Hace unos días leía en el diario El Correo una entrevista al químico José María Mato de la Paz , director del Centro de Investigación Cooperativa de Derio (Vizcaya). En esa entrevista el director afirmaba que “no se puede enseñar ciencia y religión en un mismo colegio porque resulta perturbador". Continuaba afirmando que "ciencia y religión son dos cosas inmiscibles”.
Parece que vuelve a resurgir el enfrentamiento entre ciencia y religión. O, mejor dicho, no terminamos de enterrar, de manera sana y natural, un debate que se inició en el siglo XVIII, siglo de la Ilustración o siglo de las luces, en el que se exaltó y divinizó la razón como explicación de todo lo real y existente.
Los profesores de religión, titulados universitarios al igual que el resto de docentes del nivel educativo, que no estamos, ni mucho menos, en contra de la ciencia ni del progreso “bien entendido” ni de la evolución, sabemos por experiencia que algunos compañeros nuestros de otras disciplinas académicas, como pueden ser los de historia, ciencias sociales o filosofía, usan argumentos donde parece resurgir el conflicto entre ciencia y religión.
Ciencia y religión no están enfrentadas ni son contrapuestas. Son dos visiones complementarias de la realidad, aunque con métodos distintos. Tienen una misma meta: la felicidad del ser humano, del hombre y la mujer.
A la ciencia le preocupan, y por ello los cuestiona, “los porqués” del mundo, de la vida. A la religión le interrogan y le preocupan “los para qué”, la finalidad del mundo, de la vida. En palabras de Albert Einstein, “La ciencia sin la religión es coja y la religión sin ciencia es ciega”. Ambas se necesitan.
La oposición brutal entre ambas nace cuando ciertos defensores a ultranza de una u otra visión del mundo excluyen la otra.
A este respecto, en su última Carta Apostólica, el Papa Benedicto XVI afirma lo siguiente: “La Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad” (“La puerta de la fe”, n12).
Cuando la Iglesia critica algunos de los avances científicos, no va en contra de la “verdadera ciencia”, sino de determinadas modos y formas de hacer ciencia que pueden atacar la dignidad de la persona. En nombre de la ciencia y del progreso no vale todo, no se puede violar la naturaleza humana.
A pesar de todo lo anteriormente dicho, nos seguimos encontrando con afirmaciones como las del biólogo Richard Dawkins, que afirma sin paliativos que ser científico y creyente es una contradicción. Les voy a citar solo algunos de los muchos ejemplos de científicos, descubridores e inventores de gran prestigio que además eran o son creyentes:
- Alessandro Volta (17451827) descubrió las nociones básicas de la electricidad: “Yo confieso la fe santa, apostólica, católica y romana. Doy gracias a Dios que me ha concedido esta fe".
- Thomas Alva Edison (18471931), el inventor más fecundo, 1200 patentes: “Mi máximo respeto y mi máxima admiración a todos los ingenieros, especialmente al mayor de todos ellos: Dios”.
- Guillermo Marconi (18741937), inventor de la telegrafía sin hilos: “Lo declaro: soy creyente. Creo en el poder de la oración, y creo no solo como católico, sino también como científico”.
- Charles Townes (1915), descubridor de las teorías del laser. “Como religioso, siento la presencia e intervención de un ser Creador que va más allá de mí mismo, que siempre está cercano”.
- Allan Sandage (1926), astrónomo, calculó la velocidad de expansión del universo y la edad del mismo. “El misterio de la existencia solo puedo explicármelo mediante lo sobrenatural”.
Religión y ciencia sí pueden ser enseñados en el mismo colegio, porque la escuela y el instituto deben garantizar una educación lo más integral posible que desarrolle las cuatro dimensiones más importantes, de la persona: historico-cultural, humanizadora, científica y trascendental.
Quiero acabar el artículo con un texto de Charles Darwin (18091882), naturalista (Teoría de la Evolución): “Jamás he negado la existencia de Dios. Pienso que la teoría de la evolución es totalmente compatible con la fe en Dios. El argumento máximo de la existencia de Dios me parece la imposibilidad de demostrar y comprender que el universo inmenso, sublime sobre toda medida, y el hombre hayan sido frutos del azar”.