Acompañar a Chus, junto con Montse, en sus últimos días ha sido unos de los mayores regalos que me ha hecho el Señor.
Como me dijo Chus al llegar: “Qué sorpresas nos tiene preparadas el Señor. Tú, que eres precisamente la que vives más lejos, que siempre estábamos con la pena de no poder pasar más tiempo juntos, y resulta que es a ti a la que trae el Señor para acompañarme en los últimos días… Ni unos ejercicios espirituales preparados de la mejor manera superarían los días que vamos a vivir juntos”.
Y así ha sido: una experiencia inolvidable llena de cariño, confianza, entrega y oración.
Chus era perfectamente consciente de la situación, sabía que su momento final estaba ahí y lo vivió con una lucidez, aceptación, paz y serenidad apabullantes. Ha sido una maravilla ser testigo de que hasta el último minuto vivió lo que predicó, en total coherencia. Vivió la gratuidad hasta el final y todo, absolutamente todo, lo tenía entregado al Señor.
Esperaba con absoluta certeza que la Virgen viniera a cogerle de la mano para llevárselo y fundirse en un abrazo eterno con su amado Jesucristo. Un día me dijo: “Espero que la Virgen venga pronto a buscarme. Bueno, pronto no, cuando ella quiera, solo faltaba que le diga yo cuándo tiene que venir a buscarme”.
En los días que estuvo ingresado en el hospital, recibió el sacramento de la unción de enfermos de manos de César, el vicario de los dominicos. Fue un momento precioso y lleno del Señor. Tuvo su última confesión con Pedro Juan, también sacerdote dominico, quien salió muy impresionado y emocionado de la confesión. Cuando le dimos las gracias por confesarle, nos dijo: “De gracias nada, he recibido yo mucho más de lo que he dado”.
Para mí la despedida fue justo antes de salir del hospital. Hicimos un ratito de oración con él. Oraba en lenguas, fue un momento súper ungido en el que el Señor nos llenó de paz y aceptación. El lunes 29 por la tarde, hacia las 18:45 h, le dieron el alta del hospital. La doctora recomendó que se fuera a casa con cuidados paliativos. Él tenía clarísimo que quería morir en Ávila, como casi todos los frailes de su provincia; allí los dominicos tienen un convento con enfermería. Fuimos a Ávila en la ambulancia y allí le dejamos, bajo unas normas muy estrictas: sin despedidas, sin posibilidad de visitas… Pero ya nada más hacía falta, el Señor le estaba esperando allí. Pasó la noche y en la mañana del martes 30 de agosto, la Virgen vino a llevárselo de su mano.
Gloria al Señor.
Almudena Serrano González es miembro de la Fraternidad Jesús Obrero, Laicos de Santo Domingo.