Cuando algún historiador, allá en el brumoso futuro, aspire a explicar un fenómeno tan gigantesco como el hundimiento de la civilización occidental, no podrá dejar de referirse al apoyo prestado por la chusma que gobierna Occidente a la llamada «primavera árabe».
Primero encumbraron este movimiento pan-islámico presentándolo ante la pobre gente cretinizada como una espontánea floración democrática que aunaba voluntades y traspasaba fronteras (risum teneatis), merced a las llamadas redes sociales; semejante paparrucha no se le tragaría ni un niño de teta, pero durante meses los medios de cretinización de masas repitieron la misma monserga, asegurándonos que aquellas revueltas eran el estallido de un anhelo colectivo de «libertad» (pronúnciese con gesto de arrobo orgásmico).
Una vez que la paparrucha logró enquistarse en las meninges de la pobre gente cretinizada, la chusma que gobierna Occidente se movilizó para prestar su apoyo a los sediciosos, con la misma falta de escrúpulo que antes habían empleado para apoyar a los tiranuelos que los sediciosos pretendían derrocar. A fin de cuentas, si la razón de su apoyo a los tiranuelos no era otra que forrarse los bolsillos, ¿por qué no habrían de apoyar ahora a los sediciosos, que prometen seguir forrándoselos, si además pueden envolver sus fines espurios en la bandera de los derechos humanos y la democracia? Por último, en aquellos países musulmanes donde los sediciosos no triunfaban, la chusma que gobierna Occidente intervino, a veces de matute, a veces con descaro, con todo tipo de instrumentos, desde el chantaje de los organismos internacionales hasta las bombitas lanzadas por control remoto.
El último episodio de esta ignominia todavía colea en Siria, donde el tiranuelo Bashar Al Assad está a punto de ser depuesto, después de combates crudelísimos que los medios de cretinización de masas han presentado como una matanza indiscriminada y unilateral del tiranuelo.
Curiosamente, Siria -al igual que antes Irak, Libia o Egipto- era uno de los pocos países musulmanes donde la fe cristiana era tolerada con mayor o menor benevolencia y su culto público, garantizado por la autoridad; curiosamente, tras la «espontánea floración democrática» aplaudida y auspiciada por Occidente, los cristianos han empezado a ser perseguidos sin ambages, condenados a la diáspora y con frecuencia martirizados.
Pero de este martirio cotidiano los medios de cretinización de masas apenas dicen nada; o, cuando lo hacen, lo envuelven en ropajes confundidores, presentándolo como resultado de conflictos seculares. La verdad es bien distinta: lo que estos movimientos acogidos bajo el floral marbete de «primavera árabe» anhelan no es la democracia (sistema de gobierno que consideran decrépito y blasfemo, por mucho que acepten sus afeites formales), sino la restauración de la «umma» o comunidad de los mahometanos bajo el fundente de la misma fe, que los regímenes de los tiranuelos dificultaban. «Umma» que, por supuesto, se logrará mediante la imposición de la «sharía» o ley islámica y la persecución de los «infieles» a sangre y fuego.
Esto es, ni más ni menos, lo que están promoviendo el criptomusulmán Obamita y toda su cohorte de lacayuelos europeos, muy atildadamente disfrazados de paladines de los derechos humanos y apóstoles de la democracia. Esta alianza del Occidente apóstata y neopagano con el Islam más desatadamente cristofóbico nos recuerda cada vez más aquel pasaje del Apocalipsis en el que se nos narra la visión de la Bestia de la Tierra y la Bestia del Mar. Menos mal que la pobre gente cretinizada, entretenida en las redes sociales, ya no lee el Apocalipsis.
www.juanmanueldeprada.com