Estos días se han publicado dos malas noticias: la primera, que en España ya hay más de la cuarta parte de la población trabajadora en paro; la segunda, el hundimiento de una patera, en la que al parecer, han fallecido cincuenta y cuatro personas. En esta tragedia, lo que personalmente me ha preocupado, es que, después de leerla y durante un buen rato, me he quedado absolutamente indiferente.
Y sin embargo, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, “Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba los que se niegan a hacerlo: “A quien te pide da, al que desee que le prestes algo, no le vuelvas la espalda” (Mt 5,42). Jesucristo, en el episodio del Juicio Final, nos dirá que reconocerá a sus elegidos y rechazará a los malvados según lo que hayan hecho por los pobres (cf. Mt 25,31-46), así como el que “los pobres son evangelizados” (Mt 11,5; Lc 7,22) es una de las señales de su misión mesiánica.
Dios nos ha confiado una tierra que ofrece suficiente alimento y espacio para vivir a todos los hombres. Sin embargo hay regiones enteras, países y continentes en las que muchos apenas o simplemente no tienen lo necesario para vivir. Carecen de alimentos y a menudo también de agua potable, así como con frecuencia no tienen acceso a la educación y a la asistencia médica, por lo que muchos, especialmente niños, fallecen por desnutrición. La limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf. Tb 4,511, Si 17,18; Mt 6,2-4). Las obras de misericordia corporales son dar de comer al hambriento y de beber al sediento, vestir al desnudo, dar techo a quien no lo tiene, visitar a los enfermos y a los presos y enterrar a los muertos.
Pero la pobreza material no es la única pobreza. Recuerdo un día, en que estando en la Residencia de enfermos de Alzheimer de la que soy capellán, estaba de visita una maestra nicaragüense, amiga de nuestra asistente social. La chica estaba llorando, así que la pregunté: “¿Por qué lloras?”. Me contestó: “Es que este tipo de pobreza no lo hay en mi país”. Los cristianos deben cuidar con atención, caridad y constancia de los necesitados de la tierra. Es indudable también, que a la hora de ayudar a los demás, busquemos preferentemente realizar nuestra ayuda en aquello, en lo que por el motivo que sea, estemos más sensibilizados. Es indudable que un padre con un hijo con síndrome de Down, trabajará mejor, con más ganas y más eficazmente en una Asociación a favor de estos niños.
En la lucha contra la pobreza, cada uno de nosotros debe procurar ver qué es lo que cada uno de nosotros realmente puede hacer. Por supuesto la actividad económica debe continuar, porque si en nombre de una austeridad mal entendida, cerrásemos el grifo al consumo, seguramente ocasionaríamos un desastre aún mayor. Pero sí tengo que preguntarme: ¿puedo hacer más y de qué modo?
Evidentemente, uno de los modos más sencillos es colaborar con las obras sociales de la Iglesia Católica. De hecho, la Iglesia Católica es la organización mundial más comprometida en la ayuda a los necesitados y es que la caridad de las obras debe corroborar la caridad de las palabras. Pero por urgentes que sean las necesidades materiales no podemos esperar a que se realicen los necesarios cambios sociales para anunciar el evangelio a todos los pueblos. En medio de la pobreza física la experiencia de la palabra de Dios consuela, libera y permite a la persona descubrir su valor fundamental y su dignidad de hija de Dios, mientras que de los pobres la Iglesia puede aprender la verdad de las bienaventuranzas de Cristo y el modo de practicarlas. Todos sabemos la gran obra social que está haciendo Cáritas. Personalmente trato de colaborar económicamente en un comedor social que llevan las Hijas de la Caridad y que tiene también otras obras colaterales, como un jardín de infancia y pisos de acogida. Con los pobres de fuera de mi tierra, procuro apoyar a las Misiones, y es que evangelización y promoción humana son dos obras que pienso van juntas. La evangelización supone la construcción de iglesias, pero también la promoción de la mujer, construcción de escuelas y hospitales, e incluso de pequeños pantanos y de puntos de luz, pero, sobre todo, dar a conocer a Cristo “camino, verdad, vida y luz de los hombres”.
Pedro Trevijano