En el caso del “cuervo", o mejor dicho, de los “cuervos” del Vaticano quedan muchos, todavía demasiados, lados oscuros. En las páginas iniciales de su libro, Gianluigi Nuzzi refiere los motivos por los cuales la fuente "Maria" habría decidido sacar del Vaticano una cantidad tan ingente de papeles, memorias, apuntes y documentos.
Las razones alegadas por los substractores son la “transparencia” para combatir los comportamientos ilegales dentro del Vaticano, “ayudar al Papa” y llevar a un cambio de Secretario de Estado. Los interesados afirman incluso que actúan con espíritu evangélico.
Y como resulta bastante difícil pensar que lo sucedido haya surgido de un acuerdo de cuatro amigos en un bar, que de repente han decidido vaciar los archivos a los cuales tenían acceso, debe haber una mente, o más de una, de alto nivel que ha organizado los vatileaks. Sobre todo a la hora de decidir los documentos había que filtrar y quien.
No consigo imaginar que los “cuervos” puedan verdaderamente creer que han actuado para ayudar al Papa y hacer limpieza. Siempre he desconfiado de los moralizadores que se autoproclaman tales, también porque la historia enseña que siempre habrá alguien que se proclame más limpio, dispuesto a “moralizar” a los moralizadores. Además me cuesta trabajo creer que los actores por ahora en la sombra de esta operación no hayan calculado las consecuencias de sus acciones.
No creo que sea necesario ser expertos en Historia de la Iglesia ni cronistas de mucha escuela con una larga experiencia (yo no soy ni una cosa ni otra) para comprender que el éxito de los vatileaks sería devastador para la Iglesia y para el Papa. El Vaticano convertido en un colador, el alto magisterio de Benedicto XVI -que ya sufre de interpretaciones restrictivas tendentes a acorralarlo a la derecha- silenciado, la correspondencia relacionada con las cuestiones internas (como la nota del Papa al cardenal Giovanni Battista Re sobre las respuestas que había que dar a un obispo australiano más tarde separado de su cargo) violada, aunque no tuviera que ver con episodios de corrupción, de dinero ni de acciones ilegales.
En una palabra, basta charlar con los fieles de una parroquia para comprender el daño que se ha acarreado. Ayer, durante algunas horas pude salir de esta abyección. Mi hijo pequeño se confesó por primera vez y para mi familia fue un momento de gracia: ver la preparación que había recibido con la ayuda de buenas catequistas, las repuestas que daba durante la simple ceremonia que precedió al sacramento individual, ver que los niños vivaces e inquietos cantaban y recitaban las fórmulas del acto de contrición, fue un testimonio de la acción del Espíritu Santo.
La confesión fue precedida por una comida en la parroquia en la que participaron las familias de estos niños. Algunas personas se acercaron a mí, incrédulas y doloridas por las noticias de estos días. Os puedo asegurar que había un gran dolor, un verdadero dolor, y que ninguno dijo: “¡Bien, finalmente se descubre la podredumbre y se hace limpieza!”.
Mientras se precisan las responsabilidades del ayudante de cámara arrestado y se descubre la naturaleza y la entidad de los documentos que guardaba en su casa, exponiendo a su familia, esperemos que las protagonistas de la semana que está empezando sean otras familias, y no a la pontificia.
Giuliano Ferrara en su columna de “Il Giornale” sugirió de nuevo su sueño: que el Papa presente su dimisión para dar una señal fuerte a la Iglesia. Una sacudida, que le consienta guiar su sucesión. Durante los pasados meses yo había manifestado ya mis dudas respecto a la propuesta de Ferrara. Hoy, solo quiero añadir que la última persona que tendría que dimitir en la otra orilla del Tíber en este momento es Benedicto XVI.