Ya sé que varios obispos y algunas asociaciones católicas han expresado su disconformidad con el establecimiento en España –y ahora ya se sabe que en la Comunidad de Madrid, probablemente en Alcorcón- del macrocomplejo de Eurovegas, dedicado al ocio, a grandes hoteles y a convenciones y congresos. No me divierte lo más mínimo, sino al revés, llevar la contraria a nuestros pastores, con los que quiero estar siempre en sintonía, pero creo honradamente que en este caso no han tenido suficientemente en cuenta todos los extremos de tan fabuloso proyecto, a semejanza de las Vegas de Nevada.
Dos son las objeciones de peso, si no he leído mal, que se hacen a este proyecto: que fomentará la prostitución y la ludopatía, en un gran radio de influencia. Bueno, vayamos por partes. La prostitución está hoy en España en plena calle, a la vista de todo el mundo. Rara es la ciudad de alguna dimensión que no tenga lugares públicos –calles, plazas, parques, jardines, polígonos industriales más o menos abandonados, orillas de carreteras, etc.- en los que las peripatéticas no campen por su respetos, vestidas, es un decir, de modo provocativo, sin ninguna clase de control sanitario ni nada que se le parezca. Y todo a plena luz del día o de la noche, a la vista de todo el mundo.
Las autoridades municipales hacen a veces esfuerzos para erradicar de la calle esta plaga tan vieja como la especie humana, sin embargo, no parece que obtengan grandes resultados. Como mucho sacar la oferta de sitios céntricos, desplazándola a zonas más apartadas, con las consiguientes molestias a los vecinos de barrios periféricos, pero sin poder acabar nunca con tan lucrativo negocio. Luego tenemos la publicidad sin recato en los propios periódicos de información general, cuyo ejercicio tampoco creo que esté muy controlado, o el servicio bajo cuerda de ciertos hoteles facilitando la compañía nocturna de señoritas de esas. ¿Prostitución, decimos?
Un gran complejo de ocio aportará la ventaja, digo yo, que la prostitución, de haberla, se llevará a cabo bajo cubierto, es decir, a cubierto del tiempo inclemente, sobre todo en invierno, y a cubierto del exhibicionismo callejero que tan desagradable es. Si se permite el comercio del sexo en estos lugares de ocio, siempre será en locales cerrados, lejos de miradas obligadas o furtivas, y con los controles médicos y legales propios del caso. Y para las propias ejercientes, siempre resultará más digno, si hay algo digno en este “trabajo”, permanecer vigilas pero legalmente protegidas, que andar sueltas por ahí como perritos callejeros. Será del mal, el menos.
Y en cuanto a la ludopatía, qué quieren que les diga. Si España es un lupanar generalizado, con las playas transformadas en escaparate de féminas al descubierto, no podemos hablar mejor del juego, con un Estado convertido en el gran promotor de la ludopatía nacional. No hay día que no se celebre un sorteo de lo que sea, aparte de la lotería de la ONCE, también diaria según creo, las quinielas varias, los bingos, que son como los Mercadona, que están en todas partes, y las maquinitas tragaperras, que en mis tiempos de periodistas en activo inundaban los bares. No sé ahora como está el patio. Llevo años sin entrar en un bar. Ni por supuesto, jugar a nada, ni siquiera en Navidad.
Debo ser el único español que se zafa de la liturgia y el peaje del sorteo navideño. En esto del juego he seguido siempre la máxima de mi padre, liberal de costumbres austeras y de palabra más de fiar que un acta notarial. Decía: “si quieres que te toque la lotería, trabaja mucho y haz economías”. Aparte de que el dinero del juego no luce, no suele ser provechoso. Como no cuesta ningún esfuerzo conseguirlo, con la misma facilidad se despilfarra, de manera que al cabo del tiempo, el afortunado está como antes o peor.
Debo recordar que en la Comunidad de Madrid ya funcionan dos grandes casinos, uno en Torrelodones, junto a la carretera de La Coruña, y otro en Aranjuez, o sea que el proyecto de Adelson, en este aspecto, sólo aportará grandiosidad y muchos más servicios de ocio, entretenimiento y relaciones empresariales y sociales de muy diverso género.
También hay que recordar que la Eurovegas supondrá una inversión de 18.000 millones de euros, al decir de los periódicos, que es una cantidad como para resucitar a un muerto, y que es lo que ahora necesita España para salir del pozo: inversiones, inversiones, y más inversiones, que generen empleo, como se asegura de ésta, que creará decenas de miles de puestos de trabajo. Un cantidad realmente grande, pero la tasa de desempleo es tan brutal, que no mellará mucho las cifras totales, pero por algo se empieza, y Eurovegas puede ser el punto de partida para la recuperación económica que necesitamos casi tanto como el aire que respiramos.
En todo caso es muy fácil condenar lo que en realidad todavía desconocemos, sobre todo desde una posición confortable en la que no faltan nunca los garbanzos. El puritanismo queda muy bien rechazando posibilidades de empleo por escrúpulos supuestamente virtuosos, pero ¿qué opinan los millones de personas que permanecen de brazos cruzados a la fuerza? No hay que olvidar que cuando el hambre entra por la puerta, la virtud se escapa por la ventana. Y en España hay muchas familias que lo están pasando mal, realmente mal. Recibamos, pues, con buena cara este gigantesco proyecto. “Hágase el milagro, aunque lo haga el diablo”.