Tres años de reclusión, reducidos con los atenuantes a un año y medio. Esta es la pena a la que el tribunal del Estado de la Ciudad del Vaticano ha condenado a Paolo Gabriele, el ex mayordomo del Papa.
Pero la condena aplicada a Gabriele por haber robado documentos del departamento del Papa no remedia en absoluto la desorganización en la que se desenvuelve el gobierno central de la Iglesia Católica.
Más bien, su proceso ha puesto todavía más en evidencia cuán vulnerable es el espacio de acción del Papa, aún cuando debería estar protegido al máximo.
A partir del proceso se confirmó que el mayordomo pudo robar más de mil documentos importantes, inclusive los más reservados, año tras año y con extrema facilidad. No en horas nocturnas y en forma furtiva, sino en horas de trabajo, en la misma habitación en la que trabajaba junto a los dos secretarios privados de Benedicto XVI, Georg Gänswein y Alfred Xuereb, sobre cuyos escritorios pasan todas las cartas dirigidas al Papa o las que provienen de él.
En esta habitación, adyacente y comunicada con el estudio privado de Benedicto XVI – desde cuya ventana el Papa bendice a la multitud congregada en la plaza San Pedro –, se había asignado a Gabriele un pequeño escritorio con computadora, y la fotocopiadora a disposición. Se ha sabido que fotocopiaba también en presencia de los dos secretarios, que le confiaban pequeños trabajos de secretaría y de correspondencia.
Sustrajo y se llevó a su casa las fotocopias de los documentos, pero no sólo a ellas. En sus armarios abarrotados se han encontrado también numerosos documentos originales, desde el 2006 en adelante, año de su ingreso al servicio. Cartas firmadas por el Papa. Otras referidas a sus cosas íntimas. Otras con la orden escrita en alemán, de su puño y letra: "zu vernichten", para destruir. También otras con mensajes diplomáticos en clave.
Agotada su utilización inmediata, todas las cartas personales del Papa son depositadas en un archivo que está situado en el piso de abajo del departamento pontificio. Este archivo está custodiado por Birgit Wansing, una mujer consagrada, alemana, que presta servicio en la Congregación para la Doctrina de la Fe, y que es también la más capaz y fiel transcriptora en la computadora de los textos escritos a mano por Joseph Ratzinger. La vigilancia de Birgit Wansing suele ser férrea e impasable. Al menos ésta.
Porque por el contrario, en el piso de arriba, durante años, sucedió lo opuesto. Cuando Benedicto XVI tenía huéspedes invitados a comer, Gabriele servía, escuchaba y memorizaba. Y cuando no había huéspedes invitados, es decir, en la mayor parte de los casos, el mayordomo se sentaba también él para comer con el Papa.
Es esos momentos – ha dicho en el tribunal – "he madurado la convicción que es fácil manipular a una persona que tiene un poder de decisión tan enorme. El Papa hacía preguntas sobre cosas de las que debía estar informado. También yo me expresaba algunas veces".
De hecho, Benedicto XVI y sus secretarios depositaron una confianza desproporcionada en un personaje del que tenían un conocimiento muy superficial, pero que llegó a ser “el laico más cercano al Papa” a causa de una serie de circunstancias fortuitas, y ni siquiera dotado en particular para desempeñar las tareas que se le confiaban, según lo que ha testimoniado monseñor Gänswein en el juicio.
De hecho también, pudieron desaparecer documentos originales, uno tras otro, sin que se activara jamás ninguna alarma. Y para darse cuenta que habían desaparecido también un cheque de 100 mil euros y una pepita de oro, regalados al Papa, hubo que esperar que tanto aquél como ésta aparecieran en casa de Gabriele.
El proceso ha acreditado que, en el acto material de robo de las cartas del Papa, Gabriele actuó solo. Pero ya esto es un hecho de una gravedad excepcional, porque es suficiente para dañar la certeza que se puede escribir y hablar al Papa bajo una reserva absoluta.
Sin embargo, el trastorno tiene un alcance más amplio. El mismo proceso a Gabriele lo ha hecho intuir. Ya se están llevando a cabo otras investigaciones por otros delitos con otros eventuales imputados.
"La instrucción se presenta compleja y muy trabajosa, es por eso que podría durar un período muy largo", ha escrito el promotor de justicia, Nicola Picardi, en la requisitoria para el envío de juicio de Gabriele, al anunciar posteriores desarrollos.
Un segundo proceso, por complicidad, que involucra a un empleado laico de la Secretaría de Estado, Claudio Sciarpelletti, se celebrará probablemente en noviembre. En él, entre los testigos, será interrogado monseñor Carlo Maria Polvani, responsable de la oficina de documentación de la Secretaría de Estado y sobrino del actual nuncio en Estados Unidos, Carlo Maria Viganò, cuyas cartas al Papa y a otros funcionarios vaticanos, hurtadas por Gabriele y que se hicieron públicas, hicieron explotar en el año 2011 el caso "Vatileaks".
Pero ya en el proceso contra Gabriel fueron llamadas, por el imputado, a testificar otras personas, de rango también muy elevado, a quienes él señaló como aquéllos con los que se confiaba.
Una de ellas era su confesor, don Giovanni Luzi. Gabriele le entregó a él una segunda copia de muchos documentos que estaban en posesión suya. Don Luzi dijo a los jueces que los había quemado, luego de haber conocido su proveniencia deshonesta. Pero a su discípulo espiritual le aconsejó hasta último momento que negara su propia culpabilidad, “salvo que fuese el Santo Padre quien se lo preguntara personalmente”. Hasta ahora, Don Luzi fue escuchado sólo como testigo.
Otro de los confidentes citados por Gabriele es el cardenal Paolo Sardi, patrocinante de la Soberana Orden Militar de Malta, y hasta el año 2009 responsable de la oficina que se encarga de redactar los discursos del Papa.
Durante el “reinado” de Juan Pablo II, Sardi se caracterizaba por su propensión a eliminar o a “cepillar” las sugerencias que el entonces cardenal Ratzinger anotaba al margen de los borradores de los discursos papales que se le entregaban para que los revisara.
También respecto a Ratzinger convertido en Papa, Sardi ha llegado siempre a destacarse. Tan cierto es esto que en una investigación del año 2009, llevada a cabo por el padre Claude Barthe en "L´Homme Nouveau" – la revista católica cuya editorial distribuyeba en Francia "L´Osservatore Romano" – Sardi fue puesto, no sin motivo, entre los líderes del partido curial que remaba contra el secretario de Estado, Tarcisio Bertone, pero en definitiva contra el mismo Benedicto XVI.
En efecto, entre las cartas robadas por Gabriele y entregadas a los medios de comunicación hay dos cartas de Sardi al Papa, muy feroces contra Bertone y contra el cardenal Dionigi Tettamanzi, pero entre líneas también contra el mismo Benedicto XVI, quien en los dos casos mencionados apoyaba a uno y otro cardenal.
En la confección de los discursos del papa Ratzinger – al igual que en la edición italiana de sus libros – desempeña además un rol importante su culta ex gobernante Ingrid Stampa, quien hoy presta servicios en la Secretaría de Estado y tiene libre acceso al Papa. También ella ha sido citada por Gabriele entre sus confidentes.
Ingrid Stampa tiene con Sardi una relación muy estrecha, cimentada por años de trabajo en común. Por el contrario, tiene fuertes fricciones con monseñor Gänswein, ya desde el momento en que, poco después de la elección de Ratzinger, ella se puso al lado del Papa y de los cardenales Angelo Sodano y Eduardo Martínez Somalo en la ceremonia oficial con la que el nuevo Papa tomó posesión del departamento pontificio. La foto del cuarteto, publicada en "L´Osservatore Romano", suscitó protestas e ironías que todavía hoy no se han aplacado.
Ingrid Stampa habita en el Vaticano, en el mismo edificio que Gabriele. Pero tenía forma de encontrarlo también en el departamento del Papa, en el que era y es huésped al menos una vez a la semana.
Entrevistada por el "Corriere della Sera" luego de que Gabriele había proporcionado su nombre, Ingrid Stampa habló de él en términos muy positivos: "Es una persona que razona y observa muy bien. Evalúa las cosas. Imagino que recogió todo ese material para hacerse una idea de la situación. Si tenía preocupaciones podía hablar con el Santo Padre, quizás habría podido hacerlo yo por él".
Pero según cuanto ha dicho en el tribunal, Gabriele ofrece de sí mismo un retrato muy diferente. Se ha definido como “un infiltrado del Espíritu Santo” en los malos procedimientos de la Iglesia, para hacer una limpieza en ella. En la etapa instructoria y luego en el proceso, los jueces vaticanos se han hecho de él la idea que es fácilmente sugestionable.
Con la enorme cantidad de secretos que ha arrebatado, el intento de las autoridades vaticanas es ahora que Gabriele no agregue más daños, con memorias o entrevistas futuras.
El padre Federico Lombardi dijo que casi seguramente Benedicto XVI le concederá la gracia.
En el Vaticano le asignarán un nuevo puesto de trabajo a su medida, lo más lejano posible de las habitaciones del Papa.