fortalecer el conocimiento de Dios, Dios de misericordia, revelado en el rostro humano de Jesucristo, Hijo de Dios vivo. Harían muy bien los catequistas y profesores de Religión en adentrarse en este conocimiento vivo y profundizado, meditado, interiorizado, para avivar su experiencia de Dios y comunicarla en la catequesis o en la enseñanza religiosa. Haríamos muy bien los sacerdotes en interiorizar y afianzar este conocimiento a través del estudio sosegado, de la meditación y de la oración contemplativa, para predicar a Dios con palabras nuevas y vigorosas que brotan de la experiencia acrecida y renovada de Dios misericordioso.
Por mi parte, en medio del silencio de Dios que lacera nuestro mundo y nuestra cultura, mi ministerio en Valencia deseo -y así lo pido- que consista principalmente en hacer resonar públicamente, a tiempo y a destiempo y con todos los medios a mi alcance, la palabra sobre Dios, hablar de Dios, como el solo y único necesario, y pedir que volvamos a Él, exhortar a que centremos toda nuestra vida en Él, porque en Él está la dicha y la salvación que anhelamos. Que Dios me dé fuerzas para no cesar ni cansarme en este anuncio, que me conceda sabiduría y experiencia suya para no hablar de Él con palabras gastadas, sino con palabras vivas y verdaderas, que brotan de la oración, del encuentro con Él, del trato de amistad con Él, que sabemos nos ama. Necesito orar, necesitamos orar, para tratar con Él y así conocerlo más, intimar con Él, tener experiencia cada día y cada instante renovada de Él y de su amor misericordioso.
Al comenzar este año 2020 invito a todos -sacerdotes, personas consagradas, fieles cristianos laicos- a escuchar en lo hondo del alma la llamada de Dios a conocerle mejor para amarle más y responderle con un gozoso "Sí, Padre". Si perdemos el gusto por Dios, si la misma palabra "Dios" significa poco para algunos, si la pregunta "¿Dónde está tu Dios?”, que nos dirige una cultura despojada de la fe y unos acontecimientos que nos llenan de incertidumbre, llega a inquietarnos demasiado ¿no será porque hablamos poco con Dios? ¿Buscas “pruebas" de Dios? Reza con perseverancia. ¿Buscas fortaleza para una vida esperanzada y justa? Ora en lo escondido al Padre. Quien se encuentra de verdad con el Dios vivo se pone en seguida en sus manos por la oración, que surge desde el fondo del alma como un impulso incontenible.
Que el año de gracia que hemos comenzado y la coyuntura concreta que vivimos en España sea un año en el que los fieles cristianos de Valencia y de todas las partes, cualquiera que sea nuestro estado y lugar en la Iglesia, avivemos nuestra vida de oración, para que se renueve y fortalezca nuestra experiencia de Él, para que así hablemos de Dios a un mundo tan necesitado de Él como la tierra reseca está necesitada del agua para que florezca en ella la vida. Nos urge y apremia avivar nuestro conocimiento y experiencia de Dios, Padre misericordioso, fortalecer nuestra fe en Él, acrecentar nuestra vida de oración. Pocas veces mejores para pensar en la oración que al comienzo de un año nuevo, y en estos precisos apremiantes momentos en que se nos abren tantas expectativas, se agolpan tantas necesidades, se ponen ante nosotros tantas inquietudes, sufrimientos, gozos y esperanzas, y nos vemos como impulsados a levantar nuestros ojos a Dios en súplica esperanzada.
Al comenzar el año y en estas circunstancias, de una manera más espontánea, desde todo ello, nos abrimos a la oración. De esta manera confesamos que sin Dios nada podemos hacer, que todas nuestras empresas nos las realiza Él y que nada verdaderamente digno podríamos llevar a cabo si no contamos con su amor y su gracia. Pedimos que todo comience en Él cómo en su fuente y que todo conduzca a Él como a su fin, que todo nos lleve a realizar su designio en favor de los hombres: designio de paz y no de aflicción, designio de amor y de felicidad, designio de luz y de verdad para todo hombre que viene a este mundo. Invocamos su Santo Nombre y le rogamos que nos alcance y colme su copiosa bendición.
Es tiempo de oración. Ni la renovación y fortalecimiento de la Iglesia, ni la renovación y edificación de nuestra España serán posibles si no oramos. Todos debemos orar. Todos necesitamos volver al Señor, encontrarnos con Él, escucharle, tratar con Él, conocerle más y mejor, vivir la experiencia de su amor y de su cercanía, gozar de su gracia. No cesemos de orar. Es preciso, absolutamente necesario, como nos dice Jesús, "orar en todo tiempo y no desfallecer".
Por eso pido encarecidamente -me pongo de rodillas ante todos- que a partir de hoy, y en los días sucesivos mientras no se aclare el futuro incierto que vivimos ahora en España, que en todas las iglesias se ore por España, que se eleven oraciones especiales por España, que en todas las Misas se ore por España, en los conventos de vida contemplativa se ore intensamente por España. La situación urge y apremia. Para Dios nada hay imposible. Oremos con confianza a Dios. Oremos también en los hogares. Oremos con fe profunda y sencilla el Padre Nuestro donde se contiene todo lo que en estos momentos necesitamos.
No me cansaré de recordar y renovar, una y otra vez, mi invitación a orar. Es la invitación más importante que os puedo hacer, el mensaje más esencial, máxime en estos tiempos de secularización y de eclipse de Dios. El olvido de la oración es olvido de Dios; y el olvido de Dios es olvido del hombre. Necesitamos orar para acercarnos al hombre, a todo hombre, a la persona humana y encontrar el bien común, conforme a la voluntad de Dios. Es la oración la garantía de humanización de nuestro mundo, de nuestra España, porque es la garantía de la recuperación de lo humano y del bien común que sólo en Dios encuentra su fundamento y su verdad.
Dijimos los obispos españoles hace años en una instrucción pastoral, Dios es Amor: "Como la caridad es criterio de la autenticidad de la oración, animando a la oración estamos llamando también a una vida de verdadera solidaridad, de comunión en la Iglesia y de comunión con todos, en particular, con los excluidos y necesitados. Porque... la oración nos convierte al Dios de la misericordia. Jesucristo ora por el testimonio de unidad entre los suyos, vital para suscitar la fe: 'Que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea’ (Jn 17, 21) y nos pide que brillen nuestras buenas obras para que el Padre sea glorificado (cf. Mt 5,16)".
Os lo repito: rezad por España. ¡Gracias a todos!