El gobierno del Estado argentino ha sancionado la legalización del aborto convirtiéndose ipso facto en una banda de salteadores de caminos, según la conocida sentencia que San Agustín aplicó a los gobiernos sin justicia.
La “antifiesta”
El infame proyecto fue presentado dos días después de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y el debate se inició poco después de la Navidad, el día en que la Iglesia celebra la memoria de los niños martirizados por el odio deicida de Herodes y que la tradición litúrgica denomina “Santos Inocentes”.
No hubo casualidad en la elección de la fecha, sino evidente intencionalidad pues el gobierno -y los locus del poder a los que rinde cuentas- buscó obtener un hito calendario que contrarreste las celebraciones de la Iglesia de Cristo. A la Navidad le oponen el “No-nacimiento” y a la memoria de los Santos Inocentes, la actualización herodiana de la casta sangre vertida.
A esto Josef Pieper le llamó “antifiesta”, pergeñada esta vez por los legisladores en su función de “sacerdote de la felicidad social”, siempre a la pesca de nuevos “derechos”, siempre a la zaga de los ingenieros sociales.
Por eso ha resultado tan lesivo que en el breve tiempo que duró este funesto proceso se escucharan voces -incluso eclesiásticas- señalando que el “asunto” del aborto “no es primariamente religioso”, sino “humano”, de “ética humana”. Esto es inaceptable para el cristiano, que no puede escindir la ética de la fe ni dejar en suspenso la mirada sub specie aeternitatis sobre todas las cosas. Negar el núcleo sobrenatural sobre el “asunto” del aborto es contribuir a la “antifiesta” que hoy lamentamos.
De la gruta de Belén a los Santos Inocentes
En estos tiempos aciagos, con la Muerte en apariencia rondando victoriosa, ha adquirido preponderancia la tentación del desánimo. Por eso queremos compartir un puñado de reflexiones de la mano de uno de los más importantes teólogos místicos del siglo XIX, el padre Federico Guillermo Faber (1814-1863). Este sacerdote inglés, converso, discípulo de Newman y miembro del Movimiento de Oxford, supo tener enorme influencia en España, y también en La Argentina, durante el siglo XX. Sus obras, hoy inhallables, fueron editadas aquí y acullá y dejaron su impronta en varias generaciones. Por caso, cabe recordar su influencia en el Diario de Unamuno.
Para empezar, el teólogo nos señala la necesidad de salir del desánimo pues “nada ciega tanto los ojos a la luz de la fe como el dejarse dominar de una pena porque, siervos entonces de nuestra naturaleza degradada por la culpa, perdemos la aptitud para conocer y entender la voluntad de Dios”.
Primero, entonces, no ceder a la tentación de la tristeza. Debemos partir de la Alegría que dimana de la pequeña gruta de Belén, para la eternidad. Debemos tener siempre presente que Cristo “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5), y que esta victoria herodiana es pasajera y que llegado el momento se hundirá en la Noche eterna.
En esta hora, los cristianos argentinos tenemos el deber de acercarnos, con temor y temblor, al Misterio de los Santos Inocentes, los pequeños mártires compatriotas de Jesús, que son “inseparables del mundo tan bello de Belén”, como dice el padre Faber. Pero ese acercamiento que es menester también exige expiación.
Inhospitalidad argentina
En su obra Belén o el misterio de la Santa Infancia, el padre Faber medita sobre la noche de Navidad, partiendo de la inhospitalidad que encontró la Sagrada Familia:
“Todos los esfuerzos de María y José por encontrar hospedaje habían sido infructuosos. San José era un santo como el mundo no había visto hasta entonces. María se hallaba por encima de todos los santos; era la primera en la jerarquía de todas las criaturas; era la reina del cielo… en su seno habitaba el mismo Dios encarnado, el Verbo Eterno. Pero no había allí sitio para ellos. La aldea se hallaba ocupada en otras cosas más importantes, según la manera que el mundo tiene de estimar lo que es importante”.
No debemos olvidar algo fundamental. Como tantos otros lugares en este Valle de Lágrimas, la patria llamada “Argentina” lleva muchos años de inhospitalidad para con la Sagrada Familia. Llevamos muchos años “en cosas más importantes” y como cantó Leopoldo Marechal, “nos dormimos en todas las vigilias del hombre”.
En efecto, al menos en las últimas cuatro décadas se han sucedido entre nosotros leyes y políticas que dan cuenta de esto de este abandono de la hospitalidad cristiana. Divorcio, educación sexual, “identidad de género”, “matrimonio” homosexual. Aquí, hace tiempo que vivimos como si Dios no existiera.
A eso remite también nuestro teólogo cuando habla del misterio de los Santos Inocentes: “¡Ay! ¡La angustia de esas madres, que tan poca consideración habían guardado con la que se hallaba próxima a ser Madre como ellas, y el dolor más irritado, pero más silencioso, de los padres, expían cruelmente en las calles de Belén la inhospitalidad de aquella población con respecto a José y María!”
Como enseña Nicolás Gómez Dávila, “el mal es como los ojos, no se mira a sí mismo”. Debemos mirar nuestros males, que en parte nos han traído hasta aquí. Conviene recordar, con Chesterton, que no faltan sinvergüenzas a quienes maldecir, sino hombres buenos que los maldigan “con la violencia y variedad que tenemos el derecho de esperar”.
Volver a Belén
Si queremos que nuestra Patria sea Belén, los argentinos debemos empezar por ser hospitalarios con el Niño, con la Virgen y con San José, el Patriarca. Si no, seguiremos siendo la maldecida tierra de Herodes.
No basta con señalar con índice acusador a los protervos; es necesario ser santos. No basta combatir el Mal, sino ser buenos. Es menester bregar por adquirir ese vigor que nos falta, tal como nos reprochaba el padre Leonardo Castellani a los argentinos. El vigor faltante en la virtud de la piedad, a Dios y a la Patria. El vigor ausente en el servicio al prójimo en peligro. Ese vigor que algunos confunden con mero voluntarismo y que en rigor es hábito ordenado hacia el bien que se constituye en virtud, y como tal es ejercitado como una segunda naturaleza.
Los argentinos debemos retornar a Belén, volviéndonos hospitalarios de la Sagrada Familia. Debemos volver a Belén, por medio de los Santos Inocentes. Como todos los cristianos, estamos llamados a la santidad. Y entonces todo se dará por añadidura.
Terminemos con el maestro Pieper: “El cristiano está convencido de que ninguna acción demoledora, por muy global que sea y aunque se celebre entusiásticamente como una cruel ‘antifiesta’ es capaz de atentar a la sustancia de la creación”.
Tal debe ser la primera certeza al dar el Buen Combate que nos debemos, como rotundamente lo ha anunciado Marechal:
No te olvides que al salir al sol
entrarás en un campo de batalla.
Ángeles y demonios pelean en los hombres:
el bien y el mal se cruzan invisibles aceros.
Y has de andar con el ojo del alma bien alerta
si pretendes estar en el costado
limpio de la batalla.