Nacieron con catorce años de diferencia, en el tormentoso siglo XIX español. Ambas se llamaban Carmen. La primera, de apellido González, andaluza de la preciosa ciudad de Antequera, en 1834. La segunda, de apellido Sallés, catalana de pura cepa, nacida en Vic en 1848. España había girado el espigón de su historia tras la fatídica guerra contra Napoleón. El anticlericalismo crecía en las elites intelectuales y se buscaba, casi a tientas, una modernidad al tiempo anhelada y rechazada.
El país comenzaba a experimentar fracturas profundas: liberales frente a conservadores, librepensadores frente a católicos. También comienza a germinar el malestar en algunas regiones, una suerte de incomodidad dentro del hogar común, compartido durante siglos.
El pueblo sigue siendo "cristiano" y se mantiene ajeno a los grandes debates culturales. Pero el desgaste es ya visible. Los problemas sociales se acrecientan, y una fe muchas veces reducida a costumbre parece incapaz de alumbrar y responder. En este campo hosco y plomizo crecen sin embargo innumerables semillas. Nuestras protagonistas encarnan dos de ellas que llegan a nuestros días.
Carmen González queda viuda a los 47 años en su Antequera natal. Arde en deseos de "enseñar a las almas a conocer y amar a Dios". Abre en su propia casa una pequeña escuela en la que recibe a niños pobres de recursos, sin formación humana ni cristiana. Empieza la aventura. Pronto se le unen otras jóvenes del pueblo atraídas por la potencia de su fe. Es el germen de las Franciscanas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Cinco años después rompen el cascarón y la Madre Carmen sale de su Andalucía del alma. Primero a Valladolid donde se hacen cargo del Hospital de San Miguel a petición del Ayuntamiento. Y al año siguiente llegan a una Cataluña en plena ebullición industrial. Se las reclama para enseñar a los hijos de los labradores y de los obreros, en Tiana y Mataró respectivamente. Después, en Barcelona, abre un dispensario para curar a los hijos de obreros que padecen enfermedades. Hasta cinco comunidades quedaron establecidas en Cataluña en vida de la Madre Carmen, que fue beatificada en 2007.
Si bien se mira la peripecia es singular. Una andaluza no demasiado metida en letras y en edad ya bien madura para la época, arrostra la inesperada tarea de fundar en una región alejada por temperamento y geografía. Lejos de sentirse extraña trabaja y construye sobre cimientos sólidos. Todos recordamos, por ejemplo, la presencia de Benedicto XVI en la obra del Nen Deu en Barcelona, que atiende a discapacitados físicos y síquicos. Las animosas monjas que allí pudimos ver son hijas de esta cepa trasplantada de la malagueña Antequera, que echó raíces profundas en tierras catalanas hasta hoy.
Quizás se cruzaron, incluso físicamente, sus caminos. Carmen Sallés, que será canonizada el domingo por Benedicto XVI, forjó su personalidad en la Cataluña profunda y piadosa de recia tradición cristiana y gran impulso creador. Inquieta de carácter y con una mente especialmente despierta, intenta muchos caminos. Se anticipa a los tiempos fomentando una formación integral de las mujeres de su entorno para facilitar su protagonismo genuino en la sociedad y en la Iglesia. Su modelo es la Virgen Inmaculada en la que identifica el genio femenino que debe aflorar en cada mujer. Cumplidos los 44 años se perfila la idea que se ha ido gestando en su espíritu, una nueva fundación, las Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza. Pero curiosamente será aprobada y dará sus primeros pasos lejos de su Cataluña natal, en Burgos, cabeza de Castilla. Entre 1892 y 1907 abrirá once colegios, escuelas dominicales para adultos y residencias femeninas. Catalana hasta la médula, hubo de empezar la siembra en otras tierras de España.
Si la Madre González subía hacia el noroeste con sus fundaciones, la Madre Sallés bajaba hacia el centro y sur de la península. En pocos años la Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza y las Franciscanas de los Sagrados Corazones se habían asentado en diversas regiones españolas y pronto cruzaron el Atlántico para seguir su obra en los países de América. Dos historias entrelazadas que hablan mejor que muchos discursos de lo que ha sido la génesis cotidiana de la convivencia en España, su aliento profundo y su vocación universal.
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