Cuando era niño jugábamos a un juego que llamábamos “¿Persona, animal o cosa?”. Consistía en pensar en secreto un personaje conocido, un animal o una cosa mientras los demás tenían que descubrirlo haciendo preguntas. El que pensaba, sólo podía responder "sí" o "no". Ganaba el primero que acertaba.
Esto no es un juego
He resucitado este recuerdo para preguntarme si el óvulo recién fecundado por el espermatozoide, el llamado cigoto, es persona, animal o cosa. Como esto no es un juego, aquí la respuesta sí importa, y mucho. Una respuesta incorrecta podría tener consecuencias nefastas y poner en juego muchas vidas. Pero no voy a ir por ese camino tan obvio y que ha sido tan manipulado, voy a mirar más en profundidad.
Siguiendo con el juego vamos a considerar los conceptos de forma no excluyente -inclusiva-. El cigoto evidentemente es cosa, pues tiene masa y extensión, aunque sean mínimos y no se vea a simple vista. También tiene vida animal, es decir, es una célula de tipo animal, con un metabolismo que produce energía y con capacidad de desarrollo como individuo de una especie. Nace, crece, se puede reproducir y muere.
¿Qué es ser persona?
Pero ¿es persona? Creo que para responder a esta pregunta hay que aclarar primero qué entendemos por “persona”. Ha habido y hay muchas definiciones. Me voy a atrever a dar una, quizás poco ortodoxa, pero que me parece consistente: “Persona es aquella intimidad abierta, llamada a la existencia, que tiene como objeto último una relación profunda con otras intimidades, sobre todo con la que le llamó”. Dicho de otra forma, somos personas aquellos seres que recibimos una llamada, que es creadora y trascendente, a compartir nuestra intimidad con otros seres también con intimidad, semejantes o superiores a nosotros. Cualquier otra idea que no se mueva en estos parámetros es, sin duda, hija del Mito del Progreso. Así, lo fundante es, en definitiva, la llamada, que se concreta en “llamados a dar respuesta al Amor que llama”. Tenemos la estructura íntima de una "respuesta".
Para que esto sea posible, todos los seres personales, también los ángeles y las personas divinas, disponemos en nuestra intimidad de cuatro notas (en algunas escuelas filosóficas aparecen con el nombre de “trascendentales”). A saber: la coexistencia, la libertad, el conocer y el amar personales.
Los seres espirituales puros tienen estas cuatro notas de por sí, ipso facto. Pero para los seres humanos, mientras vivimos en este mundo, no es así. Nuestro "acto de ser persona" tiene necesariamente una dimensión histórica, un tiempo y un espacio, es decir, un carácter corporal. Esto hace que esas notas, aunque se posean desde el principio en plenitud pues son fruto de la llamada creadora y hacen referencia a su fin último, necesiten del desarrollo del cuerpo para manifestarse en un proceso progresivo.
Como se deja entrever, lo que nos hace "respuesta al amor", es decir, lo que hace a una persona persona, es la llamada recibida, la dirección emprendida desde el inicio, en definitiva, su objeto último. En ningún caso una visión "positivista" o "mecanicista" como el grado de consciencia, si tiene un corazón que late, cerebro que se vea con un ecógrafo o le salen patitas o pelitos. Por lo tanto, el ser persona no depende del grado de desarrollo corporal, capacidades sensitivas o mentales, sino de algo intrínseco: la llamada a la relación íntima, independientemente de que aparentemente se logre o se frustre, y que exclusivamente depende del poder del que llama.
La intuición del sentido común y de la Historia de la Salvación
Con lo reflexionado hasta ahora, vamos a responder de una forma menos elevada a la pregunta inicial de si el cigoto es persona: ¿tiene el espermatozoide, que vive sólo 72 horas, una llamada a compartir su intimidad? Evidentemente no. ¿Goza el óvulo, que vive 48 horas, de la misma llamada? Pues, tampoco. Sin embargo, ¿el cigoto u óvulo ya fecundado, que podrá vivir una media de 82 años en España, está llamado a compartir su intimidad? Claramente, sí. Nótese la diferencia y cuán intuitiva resulta. Lo dice la canción Tenía tanto que darte, de Nena Daconte, de forma mucho más bella.
La Historia Sagrada, el legado de la Fe, el Magisterio y la Tradición siempre han tenido esta intuición. Se podría enunciar como: «En el momento exacto en el que lo que hay dentro del seno materno adquiere su peculiar “programación como radicalmente otro”, Dios crea e infunde en ese ser un alma personal, llamando a la existencia a una persona amada desde toda la Eternidad». La ciencia ha dado después la razón a esta idea. En cuanto el núcleo del óvulo fusiona sus genes con los del núcleo del espermatozoide, surge un nuevo ser con un proyecto vital diverso al de la madre, con una biografía nueva y por hacer, cuyo objeto último es compartir su intimidad íntimamente, con la gracia de Dios, hasta hartar.
Si se toca se tambalea
Hay cosas que es mejor no tocar. Si nos cargamos esto, nos vamos a cargar primero parte de la doctrina y, después, el resto. ¿Si el cigoto aún no es persona, cómo pudo una Persona Divina encarnarse en el momento de la Anunciación? ¿O es que entró más tarde en el feto como una rata en su madriguera, como un ladrón en la casa, como un ultracuerpo en su huésped, usando el feto como un avatar o como un diablo en su poseído? Entonces ¿María es o no es verdadera Madre de Dios como lo es cualquier otra madre de la persona de su hijo, o sólo del avatar de Dios? Igualmente, si el pecado sólo es atribuible a los seres personales y el cigoto no es persona ¿dónde queda la doctrina de la transmisión del pecado original? Del mismo modo, si el dogma de la Inmaculada Concepción dice que María fue preservada del pecado original en el primer instante de su concepción ¿cómo fue esto posible, si su cigoto no era persona? ¿Qué entendemos por concepción? ¿Lo que entienden el sentido común y la ciencia, o una especie de peligrosísimo dualismo cartesiano? ¿Dónde queda la “unión substancial alma-cuerpo”? ¿De dónde procede el cuerpo personal de cada uno si no está informado por el alma desde su mismo origen? Podemos seguir: ¿en la Sagrada Forma hay presencia real de la persona de Cristo, o es algo imaginario porque no tiene cabecita y patitas?...
¡Me lo expliquen, por favor!
¿La Redención es aplicable a todos, también a los cigotos? Según las Escrituras, “Dios nos ha elegido en Cristo, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor” (Efesios 1, 4). Parece como un tsunami de amor y gracia que arrolla a todos. La Comisión Teológica Internacional, en el documento La Esperanza de la Salvación para los Niños que mueren sin Bautismo de 2007, así nos lo quiere hacer ver. Pero parece que no, que nos ha elegido no desde antes de la creación de mundo, sino que esperó a que nos crecieran las orejas para poder amarnos. Absurdo. No lo entiendo. ¡Me lo expliquen!
Volvamos a los clásicos, a los Padres y Doctores de la Iglesia, a San Agustín, a Santo Tomás... A Papas recientes santos, con mente preclara, San Pablo VI, San Juan Pablo II…
Me atrevo a hablar de esto sin ruborizarme porque siempre he oído que en la Iglesia todos somos oveja y pastor. No puede ser que queramos oler tanto a oveja que confundamos churras con merinas. O, lo que es peor, persona, animal o cosa.
¡Y hasta aquí puedo leer!