Hace unas semanas, la conocida comunidad de participación ciudadana digital Citizen.GO denunció que Netflix había cruzado audazmente la línea al promover abiertamente la homosexualidad entre los más pequeños, a través de dos de sus más populares series infantiles: Ada Magnífica, Científica [Ada Twist, Scientist], la cual, a mitad de la temporada, emitió un episodio que muestra a niños organizando la boda de una pareja homosexual; y CoComelon (CoComelon Lane), famosísimo programa dirigido a bebés y niños en edad preescolar, que presentó en uno de sus recientes capítulos a un niño tratando de elegir entre diferentes disfraces, incluidos un tutú de ballet y una tiara, mientras que una pareja masculina (presumiblemente sus “padres”) lo animan -cantando- a ser él mismo (Just be you) y a elegir el vestuario que más le guste.
Desafortunadamente, esto no es algo reciente, pues la mayoría de los medios de entretenimiento promueven, de manera cada vez más abierta, su perversa agenda sin considerar apenas los argumentos en contra. Basta recordar la gran polémica que suscitó, hace un par de años, la película Guapis [Cuties], la cual, a pesar de las firmas y voces que denunciaron que la película sexualiza a los menores (pues trata de un grupo de niñas de 11 años que bailan sensualmente), siguió emitiéndose sin mayor problema. Ya que, si bien la recogida de firmas es sumamente importante (tanto para prevenir e informar a la sociedad como para ejercer presión sobre los medios), la realidad es que, mientras sigamos manteniendo con nuestra suscripción a la mencionada y otras importantes compañías, éstas seguirán, a pesar de las firmas recolectadas, aumentando su contenido inmoral y disminuyendo la edad de las víctimas de sus venenosos dardos.
Por esto, es necesario reconocer que si la perversa agenda contra la inocencia de nuestros hijos ha podido avanzar a pasos agigantados es debido, en gran parte, a la tibieza de muchos católicos que, con un pie en la Iglesia y otro pie en el mundo, hemos ido aceptando poco a poco, pero sin pausa ni reflexión, escenas y temas cada vez más sórdidos, escabrosos e inmorales. Por un lado, nos escandalizamos cuando presentan contenidos como los antes mencionados a los más pequeños, pero... ya nos acostumbramos a que adolescentes y jóvenes vean (siempre y cuando las escenas no sean “explícitas”) contenidos que promueven, entre otras cosas, la promiscuidad, la anticoncepción, el divorcio, el aborto y la homosexualidad; como si fuesen inmunes al veneno que se esconde en varios de los programas y vídeos actuales.
Hemos vendido nuestra integridad por unas horas de entretenimiento barato y, poco a poco, nos hemos vuelto cada vez más insensibles a la serie de pecados que se promueven a través de los programas, tanto para grandes como para chicos, más populares de hoy en día.
Posiblemente no estamos conscientes del peligro tan grande al que estamos exponiendo a nuestros hijos con programas que promueven el mal como bien, hacen escarnio de la virtud y presentan a los jóvenes como normal, moderna y progresista a una sociedad decadente, ante la resignación y la pasividad de la mayoría de nosotros. De hecho, son muchos los padres que comentan que sus hijos tienen una opinión muy diferente a ellos en temas primordiales. Lamentablemente, varios lo comentan resignados, dando por perdida la batalla sin luchar siquiera. Pues hemos sacado la bandera blanca de antemano, que es lo que hacemos cuando permitimos que nuestros hijos vean todo tipo de programas porque es lo que sus amigos ven, y no debemos “dejarlos fuera del mundo”.
Si creemos que nuestros pesados y aburridos sermones o nuestras frases recordándoles que lo que están viendo “está mal” van a servir de contrapeso a contenidos astuta y pérfidamente creados para hacer atractivo el mal, pecamos de ingenuos. Ya que, aunque queramos ignorarlo, nuestros niños y jóvenes, a través de innumerables medios de comunicación, están siendo constantemente adoctrinados para ser los jenízaros al servicio de una ideología que busca aniquilar todo lo grande, bello y verdadero de nuestra civilización cristiana sin importarle que esté destruyendo a tantos niños y jóvenes.
Demos ejemplo a nuestros hijos y seleccionemos debidamente nuestros programas de entretenimiento. Después de todo, no ver la película o serie de moda no afecta a nadie. En cambio, la continua exposición de contenidos que presentan lo inmoral como bueno, atractivo y deseable, es mucho más nocivo de lo que imaginamos. Además, entre más joven sea la persona, mayor será el daño.
A la hora de elegir un programa o cualquier otro tipo de diversión, recordemos que, como bien señalase C.S. Lewis: “Nuestro ocio, incluso nuestro juego y esparcimiento, es motivo de grave preocupación. En el universo no hay un terreno neutral; se lidia una batalla entre Dios y Satanás para reclamar cada centímetro cuadrado, cada fracción de segundo”. Por ello merece la pena evitar los entretenimientos que nos alejan del bien, de la verdad, de la belleza y, sobre todo, de Dios.