[El escritor Juan Manuel de Prada está llevando desde hace semanas su particular diario de la pandemia en forma de punzantes Cartas del sobrino a su diablo, evocando la célebre obra de C.S. Lewis. Recogemos una de las últimas entregas.]
Nunca como ahora, ¡oh titángano Escrutopo!, había sido tan necesaria mi presencia en esta España coronavírica como ahora que decae el llamado estado de alarma. Digo «llamado» porque, como tú y yo bien sabemos, ha sido en realidad un experimento de biopolítica con el que hemos acrecentado nuestro dominio sobre las almas de estas gentes, mediante el control de los espacios que habitan, de sus relaciones personales y hasta de sus pensamientos secretos (que desde ahora serán transparentes para sus tiranos mediante nanotecnología). Gracias a este dominio de las almas estoy consumando el golpe de Estado antropológico que me habías encomendado, cuyo propósito es adelgazar la condición humana de estas gentes, hasta tornarla reptiliana.
¿Has visto ese emocionante vídeo en el que un médico reconoce con desparpajo que los viejos se pudren -¡mala suerte!- sin recibir tratamiento alguno que alivie su agonía en los morideros llamados residencias? ¿Y esa conmovedora grabación en la que el comisario madrileño del doctor Sánchez instruye a los alcaldes de su negociado partitocrático para «retorcer el tema de las residencias» y «capitalizar el descontento»? ¿No te parece grandioso que las facciones partitocráticas se lancen unas contra otras los muertos, como si fuesen viscosos zurullos o condones con regalito? ¿Y qué te parece que el doctor Sánchez y sus mariachis oculten las defunciones diarias que causa la plaga sin que nadie proteste por el manejo? ¿Y sabes por qué, en el fondo, nadie protesta? Por la misma razón por la que tampoco nadie se escandaliza de que hayan dejado morir a los viejos; por la misma razón por la que a nadie importa que los negociados partitocráticos «capitalicen» los muertos. Todas estas impiedades sacrílegas son posibles porque estas gentes no quieren saber nada de la muerte; porque sus almas gangrenadas por la apostasía -almas ya reptilianas- rehúyen confrontarse con las verdades de ultratumba.
Todo esto lo ha logrado tu sobrinito Orugario exaltando y a la vez denigrando la naturaleza humana, según la estrategia que me enseñasteis los carcamales de tu generación. Por un lado les hago creer que son semidioses: «Españoles -les digo, para engatusarlos-, sois libres e iguales, sois soberanos, sois dioses de vosotros mismos, sois reyes de la creación, la ciencia y el progreso, vuestros cuerpos son fuente de todos los placeres, que debéis beber sin recato, mientras exprimís a los pobres si sois ricos o desvalijáis a los ricos si sois pobres». Pero, ¡ay, titarapo gusarapo!, llega entonces el coronavirus, que borra de un plumazo esa visión exaltante; y entonces les hago creer que son gusanos: «Españoles -los denigro, para hundirlos-, vuestras vidas acabarán en un moridero cualquiera, sin amor ni consuelo. Todas vuestras ilusiones de grandeza y soberanía, todos vuestros anhelos -aun los que creíais más nobles- no son más que sublimaciones del instinto sexual, que desde vuestro subconsciente freudiano se transmuta en una ridícula ansia de belleza, en un grotesco anhelo de fraternidad, en una absurda fe religiosa. No sois más que un patético manojo de pulsiones penevulvares».
De ahí que estas gentes no quieran saber nada de sus muertos, que les recuerdan su destino fatal, y dejen que sus politicastros los utilicen para sus «capitalizaciones», o los oculten con maldad serpentina. Así olvidan que cada uno sus cuerpos, deshechos por la edad o el coronavirus, brotarán un día con nueva vida y florecerán como rosas bajo el sol de la inmortalidad. Pero como ellos han renunciado a ese sol, nosotros les ofreceremos, ¡oh titaracha pestilente!, un chaletito muy cuqui con vistas al lago de fuego y azufre, que también calienta que es un primor.
Publicado en ABC.