Sin duda, junto con la baja natalidad, el mal estado de la enseñanza en España por lo que se refiere a los resultados es un factor que amenaza al país, prolongando de manera indefinida su recuperación. Porque, cuando ésta se produzca, lo que posiblemente determinará será una sociedad radicalmente dual, donde una parte tendrá trabajo e ingresos razonables mientras que otra vivirá en unas situaciones que oscilarán entre la pobreza relativa y la precariedad, y esto es algo que no nos podemos permitir.
Es cierto, y todavía más en el caso de España, que no existe a partir de un nivel determinado de gasto una relación directa entre resultados y el dinero que se invierte en la enseñanza. Polonia podría ser un ejemplo en este sentido. También es sabida la curva de rendimientos decrecientes que se da en todos los países desarrollados y que explica que cada nueva aportación que se añade a la existente obtiene menos resultados que los anteriores. Pero esto es un análisis macro. Hay que descender más al detalle, y entonces sabemos que las familias y la calidad de los maestros es determinante.
En España, los malos resultados dependen en buena medida de que las familias no saben qué hacer para educar a sus hijos, y por otra parte de que entre los maestros no existen mecanismos de evaluación que permitan la promoción de los mejores. Cuando se pone como modelo a Finlandia y se habla del gasto por alumno se olvida que allí los estudios para enseñar en la escuela son de una alta exigencia y solamente los mejores consiguen el acceso a los mismos. Es decir, hay una competencia y una selección antes de ingresar en la universidad. En España no se da esta circunstancia ni antes ni después, y los propios sindicatos son los más interesados en defender sus intereses, no a través de buscar mecanismos para elevar la calidad de los enseñantes sino de impedir las evaluaciones.
Tampoco los gobiernos se han manifestado demasiado acertados. Como es una práctica española histórica, confunden los resultados con el “hagamos una ley”, como si esto fuera un instrumento taumatúrgico que por sí mismo resolviera el problema. El ministro Wert va a repetir ahora el mismo error de siempre. Las leyes son la consecuencia final del programa de acción, no el preludio, y esto es lo que no tiene España, un proyecto integral para mejorar los resultados de la enseñanza.
Este programa, para ser tal, ha de implicar a las familias, a los maestros como grupo profesional, a las escuelas una a una, porque en realidad es allí donde se juega la cuestión en último término, y aún dentro de éstas aula por aula. También hay que plantearse que el medio ambiente, es decir la sociedad, debe colaborar con una buena educación. No deja de ser sorprendente que, a pesar de los malos resultados que desde hace años se vienen sosteniendo en este campo, todas las encuestas señalan que el tema de la enseñanza es una preocupación marginal para la mayoría de los españoles.
Ahora, la UNESCO ha elaborado un informe sobre la situación de la educación que reitera la mala posición española en términos realmente extremos. En España, uno de cada tres jóvenes de entre 15 y 24 años ha dejado sus estudios antes de acabar la secundaria, mientras que la media europea es de solo el 20%, con tendencia a mejorar. Este hecho guarda relación con el extraordinario paro juvenil. Es evidente que este es una lacra para la mayor parte de Europa, con la única excepción de Alemania (y ahí una vez más es necesaria la reflexión del por qué de una vez por todas no adaptamos el sistema alemán de formación profesional a nuestro país), pero en ningún lugar se llega a la cifra de superar el 50%. Una parte de este desempleo, obviamente, es debido a las condiciones generales, porque el paro está generalizado en el conjunto de la población. Pero hay una parte del mismo que tiene su origen en la mala preparación de estos jóvenes. El grupo peor de todos es el de los ‘ni-nis’, es decir los que ni trabajan ni buscan empleo, que representan del orden del 25% de los jóvenes que dejaron sus estudio al acabar el primer ciclo de Secundaria, y el 20% de los que la abandonaron después del Bachillerato.
Con estos volúmenes de población en fracaso escolar y ‘ni-nis’, España difícilmente puede encarar su futuro en términos positivos. Por consiguiente, como ya he apuntado antes, es necesario reclamar una acción integral, un pacto de Estado que incorpore a todos los ámbitos dirigido a salir de este agujero. Porque, de lo contrario, no es que lo pagaremos caro, es que ya lo estamos pagando.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos
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