Parafraseando las primeras palabras del Manifiesto de Marx, podemos preguntarnos si no acecha a la Iglesia un fantasma: la gnosis. ¿Sigue golpenado la vieja herejía, nunca vencida del todo? Contra ella combatieron Hipólito, Justino, Ireneo, Clemente, Agustín. Contra la gnosis cátara lucharon Inocencio III, Santo Domingo, Simón de Montfort. Santo Tomás combatió la gnosis con sus Summas, y San Buenaventura luchó contra los joaquinistas y los espirituales dentro de la orden franciscana. En Trento, los padres conciliares se opusieron a la gnosis presente en la Reforma. Pío X se aplicó contra la gnosis modernista. Pregunta: ¿quién lucha hoy contra la gnosis?
La herejía gnóstica es camaleónica, se camufla, es multifacética, líquida y difícil de encuadrar. Sortea los obstáculos para reaparecer en la Historia surgiendo de pasadizos cársticos. Se disfraza de cristianismo y quiere transformar la Iglesia desde dentro. Basta con sustituir la palabra Logos por la palabra Gnosis, pero San Juan dice que en el principio era el Logos y no la Gnosis. Ésta quiere una salvación sin conversión, se opone al orden de lo creado, desprecia la ley, odia el matrimonio y la procreación y aplaude la sexualidad estéril, separa el cuerpo del espíritu y considera que se puede ser puro incluso en la lujuria, transforma el Mensaje en una fórmula esotérica que, una vez conocida, puede salvarnos, quiere remodelar la realidad, busca lo nuevo contra la tradición, contrapone el espíritu a la letra, anuncia un futuro milenarista, piensa que los dogmas evolucionan.
Marción, en el siglo II, fundó una Iglesia gnóstica. Creía que al Dios del Antiguo Testamento, creador, legislador y juez, se contraponía el Dios del Nuevo Testamento, manso, piadoso y misericordioso. La antigua ley del Decálogo habría sido sustituida y anulada por la nueva ley de las Bienaventuranzas, así que sería posible ser de Cristo sin respetar las Tablas de la Ley. Un cristianismo no normativo, sino guiado por la suave espontaneidad del Espíritu, una Iglesia carismática no lastrada por la ley y por el derecho. Una Iglesia espiritual sin la pesadez de la doctrina en cuanto expresión no del Logos sino de la Gnosis. Una Iglesia en perpetua revolución interna porque no estaría sujeta a la camisa de fuerza de la autoridad, sino a la amabilidad de la caridad y de la misericordia. Una Iglesia donde nadie condena ya nada, para no parecerse al falso dios del Antiguo Testamento. Una Iglesia abierta al futuro en sí mismo, en vez de atenta a conservar su pasado. Abierta a todos y nada celosa de sus propios límites.
Cuando en la historia de la Iglesia cambiamos los paradigmas filosóficos y teológicos, siempre hay que preguntarse si detrás no habrá también causas espirituales y religiosas, si no habrá herejías, adoración de falsos dioses o falsas adoraciones de Dios, además de falsas ideas. Si se dice que la doctrina evoluciona, que las barreras doctrinales entre las religiones deben abatirse, que hay que caminar hacia una única religión porque en el fondo todos adoramos al mismo Dios, si se celebra la religión de la humanidad centrada en el hombre y no en Dios, si se invierte la relación entre la doctrina y la praxis, entre la norma y la situación, entre la ley y la conciencia, entre la contemplación y la acción, si se apela a la Madre Tierra más que al Creador, si se acepta una sexualidad deliberadamente estéril como si fuese un valor, si se cultiva una visión pagana de la naturaleza -aunque sea un paganismo evolucionado y sofisticado-, si se cree que la salvación puede eludir el depósito de la fe custodiado y transmitido fielmente por la Iglesia… entonces quiere decir que hace tiempo no solo cambió un paradigma de pensamiento, un modo de ver las cosas en virtud del cual hoy se acepta lo que ayer se condenaba y se enseña cuanto ayer se prohibía, sino que por la grieta entró un nuevo espíritu de tipo religioso.
Con el correr del tiempo, la gnosis se ha concretado también en movimientos sociales, culturales, políticos. Todos los mesianismos políticos tienen un trasfondo gnóstico. También todos los movimientos revolucionarios. La gnosis iluminista desacralizó la religión, la romántica destruyó la ley moral en el altar del sentimiento, la comunista destruyó la verdad sustituyéndola por la praxis política, la del 68 atacó la autoridad. Todas destruyeron el orden y produjeron un futuro edificado sobre las ruinas del orden, esto es, un desorden. También la Iglesia puede vivir el desorden si se entrega al sincretismo, si invierte la relación entre pastoral y doctrina, si consulta la situación social de hoy antes que el Evangelio de siempre, si cede al sentimiento y renuncia a la razón, si niega la justicia con la misericordia, si niega, por decirlo con el cardenal Caffarra, que la lógica de la Providencia divina conduzca a todos los hombres a su fin respetando la condición natural de la criatura misma.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Carmelo López-Arias.