Hay un entusiasmo, muy caricaturizado en chistes, películas y novelas, característico de las chicas bien o los niños pijos que dicen sin parar: “¡Genial!”, “¡Estupendo!”, “¡Precioso!”, “¡Millones de gracias!”, “¡Qué encanto!”, “¡Fenomenal!”, ¡etc! En la novela El pastel de piel de patata se ríen también de eso cuando dicen de un personaje: “Debe de tener algún aristócrata escondido en su genealogía; porque puede mirar con benevolencia a media distancia como un duque”. No es tic ni moda ni pose: es consecuencia.
“Ingenuo” viene etimológicamente del que ha nacido en una buena familia romana. Ese abrigo hace mirar el mundo con ojos cándidos en vez de con los ojos resabiados (qué remedio, el pobre) del esclavo o del siervo. El niño pera es, en palabras de San John Henry Newman, “demasiado indolente como para abrigar ninguna mala intención”. El tono lo describió Pessoa en el Livro do desassossego: “Ser pesimista es tomar cada cosa como algo trágico, y esa actitud es una exageración y una incomodidad”.
Como no estamos para desaprovechar talentos, hay que reivindicar esta actitud, sin hacer de menos a los que protestan por todo y piensan mal, que también tienen su función pública de vigilancia y tensión. Pero vivimos en una sociedad que se está crispando por todo: si no llueve, si llueve, si besa, si no besa, si esto o si lo otro. No perdamos el valor de la ingenuidad, que no es talmente un optimismo, según Emmanuel Mounier: “Lo contrario al pesimismo no es el optimismo. Es una mezcla indescriptible de simplicidad, de piedad, de obstinación y de gracia”. Se trata de una ingenuidad inoxidable, quizá cimentada en vivir en los mundos de yupi, pero agradabilísima. “Pienso que es posible vivir con nobleza en este mundo con tal que vivamos idealmente en otro”, notó George Santayana, experto en vivir en ambos mundos.
Goethe recoge una vieja leyenda: “Un montón de personas se encuentra en torno a un perro muerto que ya está casi podrido, cada una le da una patada y profiere un insulto. Cuando le tocó el turno a Jesús dijo: ‘Los dientes son blancos como perlas’”. Un pastor protestante de Edimburgo, Alex Whyte, se aplicó el cuento y siempre encontraba ocasión para dar gracias. Un crudo día de invierno uno de sus fieles pensó: “En esta mañana de perros, no va a tener nada que agradecer…”. Pero se arrancó diciendo: “Te damos gracias, Señor, porque todos los días no son como éste”. ¡Es genial!
Publicado en Diario de Cádiz.