Aunque estuve en muchos encuentros públicos y masivos, nunca tuve la ocasión de saludarle personalmente siendo Papa. Pero jamas me olvidaré del día en el que pude hablar unos minutos con él, poco tiempo antes de ser el obispo de Roma. Era entonces el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Caminaba yo por Roma al lado de don Rafael Palmero, obispo de Palencia en ese momento. Íbamos a cruzar la calle para transitar por el Puente Vittorio Enmanuelle II, cerca del Vaticano. Don Rafael me dijo: "Mira, Raúl. Ahí está el cardenal Ratzinger". Iba acompañado de un sacerdote. Vestía una sencilla sotana negra, con un pectoral sencillo e iba cubierto con una sencilla boina negra. Como caminaban hacia nosotros, nos esperamos y no cruzamos la calle. Con una sonrisa amable nos saludó y dio pie a comenzar una breve conversación. Se interesó por quienes éramos. Se puso a nuestra disposición, si en algo nos podía ser de utilidad. Y nos habló de España y de su simpatía por nuestra Patria. Nos dimos un apretón de manos y cada cual seguimos nuestro camino. No hubo fotos. Sólo la alegria de haber intercambiado unas palabras con una de las personalidades más conocidas de nuestra Iglesia Madre. Y esa estela de gozo por haber experimentado la delicadeza de trato del entonces cardenal prefecto.
Después vino su elección como Papa en el cónclave del 2005. Su riquísimo magisterio. Sus visitas apostólicas. Sus encuentros masivos con los peregrinos. Su mirada tímida y su talante humilde. Su grandeza de espíritu. Su fortaleza llevando la cruz de las persecuciones. Su defensa constante de la Verdad. Su firmeza con los lobos con piel de cordero, que hacían daño al rebaño. Su profunda vida espiritual. Su pensamiento profundo y profético. Su retiro del Pontificado para seguir sirviendo a la Iglesia...
Gracias, querido Papa Benedicto, por tu entrega generosa. Por habernos enseñado a anteponer a Cristo y a la Iglesia por encima de los intereses propios. Gracias por tu vida y gracias por enseñarnos, con tu ejemplo, a entregarla cristianamente cuando llega a su fin natural.
Después de tu Pontificado en la Sede de Pedro y de estos casi diez años de retiro silencioso y orante... Después de tu encuentro con el Juez justo y Señor de la Vida... voy a pedirte algo, puesto que fuiste tú el que hace casi veinte años, frente al puente, me dijiste: "Posso fare qualcosa per Lei?".
Si ya gozas del cielo (así lo esperamos por su misericordia), y estás con Dios, junto a la Virgen María, los Ángeles y los Santos (especialmente tu amigo San Juan Pablo II), intercede por la Iglesia Madre, por el Papa Francisco, por los obispos y sacerdotes, por los consagrados y laicos... Que seamos fieles a la tarea encomendada y ser así, como tú lo fuiste, humildes trabajadores en la Viña del Señor.
Yo hoy ofrezco la Santa Misa y mi pobre oración como sufragio por tu eterno descanso y pido a todos los que me lean que también la ofrezcan como signo de caridad con quien tanto bien nos ha hecho. ¡Gracias, Santidad, y hasta el cielo!
Raúl Muelas Jiménez es provicario del arzobispado de Toledo.