“Es probablemente muy ingenuo esperar que en un debate político se pueda introducir una razonable medida de razón”. Son palabras de un obispo amigo mío. Creo que son palabras muy ciertas. Sin embargo, en radio y televisión crecen este tipo de debates. ¿Y qué pretenden, aparte de llenar tiempo y espacio? Hay una parte de mi persona, tal vez la más crítica y negativa, que me dice: “Nada hay en esos debates salvo juegos, poder y marketing”. De manera que, aunque parezca exagerado, concuerdo con mi amigo en que, en realidad, el debate político ya no existe.
Pero, en esa reflexión sobre los “debates”, es también verdad que la Iglesia no puede renunciar a servir a la razón y al amor a la realidad en tantas cuestiones que no se debaten a fondo, porque están cargadas de ideología y no se busca lo que verdaderamente interesa al ser humano. ¿Ponemos un ejemplo? La introducción de un proyecto de ley sobre la eutanasia en el Parlamento, de rabiosa actualidad. Según mi amigo obispo, ésta pertenece a ese tiempo de cuestiones “virales”, donde, como en las guerras, la primera víctima es la verdad. La verdad, y la razón como vía de acceso a ella.
Se presenta dicha ley como un derecho más del ser humano. Interesante, ¿verdad? Pero, ¿es así realmente? Yo no me lo creo. El proyecto de ley está lanzado justo antes del verano, utilizando en su retórica falsamente negativa motivos tan poderosos como el ahorro en gastos médicos y de seguridad social. Pero no quisiera que en mis palabras se reflejara solo una valoración moral negativa de este proyecto de ley.
Como en otras cuestiones (por ejemplo, la ideología de género, el nacionalismo y otras), lo que se hace es desalentar a las personas que quieran recurrir a la inteligencia para entender las razones de dicho proyecto de ley. Me explico. Para justificar la eutanasia, también desde hace mucho tiempo, se pone en marcha todos los recursos del poder: desde el cine y la televisión a todos los demás aparatos de la propaganda. No ha sido colocado en el parlamento este proyecto de ley por casualidad; se ha escogido el momento. Ya están las masas humanas lo suficientemente drogadas para solo pedir pan y circo. Tal vez ya no seamos capaces de ver y apreciar una vida sana y bella, razonable, capaz de justificar adecuadamente los sacrificios del amor, cuando la persona amada está enferma. Ya sabemos cómo se han introducido en España otros “nuevos derechos” en el pasado reciente.
Mi amigo obispo dice que, de entrada, da él la batalla política y cultural por perdida, al menos, a corto y a medio plazo, entre otras cosas porque él no está en la batalla política de los partidos. Y le entiendo porque yo también pienso que la vida humana no cotiza en bolsa, por lo menos desde la Primera Guerra Mundial; y que estamos en un mundo que tolera sin rechistar la destrucción de Libia, de Siria e Irak o de grandes partes de África. Pero luego nos sorprendemos de la muerte de refugiados en el Mediterráneo, con mucho emotivismo, pero sin hacer los gobiernos nada por solucionar el problema in situ, en los lugares donde uno se muere de hambre y hace cualquier cosa para salir de allí. Quienes son capaces de “tan heroicas hazañas” tal vez tienen poder como para ganar todavía muchas batallas, como la de la eutanasia. Yo espero que no ganen la guerra, porque ésta la gana quien ama. Y aprobar una ley de la eutanasia no es amar al ser humano y el misterio de su vida.
Pero hay que decir que esa visión del ser humano que está detrás del proyecto de ley es burguesa por los cuatros costados, que ha hecho del “bienestar”, del confort, el dios definitivo. Tal vez es duro oír que la política de promoción de la eutanasia es un modo de reducir los costos de la Seguridad Social. Pero es verdad. Además, la política que fomenta la eutanasia es una política capitalista, utilitaria, la sostengan grupos políticos de centro, de izquierda o de derecha. Es capitalismo sin más. Y dejo claro que no soy partidario del encarnizamiento terapéutico, pero sí de los cuidados paliativos.