En el horizonte de esta semana –Aniversario de la Constitución y Fiesta de la Inmaculada, Patrona de España– ofrezco estas reflexiones ante una gran cuestión venida de lejos y avivada en los últimos días: la unidad de España y el respeto a su realidad plural.
Las elecciones de Cataluña y sus resultados la han puesto en el primer plano de actualidad. No entro en ninguna valoración política, que no me corresponde. Pero todo lo humano, lo que afecta al hombre y su futuro no es ajeno a la fe y a la misión de la Iglesia. Aparte de las razones históricas, jurídicas, económicas, políticas, de ordenamiento del Estado y desde el punto de vista moral, esto plantea cuestiones de calado que afectan al corazón mismo de la realidad social de España, del bien común de nuestra sociedad que comparte una historia y un proyecto común hecho por caminos diversos; afecta igualmente al actual marco de convivencia que atañe a cuantos integramos esta unidad, y a la misma unidad de esta más que milenaria Nación, que es una cuestión y un bien moral. Pero también es una cuestión y bien moral a salvaguardar el respeto debido a las diferencias e identidad de las entidades que integran dicha unidad: un respeto, al que se tiene derecho, que ha de permitir su propio desarrollo en solidaridad con las otras legítimas diferencias. Dijo, hace ya diez años, la Conferencia Episcopal Española: «Por ser la nación un hecho, en primer lugar cultural, el magisterio de la Iglesia lo ha distinguido cuidadosamente del Estado. La configuración propia del Estado es normalmente fruto de largos y complejos procesos históricos. Estos procesos no pueden ser ignorados, ni, menos aún, distorsionados o falsificados al servicio de intereses particulares. España es fruto de uno de estos complejos procesos históricos. Poner en peligro la convivencia de los españoles, negando unilateralmente la soberanía de España, sin valorar las graves consecuencias que esta negación podría acarrear, no sería prudente ni moralmente aceptable. La Constitución es hoy el marco jurídico ineludible de referencia para la convivencia».
Conjugar lo propio y lo común constituye el bien común a preservar. Formamos –personas y pueblos–, parte de un organismo vivo, de un cuerpo gestado, crecido y desarrollado en un complejo proceso histórico; ahí «el todo» no puede anular a las diferentes partes o impedir el desarrollo propio de cada una de ellas; ni cada una de las partes puede impedir el desarrollo «del todo» separándose o aislándose de él. La unidad del organismo vivo permite ser y desarrollarse al conjunto y a sus miembros.
Nos encontramos ante el bien común, que corresponde a todos cuantos son afectados por una decisión que les atañe y que tiene sus repercusiones en el conjunto que forman. El bien común ha de ser exquisitamente respetado, defendido y promovido: así será respetado el bien de las personas; y ese bien común del conjunto es inseparable del bien propio de cuantos –personas, pueblos, entidades...– forman el conjunto. Vivimos un momento en que la solidaridad ha de ser potenciada al máximo.
Es la hora del esfuerzo común, solidario: esto trae bien a todos y no dificulta ningún camino propio. Quiero mucho a España; como algunos saben, me es muy querida particularmente Cataluña, como también lo son mi tierra y patria valenciana o Castilla o La Mancha o Extremadura o Andalucía o Murcia o Madrid, comunidades a las que me siento unido por haberlas servido en mi misión eclesial, o el resto de las otras regiones y comunidades autónomas que configuran nuestra Patria común en esa riqueza pluriforme que se debe respetar, favorecer y potenciar.
Ante esta situación crítica y crucial, en la proximidad de la fiesta de la Inmaculada, como ejercicio de la caridad social y como un deber del cuarto mandamiento que manda honrar también a la Patria, me atrevo a pedir que elevemos nuestra plegaria a Dios, insistente e intensa, por España, por la integridad y unidad de España y el progreso y futuro de todos los pueblos que la forman en diversidad y riqueza plural dentro de un proyecto común.
Que Jesucristo, Señor de la historia, Luz, Paz, Verdad, Sabiduría, unidad, para las gentes y los pueblos, nos haga vivir estos momentos con serenidad, lucidez, altura de miras, sentido común, y responsabilidad moral. Que conceda luz, prudencia, sabiduría, discernimiento y acierto a los políticos, a los gobernantes, a las instituciones del Estado, y a todos los ciudadanos para buscar y encontrar salidas conformes con el bien común, justas y razonables, a esta situación. Que en las decisiones y proyectos no se olvide jamás la precarísima y delicadísima situación por la que atraviesa España, que con estas incertidumbres y estos movimientos pudiera empeorar y agravarse, y que, como siempre, tal debilitamiento, aún mayor, afectaría de manera especial y más dura a los últimos, los pobres, los parados, los inmigrantes, etc., etc.
Esto también pertenece al bien común y es un bien moral que hay que proteger y no vulnerar. Que la Inmaculada, signo de la gran esperanza, nos proteja y nos ayude a encontrar los verdaderos, los rectos y justos caminos de futuro en esta hora crucial de nuestra historia común y compartida de siglos.
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