El recientemente celebrado Sínodo es una fuente de fundamentos y una guía para la actuación de la Iglesia, pero también para cada uno de nosotros personalmente. En él se han manifestado las preocupaciones, las esperanzas y la respuesta que la Iglesia se plantea a muchas de las cuestiones que debe afrontar, que es lo mismo que decir que afrontamos en una u otra medida cada uno de nosotros y nuestras familias. En esta ocasión deseo hacer una especial referencia al tema de las congregaciones religiosas, porque es un hecho que preocupa a muchos católicos laicos, que en determinadas ocasiones llega a crear escándalo y que no recibe la atención suficiente por parte de quienes deberían de asumir los hechos: los propios miembros de las congregaciones, sus responsables y, más allá de ellos, las instituciones de gobierno de la propia Iglesia.
Un cardenal indio, Telesphore Placidus Toppo, arzobispo de Ranchi, hizo un llamamiento a las congregaciones religiosas desde la humildad, en el sentido de que vuelvan a ser misioneras. Recordó que en la historia de la Evangelización todas las órdenes, guiadas por el Espíritu Santo, realizaron obras extraordinarias y maravillosas, pero se pregunta: "¿podemos decir lo mismo de las congregaciones religiosas de hoy?". Y añade, "¿es posible que hayan comenzado a trabajar como multinacionales, realizando un trabajo muy bueno y necesario para responder a las necesidades materiales de la humanidad, pero que hayan olvidado que el objetivo principal de su fundación es traer el kerygma, el Evangelio, a un mundo perdido? Y más adelante dice: "pero, en mi opinión, este Sínodo debe dirigirse a los hombres y mujeres religiosos para que se ocupen de forma explícita y directa del trabajo de Evangelización y transmisión de la fe en colaboración con los obispos locales. También desearía exhortar a la Sagrada Congregación para los Institutos de Vida Consagrada para que tome la iniciativa de promover Sensus Eclesiae entre los religiosos".
Un cardenal muy importante, porque es el Prefecto de la Congregación para los Obispos y el presidente del Consejo Pontificio para América Latina, Marc Ouellet, canadiense, hizo observar que "en las relaciones entre jerarquía y vida consagrada han nacido no pocas incomprensiones, una veces por cierta ignorancia de los carismas y de su papel en la misión y comunión eclesial; otras veces por la inclinación de ciertos consagrados a la constatación del magisterio". Esto último es una evidencia en ocasiones dolorosa para nosotros, los laicos, los que vivimos el día a día en la calle, sin la protección de una comunidad, sin el refugio de las paredes de tu propia congregación, porque vemos como estas actitudes y declaraciones dañan la fe de nuestros hijos y dan argumentos a aquellos que nos atacan, a aquellos que buscan presentar a la Iglesia como un conjunto de injusticias y absurdos.
Las congregaciones religiosas son una riqueza, pero muchas de ellas están constituyendo, en parte, un problema. Y lo son para el cristiano de base, si se me permite la expresión, los laicos, los que estamos a pie de calle, porque nos confunden, nos dividen e incluso a veces llegan a enfrentarnos. Creo que detrás de todo esto hay un cierto pecado de orgullo y quizá también una cierta frustración, en el sentido de que su papel en el mundo es mucho menor y mucho más insignificante de lo que lo era en el pasado, o que los frutos que recogen no son los que pensaban. Pero esto no puede ser un argumento para debilitar la fidelidad a la propia Iglesia que es, en definitiva, su origen y su fin, porque en el centro de ella se encuentra Jesucristo.
Y, en demasiadas ocasiones, observamos, por ejemplo en un terreno tan sensible como el de la enseñanza, como Jesucristo ha desaparecido de las llamadas escuelas católicas. No de todas, evidentemente, pero sí de un número importante de ellas, y ha sido substituido por valores humanos muy respetables, pero que por sí solos no sirven. Detrás de todo esto, y quizás lo apuntó el Prepósito General de la Compañía de Jesús, el español Adolfo Nicolás, como defensa de su propia posición, que la santidad y la salvación ya están presentes fuera de la Iglesia visible. Nadie niega que pueda ser así, pero al mismo tiempo hay que afirmar que esto es la excepción a la regla, porque si no fuera de esta manera la revelación de Jesucristo y la institución de su Iglesia carecería de todo sentido histórico. Si no hay diferencias entre su Iglesia y la espiritualidad que pueda encontrarse puertas afuera de ella, qué sentido ha tenido su venida al mundo.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos
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