El tesoro de convivencia con la Sagrada Familia que se nos ofrece para este tiempo crítico, debemos defenderlo mientras dure el asedio que ya se inicia. Un asedio que conjugará la presión y la corrupción espiritual impulsadas por el aparato anticrístico, con algunos añadidos que ahora no podemos ni imaginar. Nos encontraremos como islotes en medio de un mar de burlas, calumnias y hostilidad.
Debemos, desde ya, reforzar los vínculos que nos unen entre nosotros; sin por ello descuidar la caridad hacia aquella mayoría – incluyendo, por desgracia, familiares, amigos y vecinos, muchos de los cuales ni se lo imaginan - que pueden ser arrastrados por el engaño, sobre todo al principio. La preservación de esta gracia excepcional exigirá también un esfuerzo de comunicación con nuestros directores espirituales para la confesión frecuente; un uso constante de los sacramentales, protegerse mediante el crucifijo, el agua bendita, los detentes y medallas adecuados y, sobre todo, permanecer bajo el manto de María en cualquier circunstancia.
Permanecer bajo el manto de María no consiste sólo en estar en gracia – porque si caemos, Ella nos ayuda a levantarnos – sino, sobre todo, en imitarla cuidando, por este orden, la humildad, la pureza y los modales: Incluso nuestro lenguaje cotidiano debe adecuarse a la Reina, evitando las palabras malsonantes en cada pequeño contratiempo, porque el enemigo las utiliza para incomodarla.
La preservación de los sentidos externos requerirá – requiere ya – el alejamiento de las pantallas (de tv y cibernéticas salvo misiones específicas) así como mantenerse fuera del alcance de otros instrumentos de control (ondas de baja frecuencia, microchips incorporados, etc.).
La confidente del Señor, Marga, que preguntó sobre la tv el día 22 de abril del 2004, recibió una respuesta tajante ¡cortar la televisión! (VDCJ p. 464) Los que crean que pueden permanecer inmunes a la seducción subliminal de las pantallas se equivocan: Ellas son los iconos parlantes de la Bestia (Ap 13, 15). A la misma Marga, Jesús le había hecho, el 19 de marzo del mismo año, una descripción gráfica de la deriva apóstata: “Reunión fraterna y plegarias falsas. Atención a los pobres y necesitados, si y sólo si piensan como ellos. Ponte esta señal en la frente y te dispensaremos los alimentos. Únete a nosotros. Abandona ritos ancestrales. Ven a una reunión con tus hermanos y goza de la alegría fraterna verdadera. No vivas aislado. ¿Te crees mejor? ¿Te crees bueno? No te aíslas tú, sino que aíslas a tus hijos por querer seguir con tradiciones pasadas de moda. ¿No sabes que la Iglesia ha cambiado? Libérate y no te llenes de hijos; sobre todo no en esta época de carestía…” (V.D.C.J. pp. 455-456). Algunas de estas monsergas, cargadas de velada amenaza, comenzamos a escucharlas ya, y en los sitios más insospechados.
La batalla central de la perseverancia se dará en torno a la Eucaristía. Contra ella arremeten las sectas infiltradas en la Iglesia, que han comenzado su profanación sistemática. Profanación que reviste carácter demoníaco en zonas de Europa central, Brasil y otros lugares más cercanos (misas con masones; mujeres consagrando; comuniones para adúlteros, etc.).
A Roma le resulta prácticamente imposible atajar estos desmanes mediante medidas disciplinarias. Pronto habrá que seleccionar aquellos templos donde realmente se consagra con fe en la presencia real de Jesucristo y en la transubstanciación. Recibir la comunión de rodillas y en la boca, siguiendo el ejemplo del Papa Benedicto, supone, en muchas ocasiones, exponerse a situaciones violentas, aunque recuerda la presencia divina a los despistados; pero en las profecías – tanto bíblicas como privadas - se prevé un momento en que cualquier signo sacral nos será prohibido; y ese momento marcará el comienzo de una vida eucarística de catacumba.
Conviene meditar al respecto algunos avisos de Ana Catalina Emmerick, beatificada por Juan Pablo II el 3 de octubre del 2004, la cual, hablando de la gran tribulación, explicó: “Me parece que se exigió una concesión del clero que no se podía conceder. Vi a muchos sacerdotes mayores, especialmente a uno, que lloraba amargamente. Unos cuantos jóvenes también lloraban. Pero otros, y entre ellos estaban los indiferentes, hicieron prontamente lo que se les exigía” (20 de abril de 1820). Los seglares también lloraremos ante la desolación de los templos, pero todas esas lágrimas serán de bienaventuranza, porque seremos consolados (Mt 5, 5).
El mayor sufrimiento al que podemos quedar expuestos provendrá, probablemente, de la calificación como desobedientes, hipócritas o herejes, que puede sernos endilgada por las estructuras oficiales en cuanto cese la vigilancia de Benedicto XVI, si se produce en la Iglesia el cambio brusco, y al mismo tiempo disimulado, que parece estarse cocinando: Los silencios, las inhibiciones y las pasividades que han consentido durante estos años las “teologías”, licencias y “liturgias” adaptadas a la Nueva Era, pueden trocarse entonces, como por ensalmo, en calumnias y anatemas contra quienes osemos sostener la disciplina, la moral y el dogma en las cuestiones candentes. Esa persecución interna nos distinguirá del magma de la religiosidad convencional donde habrá – ya despunta - una confusión indescriptible.
El P. Sáenz, siguiendo a Castellani, añadió al respecto una reflexión tremenda: “Lo más dramático serán los tormentos interiores que experimentarán los que se obstinen en su fidelidad. Se verán sometidos a noches oscuras interminables, a conflictos de conciencia desgarradores, que en muchos casos no se resolverán en esta vida…” Aunque – a mi juicio - ese drama interior van a experimentarlo, sobre todo, aquellos que, habiendo comprometido su obediencia, vayan descubriendo después, poco a poco, la pestilencia del azufre.
Es clarificadora la descripción de Ana Catalina Emmerick: “Ahora veo que en este lugar (en Roma) se socava a la Iglesia con tanta habilidad que ya casi no quedan ni cien sacerdotes que no hayan sido engañados. Todos, incluso el clero, trabajan para la destrucción” (20-X1820). Algunos pensarán que la santa alemana exageraba, que es imposible que desde Roma se pueda socavar la Iglesia; y difícil que todo el clero, menos cien sacerdotes, pueda ser engañado…Pero apenas estamos en los comienzos y hay ya síntomas graves: ¿Por qué la web oficial de la Radio Vaticana ha hecho propaganda de las obras de Joan Chittister, decana “religiosa” del feminismo New-age y de la desobediencia? Sólo un ejemplo entre muchos. Lo cierto es que, a la vista de la situación, Ana Catalina Emmerick pudiera no haber exagerado lo más mínimo. La capacidad de disimulo del Pseudoprofeta, todavía emboscado; y la paciencia y sutileza demostradas durante décadas por el aparato ramificado que le arropa, no han sido detectadas por la eclesiología convencional, desentendida del alerta evangélico. No será pues Dios el que defraude la confianza de los cristianos, sino, por el contrario ellos mismos, al haberse planteado dicha confianza prescindiendo de las advertencias escatológicas que debían orientarla.
La perseverancia en la Fe verdadera no va a ser fácil. Ya no es fácil ahora, y las dificultades crecerán en breve. Quienes permanezcan en la brecha tendrán que tener constantemente a mano el Catecismo de la Iglesia Católica para justificarse; y aun así serán – seremos - pronto desautorizados. Afortunadamente, para los pequeños agarrados con fuerza a las manos de María, estos días contarán, cuando menos, con su consolación maternal: una sonrisa suya lo alivia todo. Como dice el Apostol, nadie podrá separarnos del amor de Jesucristo contra nuestra voluntad, por graves que sean las dificultades (Rom 8, 35-39).