Era de esperar que algunos comentaristas atribuyeran los tristísimos acontecimientos de los niños de Córdoba al clima moral tan contaminado que soportamos, pero no creo que haya que buscar ahí las causas remotas de tanta maldad. Cierto que las costumbres se han deteriorado mucho, y que se está perdiendo el sentido del pecado y del mal, como explicaba en un reciente artículo mío en estas páginas, pero los sucesos que ahora nos ocupan y que han estremecido a la opinión pública tienen, a mi juicio, otros orígenes, según el relato que voy a referir, acontecido hace 77 años, parecido en ciertos aspectos a los horribles sucesos de Córdoba.
Los trágicos hechos ocurrieron en Onda (Castellón), pueblo en el que nací. A pesar de que a la sazón sólo contaba con cinco años, recuerdo perfectamente ciertas escenas de aquella tragedia que nunca he olvidado. Unos novios pensaban casarse pronto, y para ello el chico fue ahorrando peseta a peseta un cierto dinerito. El padre de la chica, un tipo de carácter violento apodado el Masiano, le pidió prestado una cantidad. La hija, sin embargo, aconsejó al novio que no lo hiciera, porque no le devolvería el préstamo. El señor, aparte de otras “virtudes”, no se distinguía por su espíritu laborioso y buen administrador de sus propios caudales. La negativa enojó de tal modo al hombre que decidió tomar venganza contundente de la pareja.
Una noche, cuando la hija se hallaba totalmente dormida, le asestó un pistoletazo en la nuca, que le provocó la muerte instantánea. Con ayuda de la mujer, de sobrenombre la Rufa, le taponaron el orificio del disparo, cambiaron las sábanas y la funda de la almohada y lo dejaron todo en orden para cuando la madre llamara al médico. Pocas horas después, todavía muy de madrugada, el Masiano se fue de caza con el novio de la hija, según habían quedado la noche anterior.
Anduvieron a pie varios kilómetros, hasta un paraje alejado de la población, denominado el Palmeral, casi en la raya del límite con el término de Villarreal.
El médico, con el que tenía una iguala esta familia, tras “reconocer” a la difunta, certificó que había sufrido un derrame cerebral que le había causado la muerte súbita, pero sin explicar la causa del mismo. Del chico nunca más se supo.
El pueblo, que desde el primer momento se malició lo que había ocurrido, se amotinó y tuvo que actuar la Guardia Civil montada a caballo para contener la ir popular. Una vecina, experta en cantares, le sacó algunas coplas, una de las cuales, que no se me ha borrado nunca del disco duro personal, decía así: “Por allá vine el Masiano,/ con la Rufa, con la Rufa de la mano,/ yo le dije criminal que l’has mort en el Palmeral” (que lo has matado...).
Las operarias de las fábricas de azulejos, iban y venían de los tajos a sus casas, pasando por la calle principal del pueblo, cantando a todo pulmón esta y otras tonadas acusatorias. Yo vivía muy asustado, ya que la vecindonas se encargaban de alimentar mis miedos mentándome al parricida. “Vicentico, que viene el Masiano” y salía pavorido a refugiarme en las faldas de mi madre. Era como decir que venía el hombre del saco, el sacamantecas o, en mi tierra, el moro Muza, aquel que mandaba las hueste musulmanas que derrotaron a don Rodrigo en el año 711, que ya era tener memoria histórica.
Se celebró el juicio en el juzgado de primera instancia de Nules, pero resultó que el juez había sido amamantado por la madre o la misma nodriza que el Masiano, de manera que absolvió al matrimonio “presunto” parricida por falta de pruebas, pero los alejó del pueblo, enviándolos a Valencia, donde podían perderse en el hormiguero de una gran ciudad. En algún lugar de la capital montaron una “paraeta” (tenderete) de chuherías para niños, con la que se ganaban la vida.
Iniciada la guerra civil, el comité revolucionario local decidió retomar la causa. Localizado en Valencia el Masiano y su mujer, los trasladaron al pueblo, y en cuanto llegaron, el comité formó un piquete de hombres armados que fusilaron de inmediato, sin mayores preámbulos, al marido, pegado a la pared del matadero municipal, en presencia de un enorme gentío. Con el Masiano tendido en el suelo en medio de un gran charco de sangre, los miembros del comité propusieron a la Rufa que si contaba todo lo que había pasado le perdonarían la vida. La señora relató con todo detalle la tragedia. Los miembros del tribunal popular, tras oír el relato de la acusada, cuchichearon entre ellos y decidieron ejecutarla también como al marido, fusilándola seguidamente.
En Onda nunca se ha comentado públicamente este suceso, entre otras razones, porque el matrimonio tenía tres hijos más (Salvador, Carmencita y Vicente) que han sido unas magníficas personas, muy estimadas por cuantos los han conocido y tratado, a los que no se quería hacer más daño del que ya sufrían de por sí.
Y ahora viene el corolario de estos padres capaces de matar a sus propios hijos por motivos siempre oscuros y tenebrosos. ¿Tiene la ciencia médica alguna explicación razonable que aclare estas conductas endemoniadas? Me temo que no, a menos que acepten que el demonio puede inducir a estas reacciones tan irracionales y perversas. Desde la mera humanidad, no tienen explicación, aunque haya creyentes que nieguen la existencia del diablo y el infierno. No digo ya los indiferentes o ateos. Sin embargo, como dicen que dicen los gallegos a propósito de las meigas, en las que no creen, pero “haberlas haylas”.