Con la cruel precisión de todos los años, la cercanía de la Navidad es el momento elegido por nuestras sensibles autoridades para hacernos saber el número de abortos provocados en el ejercicio anterior. El de 97.398 para 2019 es un número terrorífico en un país como el nuestro, muy superior al más pesimista de los cálculos de fallecidos a causa de la pandemia, por ejemplo, que podría estar llegando a 80.000. Esa cifra aún nos parecerá más fatídica si tenemos en cuenta que ha crecido un 3,6% con respecto a 2018 y que ya representa el 21,3% de todos los embarazos, porcentaje nunca antes alcanzado que revela la verdadera dimensión del brutal holocausto. De hecho, por cada mil nacidos ha habido 272 niños abortados, lo que ha llevado a Alejandro Macarrón, el principal estudioso de la demografía española actual, a afirmar que la propensión a abortar se ha situado en máximos históricos en España. Eso es algo que no puede extrañar a nadie ante la falta de conciencia que se ha ido promoviendo sobre lo que el aborto significa e implica y su elevación a derecho sacrosanto.
La matanza cotidiana de inocentes tiene lugar al mismo tiempo que la natalidad se desploma a niveles hasta hace nada impensables. En 2019 nacieron sólo 358.747 niños, un 3,3% menos que el año anterior. Según Macarrón, habría que remontarse a mediados del XVIII para encontrar una cifra tan exigua, pero correspondiente a una población cinco veces inferior. De esos nacidos, sólo 259.527 lo fueron de madres españolas, lo que, según la misma fuente, no tendría paralelo después de siglo XVI, cuando la población de España no superaba los siete u ocho millones de almas. ¿Hacia dónde vamos? Evidentemente, hacia una sociedad insostenible en el corto plazo, a la mera sustitución poblacional y cultural en el medio y a la liquidación de España, tal como ha sido históricamente configurada, a la larga.
En Evangelium vitae San Juan Pablo II, refiriéndose al aborto en el mundo, se preguntaba: "¿Cómo ha podido llegarse a una situación semejante?". Y él mismo contestaba: "En la raíz de cada violencia contra el prójimo se cede a la lógica del Maligno, es decir de aquél que era homicida desde el principio". Así es desde la dimensión trascendente propia del Papa polaco, pero asombra que todavía hoy, incluso sin participar de ella, no se comprenda la gravedad de un problema que no hace sino crecer ante nuestros ojos.
Publicado en Diario de Sevilla.