Los niños, ya espontáneamente, ya por diversas experiencias, hacen preguntas, generalmente a la madre, a la que se puede definir como la educadora sexual por excelencia. El lugar ideal para la educación sexual ya desde pequeños es la familia. Los padres deben procurar que los niños conserven su simplicidad y contestar a sus preguntas con respuestas claras, dignas, verídicas y asociadas al amor. Es muy importante tener en cuenta que sus preguntas son oportunidades únicas para que piensen y aprendan y que debemos contestar adecuadamente, porque de nuestra manera de responder dependerá en buena medida la relación que se establezca posteriormente. Hay que hablar cuando el niño lo necesita, escuchándolo y creando un clima de confianza y espontaneidad, siendo la infancia una época muy buena para charlar con sencillez y normalidad de estas cuestiones. No es posible decirlo todo de una vez, pero es preferible hablar un mes antes que un día después. La información ha de darse gradualmente y con naturalidad, pero buscando siempre la formación.
Hacia los tres años, hay un principio de interés por el recién nacido, mientras que a los cuatro ya les interesa cómo nacen los niños, aceptando la respuesta de la madre “que el niño viene en el vientre”. También pregunta cómo sale el niño del vientre de su madre. Preguntas de este tipo no tienen en ellos carácter sexual, sino simplemente el deseo de resolver una interrogación. Conviene incluso que sean los padres los que tomen la iniciativa, especialmente ante los niños que no hacen preguntas, pero mejor todavía es aprovechar las ocasiones para provocar las preguntas de los niños, respondiendo con la verdad, aunque no es preciso ni conveniente que sea toda la verdad.
Es necesario que los niños hagan sus descubrimientos. Si no lo hacen durante la infancia, lo harán más adelante, pero entonces puede ir mezclado con complejos de culpabilidad. En esta época vive su pertenencia a la familia como una experiencia fundamental, pues dentro del círculo familiar es donde se siente a salvo, protegido, comprendido y donde desarrolla sus fuerzas afectivas. Allí aprende a vivir un orden y también a desarrollarse. En este período el contacto con niños del otro sexo es muy conveniente.
A los cinco años se muestra desnudo con menos frecuencia y pregunta el por qué de las diferencias sexuales. A los seis años se interesa por el embarazo y nacimiento, preguntándose cómo empieza a existir un niño y si es doloroso que el niño salga del vientre de la madre, no costándole aceptar la idea de haber empezado por ser una semilla.
Recordemos sobre todo que la educación sexual debe ser ante todo educación, siendo la mejor educación sexual la educación integral, pues no es la sexualidad sola la que hay que educar, sino la persona entera. Por ello, el amor mutuo de los padres es la mejor enseñanza que pueden transmitir. En los más pequeños, es fundamental la educación de la voluntad, que está estrechamente relacionada con lo que será, en su futuro, la integración de la afectividad con la sexualidad. Dicho esto, es conveniente que el niño vaya conociendo progresivamente las diferencias sexuales entre hombres y mujeres, con una actitud de naturalidad hacia el cuerpo y sus funciones, así como cuál es el vocabulario adecuado.
Es necesario que entienda que el amor es un sentimiento importante e imprescindible para la vida, reconociendo el papel de la familia en su vida y su propio papel en la familia. Es bueno que observe que los niños tienen un padre y una madre, que comprenda que un bebé se desarrolla dentro de su madre y que la reproducción necesita hembras y machos, siendo un proceso natural esencial para toda forma de vida. Conviene que sepa cómo se realiza el nacimiento a través del cuerpo de la madre, se dé cuenta que crecer es mucho más que aumentar de tamaño, ya que supone responsabilidades, y entienda que un bebé necesita mucho cariño y muchos cuidados. Pero recordemos que la educación afectivo sexual es siempre educación para el amor.
Pedro Trevijano