El de la Amazonia es el segundo sínodo consecutivo en el que Francisco desilusionó las expectativas de quienes esperaban las innovaciones que él mismo, el Papa, había hecho presagiar.
En el sínodo del 2018 sobre los jóvenes, la cuestión sobre la que se habían concentrado las expectativas y las controversias fue la homosexualidad. El documento base de la discusión, en su parágrafo 197, admitía explícitamente un posible cambio de paradigma en el juicio sobre las “parejas homosexuales”.
Pero no pasó nada. Con el sínodo reunido, Francisco impuso y obtuvo el silencio sobre el argumento. No se habló una sola palabra, ni en las discusiones en el aula ni en el documento final, ni mucho menos en la exhortación pontificia postsinodal Christus vivit. Así, el de los jóvenes – vaciado de su único ingrediente picante – se convirtió en el sínodo más inútil y aburrido de la historia.
Al año siguiente, con el sínodo sobre la Amazonia y sobre todo con lo que siguió a continuación, la decepción de los innovadores ha sido todavía más fuerte.
Porque esta vez hubo discusión en el sínodo sobre el cambio más esperado y confrontado, que era la ordenación de los varones casados. En el documento final la propuesta se aprobó con más de dos tercios de los votos. Y todavía en los primeros días de enero muchos estaban seguros de que Francisco la iba a hacer propia y la iba a autorizar, en la exhortación postsinodal que se esperaba de un día para otro.
Pero después llegó, en una valiente defensa del celibato sacerdotal, el libro bomba del Papa emérito Benedicto XVI y del cardenal Robert Sarah, recibido por los innovadores como un presagio funesto.
Y de hecho ha caído poco después como uno un gélido imprevisto la exhortación postsinodal Querida Amazonia, con el silencio total de Francisco sobre el tema. Para tener encendida una luz tenue, a los innovadores no les quedó sino aferrarse a las pocas líneas introductorias en las que el Papa invita a “leer íntegramente” también el documento final del sínodo, del cual “Dios quiera que toda la Iglesia se deje enriquecer e interpelar”, y recomienda que “los pastores” de la Amazonia “se empeñen en su aplicación”.
Pero aparte de este último resquicio descascarado dejado por Francisco a disposición de los innovadores, ¿qué impulsó al Papa a estas reiteradas frenadas en materias sobre las que se había mostrado previamente dispuesto a innovar?
La respuesta hay que buscarla en Alemania.
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El pasado 1 de diciembre comenzó en Alemania un “camino sinodal” que apunta declaradamente, en el transcurso de dos años, a dejar de lado la norma del celibato, a conferir el Orden Sagrado a las mujeres, a bendecir las uniones homosexuales y a democratizar el gobierno de la Iglesia.
Con respecto a los sacerdotes casados y a los ministerios femeninos, el sínodo alemán se había enfocado en el Sínodo de la Amazonia como pionero. Si las aperturas, aunque fueran mínimas, sobre ambos temas hubieran venido desde allí, el camino habría sido pavimentado para replicarlas y expandirlas también en el corazón de Europa.
El Papa Francisco lo sabía. Y había hecho mucho, el año pasado, para llamar al orden a la Iglesia Católica de Alemania. Pero sin éxito. El doble silencio mantenido por él sobre los sacerdotes casados y sobre las mujeres diáconos en la Amazonia fue visto en Alemania y en otras partes como un paso ulterior llevado a cabo por el Papa para frenar el trayecto de la Iglesia alemana hacía una autonomía cada vez más acentuada.
Las primeras reacciones en Alemania frente a este doble silencio del Papa han sido de decepción, pero también de reconfirmación desafiante de la voluntad de avanzar. El cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Múnich y presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, volvió a apreciar las aperturas del sínodo amazónico a los sacerdotes casados y a la ordenación de las mujeres, dijo que el Papa no tomó “decisiones concretas” en la materia –es decir, no ha prohibido, sino sólo ha callado– y en consecuencia “esta discusión continúa”.
Entre los obispos alemanes Marx es el cabecilla de los innovadores. Pero hay que tener presente que en el sínodo participan, con igual derecho de voto, no sólo los 69 miembros de la Conferencia Episcopal, sino también otros exponentes del Comité Central de los Católicos Alemanes (ZDK), más varios representantes de las órdenes religiosas, de los diáconos, de las facultades de teología, de los movimientos, constituyendo un total de 230 miembros.
Y a favor de los cambios hay una mayoría abrumadora. Entre las poquísimas voces laicas disidentes estaba la teóloga Marianne Schlosser, condecorada en el 2018 con el Premio Ratzinger, quien renunció al sínodo el pasado 21 de diciembre. Mientras que entre los obispos los opositores se cuentan con los dedos de una mano. El más visible es el cardenal Rainer Maria Voelki, arzobispo de Colonia, que muchas veces denunció el peligro de un cisma.
Ciertamente, entre los opositores hay también otros tres cardenales alemanes. Pero por razones de edad o de rol ellos no participan en el sínodo. Son los cardenales Gerhard Müller, Walter Brandmüller y Paul Josef Cordes. Sobre todo los dos primeros no se cansan de denunciar las derivaciones cismáticas del sínodo en curso. Hace pocos días, en una entrevista publicada en Die Tagespost, íntegramente traducida al inglés en LifeSite News, Brandmüller lo ha acusado de querer crear una nueva Iglesia regional protestante, sobre las huellas de Lutero.
Pero ninguno de estos tres cardenales jamás ha sido particularmente apreciado y escuchado por Francisco. Pero el que puso en alerta al Papa ha sido otro purpurado alemán, residente en Roma, éste sí muy estimado por él y con fama de reformador, el cardenal Walter Kasper, de 87 años, protagonista entre el 2014 y el 2016 de la operación con la que –a través de un consistorio cardenalicio y dos sínodos bien manipulados– Francisco le ha dado el nihil obstat a la Comunión a los divorciados que se han vuelto a casar.
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El intento del papa Jorge Mario Bergoglio de domesticar al sínodo alemán se llevó a cabo en muchas etapas, las primera de las cuales fue cuidadosamente reconstruida por Lucas Wiegelmann en un artículo publicado a finales del 2019 en Alemania en Herder Korrespondenz y en Italia en Il Regno.
La primera etapa se manifiesta en la primavera pasada. Los belicosos anuncios provenientes de los Alpes y los preocupantes informes del nuncio en Alemania, Nikola Eterovic, inducen a algunos jefes de curia de alto nivel a hacer presión sobre el Papa para convencerlo de la gravedad de lo que está en juego y de la necesidad de ponerle remedio.
Los que se mueven en esta dirección son los cardenales Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, Luis Ladaria, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Beniamino Stella, prefecto de la Congregación para el Clero y Pietro Parolin, secretario de Estado.
Se confió a Ladaria la tarea de reunirse con el Papa y sugerirle que escribiera una carta de advertencia a la Conferencia Episcopal Alemana. Francisco recibe la propuesta, pero en vez de escribirle solamente a los obispos decidió redactar una carta abierta a todo “el pueblo de Dios que peregrina en Alemania”.
Y llegamos a la segunda etapa. Para escribir esta carta, en junio el Papa le pide ayuda al cardenal Kasper. El encuentro entre los dos –como Kasper lo ha contado después en una entrevista publicada en Herder Korrespondenz– es de un horizonte amplio, sobre la situación general de la Iglesia en Alemania. Bergoglio redacta la carta en su propia lengua nativa, el español, y la confía al cardenal Ladaria para que la haga traducir al alemán. El 29 de junio se hace pública la carta, en la que se insiste muchísimo sobre la exigencia primaria de “evangelizar”, en vez de seguir modernizaciones “funcionales” que poco o nada tienen que ver con la misión propia de la Iglesia.
Pero el efecto no es el esperado, como el mismo Kasper reconoció con preocupación: “En Alemania la carta ha sido muy apreciada, pero después se la puso aparte y se continuó como ya se preveía. Pero sin la renovación de la fe cualquier reforma estructural, no importa cuán bien intencionada sea, no va a ninguna parte”.
El Papa no se rinde y –tercera etapa– vuelve a la carga a través del cardenal Ouellet. Habiendo leído con preocupación el borrador de los estatutos del sínodo, preparado en Alemania en el verano, el prefecto de la Congregación para los Obispos, con el transparente mandato de Francisco, dirige al cardenal Marx –como presidente de la Conferencia Episcopal Alemana– una carta muy severa, fechada el 4 de setiembre, pero que llega a destino el 13 de ese mes.
Para que la reprimenda fuera menos eludible, la carta de Oullet es acompañada por un “Parere” jurídico del Pontificio Consejo de los Textos Legislativos, en el que entre otras cosas se especifica que las cuestiones en discusión en el sínodo se refieren no sólo a Alemania, sino a la Iglesia universal, y en consecuencia “no pueden ser objeto de deliberaciones y de decisiones de una Iglesia particular, sin contradecir a cuanto ha expresado el Santo Padre”.
En respuesta, Marx y Thomas Stenberg, el presidente del ZDK, se limitan a agradecer públicamente al Papa por su carta del 29 de junio. El 20 de setiembre Marx es recibido en audiencia, en Roma, tanto por Francisco como por el cardenal Ouellet, y declara que “en ambos casos las conversaciones se desarrollaron en el marco de un diálogo constructivo”. En realidad, el estatuto del sínodo se ajusta un poco. Todos tendrán igualdad de voto, pero la decisión última corresponderá únicamente a los obispos. Y en cuanto a las “deliberaciones cuyos temas son de competencia normativa de la Iglesia universal, ellas serán transmitidas a la Sede Apostólica”.
Pero en Roma continúan desconfiando. Antes y durante el sínodo amazónico de octubre, dos de los cuatro altos dignatarios de la curia que fueron los primeros en haber alarmado al Papa, los cardenales Ouellet y Stella, se pronuncian públicamente para que se mantenga intacta la norma del celibato, dando a entender que tienen a Francisco de su parte.
Y así ocurrió. En la exhortación postsinodal Querida Amazonia el Papa calla totalmente respecto a este argumento explosivo. Es la cuarta y hasta ahora última andanada de su bombardeo contra las temidas derivaciones del sínodo alemán.
Pero no será la última, vista la tendencia para nada tranquilizadora –para Roma– de la primera sesión del sínodo, llevada a cabo en Frankfurt, desde el 30 de enero al 1 de febrero.
Que la preocupación de Francisco sigue siendo seria lo prueba también la amistosa tarjeta autógrafa que escribió el 12 de febrero a Müller, el cardenal con quien tuvo reiterados conflictos –hasta despedirlo en el 2017 como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe– y que jamás ha escatimado críticas a este pontificado, pero que también es uno de los censores más implacables del sínodo alemán.
“Querido hermano”, escribió el Papa a Müller, “muchas gracias por el libro Il papa, missione e dovere [El Papa. Misión y deber] y por el documento sobre la exhortación Querida Amazonia, que me ha gustado”.
El “documento” que tanto “gustó” a Francisco es un comentario publicado el 12 de febrero en el National Catholic Register, en el que el cardenal aprecia vigorosamente la reconfirmación de la norma del celibato hecha por el Papa, totalmente opuesta a las expectativas de los innovadores alemanes.
En cuanto a la "tormenta" que estalló en torno al libro del Papa emérito Benedicto XVI y del cardenal Sarah, de apología del celibato, cabe señalar que la furiosa agresión contra los dos autores fue conducida por hombres y periódicos del área de Bergoglio, pero ha recibido solamente un comentario oficial atribuible al Papa Francisco, que es la nota firmada por Andrea Tornielli en L'Osservatore Romano del 14 de enero, destinada en su totalidad a evidenciar una perfecta armonía, en materia del celibato, entre el Papa emérito y el Papa reinante.
Aquí también con el cisma germánico de fondo, que no se lo menciona pero que es siempre inminente.
Publicado en el blog del autor, Settimo Cielo.