Cada día que pasamos en este mundo es un cóctel de esperanza y sufrimiento. La dignidad de la vida humana existe hasta el último instante, más allá de pensamientos fraudulentos que la niegan cuando aparecen las tribulaciones. Los profetas de la mal llamada "muerte digna” se escudan en la crudeza de las pandemias para decirnos que sus penosas consecuencias impiden una vida digna. O no saben lo que dicen, o dicen lo que saben, por cuanto la dignidad y el sufrimiento no combaten a calzón quitado. Es más, conviven. Convivieron en Nuestro Señor, conviven en los cristianos perseguidos, cohabitan en los que padecen hambre, miseria, o injusticias, cohabitan con nosotros en carne propia o ajena. Hablamos de elementos inherentes a nuestro ser. Escapar del sufrimiento solo provoca la huida de la existencia.
Los leguleyos de la eutanasia no son más que una quinta columna de la dignidad humana que curiosamente dicen defender. El nuevo proyecto de ley presentado a los parlamentaristas por el PSOE antepone la muerte digna a la vida digna. Para ello la portavoz de turno ya se encargó de segar la hierba bajo los pies discrepantes clamando que “los prejuicios morales y religiosos” no debían anteponerse ante tamaña obra social consistente en bienaventurar el suicidio de los más desdichados. "Aparten sus prejuicios que aquí traigo yo los nuestros, mas invasivos y humanistas”, faltole decir a la señorita Lastra.
En eso consiste la eutanasia, en ser bandera del humanismo anticristiano, más conocido entre los correctísimos como humanismo laico. A la carrera va el estólido gobierno de Sánchez, a narcotizar las dificultades de la vida con una muerte exprés a gastos pagados. Un sueño eterno asistido por papá Estado, tan bondadoso que concede un último deseo al desvalido: acabar con su penosa vida de una vez por todas. Menudo planazo, propio de charoles de intelecto tabernario, que se pasan el día de martingala antifascista, que no saben, o no recuerdan que la eutanasia activa fue practicada por los nazis y condenada en los juicios de Nuremberg.
La muerte digna como tal ya existe, al menos en ciernes, y se corresponde con un conjunto de cuidados, tratamientos y atenciones que facilitan los últimos días de vida del enfermo. Nada que ver con la denominada eutanasia activa, consistente en provocar la muerte de la persona. El nuevo proyecto de ley establece que las personas que decidan por propia voluntad “no vivir más”, dados su sufrimiento o discapacidad, podrán conferir al Estado la facultad de quitarles la vida. El desiderátum del texto no acaba ahí; indica que un comité ético dictaminará su aplicación.
De resultas, el Estado, sin complejos, hace apología del suicidio, una de las lacras más vergonzosamente silenciadas. Nada menos que la primera causa de muerte entre los jóvenes españoles. Por si fuera poco, en España se suicidan de media diez personas al día. Al parecer semejante tragedia es una nimiedad y no requiere ni leyes, ni comités, ni el movimiento de cola de ningún humanista aspaventero.
Les invito a que escarben en los archivos legislativos o en el baúl de las ocurrencias de los politicastros, en busca de una ley de vida digna. No la encontrarán. No interesa. Interesan experimentos y ocurrencias macabras al son del sentimentalismo y los cálculos electorales; como la Sancheztanasia y sus comités éticos: un proyecto de eutanasia que nos trata como antropoides de escaso cacumen al inferir que, llegados los momentos más dramáticos, la vida ya no tiene ningún valor. Una vez más los ocurrentes se equivocan, pues alcanza su mayor valor y recobra todo su esplendor, pero defender tal causa sería cosa de cristianos y ese es un lujo que el humanismo laico, henchido de anticristianismo, no se puede permitir. Más les valdría a esos fatuos humanistas cavilar el porqué los suicidas no consultarán nunca a sus comités de pacotilla, en lugar de jugar a la piedad sicaria con los más desvalidos.