Para crecer como personas, debemos vivir la "libertad de maniobra" -la libertad de hacer lo que uno desea- con tal energía interior que se convierta en "libertad creativa", libertad para hacer el bien a los demás; cultivar la independencia con tal decisión que florezca en solidaridad; amar la vida interior con tal empeño que nuestro mayor afán sea crear formas auténticas de vida comunitaria. Esto es, justamente, lo que explica que los buenos voluntarios confiesen a menudo que "reciben más que lo que dan".

Pero lo bello de su actitud es que no calculan ni lo que dan ni lo que reciben. Se mueven en el nivel de la gratuidad. Y ésta no sabe de cálculos. Se expande como la luz, que no es vista por nosotros, pero nos hace ver.

El voluntario da al necesitado su tiempo y sus habilidades, para ofrecerle consuelo, y el mayor consuelo consiste en darse, e invitar a responder con gratitud, que significa estar a la recíproca en generosidad. Así se crea el encuentro, que es un don mutuo, una joya de la vida humana que constituye el primer hito hacia la perfección y la felicidad.

No hace falta buscar la felicidad febrilmente como quien busca a la carrera una presa para comérsela a bocados. Basta crear una relación auténtica de encuentro, tratando a otras personas con generosidad, e, inspirados por la generosidad, abrirse a ellas de forma confiada. La confianza va unida, de raíz, con la fe, la fiabilidad, las confidencias.

Si esto es así, comprendemos bien la hondura que muestran estas sencillas palabras dichas por un voluntario a un enfermo grave:

"No te puedo quitar el dolor, no tengo solución alguna para tu problema, pero puedo prometerte que no te dejaré solo y te ayudaré mientras pueda y de la mejor manera posible".

Esto es el encuentro, ese tipo de cálida unión que llamamos amistad: un elevado sentimiento del que dijo el sabio Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, que "es lo más necesario de la vida". Pero de tal sentimiento añadió el filósofo poco después que sólo pueden tenerlo "las personas virtuosas".

La actitud que nos convierte en "voluntarios" es la de generosidad, y ésta nos lleva no sólo a dar sino a darnos, a crear con los demás auténticas relaciones de encuentro. Nada más importante para nuestra formación como voluntarios que descubrir lo que es y lo que implica esta forma elevada de unidad.

Encontrarnos significa relacionarnos con voluntad de enriquecernos mutuamente, ofrecernos posibilidades para desarrollar nuestra personalidad y sentir la satisfacción que esto produce. Podemos compartir con una persona la vida entera, habitar bajo el mismo techo, tratarla familiarmente y no encontrarnos con ella ni una sola vez... Para evitar este fracaso personal y conseguir que nuestra relación de trato sea un verdadero encuentro, hemos de cumplir las condiciones del mismo, que son la generosidad, la veracidad, la cordialidad, la fidelidad, la comunicación veraz, la participación en tareas valiosas...

Estas condiciones del encuentro se revelan como valiosas por cuanto nos permiten encontrarnos y, de esa forma, desarrollarnos como personas, ya que -según la Biología actual más cualificada- los seres humanos somos "seres de encuentro". Esos valores, cuando son asumidos por ayudnosotros como principios de acción, adquieren la condición de virtudes. Las virtudes son capacidades de crear encuentros. Los vicios, por el contrario, son formas de conducta que dificultan o anulan el encuentro.

Al vivir con autenticidad las relaciones de encuentro, se experimentan los frutos del mismo. Al encontrarnos, en sentido riguroso, experimentamos energía interior, alegría, entusiasmo, plenitud y felicidad. La felicidad se manifiesta en tres sentimientos: paz interior, amparo espiritual, gozo festivo o júbilo. Siempre que hay encuentro, hay fiesta, aunque la vida presente dificultades.

Al ver que, merced al encuentro, alcanzamos un alto grado de felicidad, a pesar de las penalidades, descubrimos que la unidad encierra un altísimo valor en nuestra vida y constituye por ello una meta a conseguir, pues nos da sentido y esperanza. Esa meta valiosa constituye para nosotros un "ideal". Es el ideal de nuestra vida. Bien entendido que un ideal no es una mera idea. Es una idea motriz, motivadora, ilusionante.

Ilusionante en grado sumo, pues debido a la sinergia de los distintos valores, cuando consideramos el crear unidad como la meta de nuestra vida –es decir: nuestro "ideal"–, optamos también por el "amor oblativo", y el que ama tiende a la bondad, y ésta le inspira una actitud de justicia y una alta estima de la belleza.

Al optar por estos cuatro valores, nos sentimos plenamente realizados, personas verdaderas. Tal ascenso a la "verdad" supone una plenitud personal. Y toda plenitud se traduce en felicidad. Vivir para la verdad, en la verdad y de la verdad no es sólo una actividad intelectual; es un estado de pleno logro, que consiste en tomar los cuatro grandes valores (unidad-amor, bien-bondad, concordia- justicia y orden-belleza) como el fin de nuestra vida, su "ideal".

En síntesis, el voluntario es una persona que se da, que es propicia al encuentro y crea relaciones de ayuda, comprensión y simpatía. En este campo de entrega florece la felicidad propia y la de los demás, y la vida se les llena a todos de sentido. Se les vuelve ideal.

Esta relación de encuentro adquiere un valor supremo cuando acompañamos a personas que, por fidelidad a su fe, viven muy cercanas a la experiencia sublime del martirio. Para quienes viven en esa situación límite debe de resultarles impresionante saber que hay otros cristianos que se sacrifican de una u otra forma para acompañarlos, reconocer su heroicidad y la grandeza de mantener la decisión de conservar la fe aun a costa de la vida.

Bien sabemos que nuestra asociación "Ayuda a la Iglesia Necesitada" nació para atender a los cristianos perseguidos a causa de su fe. Hoy vuelve a recrudecerse la persecución religiosa. Tanto más necesario es que todo perseguido sepa que en muchos lugares hay hermanos en la fe cuyo corazón late al unísono con el suyo, y este inmenso latido nos adentra a todos en el campo de lo divino, según nos anunció el evangelista San Juan en su magnífica segunda carta al escribir: "Dios es amor incondicional (agape, en griego, dilectio en latín) y quien permanece en ese tipo de amor está en Dios y Dios en él" (1 Jn 4, 5-7, 16-17) .

Lo anterior nos llevó a un tema sumamente importante –yo diría decisivo– en el proceso humano de desarrollo: la creatividad.