China y los países de su órbita se están convirtiendo en 1984 y Estados Unidos junto con el resto de Occidente en Blade Runner.
Con esta idea central, Dan Collins, experto en seguridad de datos con más de veinte años de experiencia como ingeniero en la China continental ha resumido -a mi entender de forma acertada- lo que nos puede deparar el “Gran Reseteo” o “Gran Reinicio” si la sociedad no despierta y actúa de forma consciente ante una “nueva normalidad” que en absoluto nos conviene.
Nuevo paradigma de civilización
Si la ciudadanía consciente y comprometida con la libertad y la dignidad humana de los países democráticos no lo evitamos, nos dirigimos lamentablemente hacia un sistema biopolítico cibertotalitario, instaurado permanentemente en el conflicto de naturaleza hibrida, donde las bioideologías disolventes de la condición humana estarían sincronizadas e impulsadas por la ideología emergente del transhumanismo/posthumanismo. Este sistema vendría impulsado por un poder de carácter tecnológico-financiero-digital universal, fundamentado en la integración y fusión de una parte del capitalismo neoliberal y del comunismo político/cultural, que se encarnaría en un auténtico biopoder global.
Dicho proceso ya se estaría produciendo hoy en día y podría consolidarse próximamente en el mundo que se avecina. Empezamos a vislumbrar con preocupación unas dinámicas con pretensiones hegemónicas que suponen un aggiornamento del comunismo tal y como se expandió en el siglo XX y que pretende alcanzar su poder global en el presente siglo XXI.
Estaríamos hablando pues de un sistema basado, no tanto en los derechos humanos tal y como los hemos conocido hasta ahora en los países democráticos, sino en unos supuestos y engañosos “derechos posthumanos”.
Dichos “derechos” serían la base de los “principios y valores” de una “gobernanza mundial” y de una “ética global” que impondría el control normativo y la vigilancia permanente sobre una población homogénea, obsoleta y asustada, en nombre de un supuesto “bien común” no determinado de forma democrática, sino dictaminado por intereses corporativos privados (oligopolios en Occidente) o corporativos públicos (oligopolios en Asia) que se impondrían por encima de las soberanías de los pueblos y de las naciones y que suplantarían a los intereses generales hasta ahora determinados por los Estados.
Este escenario distópico parece ser un proyecto de globalización posible tal y como ha sido propuesto recientemente en la cumbre de Davos por el Foro Económico Mundial que aboga por una transformación disruptiva del modelo económico, social, cultural, político e incluso religioso a nivel planetario, tras la crisis sanitaria global que ha venido a denominarse “Pandemia covid-19”.
De este modo, el lema escogido por dicho Foro en el informe de Davos ratificado en enero de 2021 -“No tendrás nada y serás feliz”- se acopla perfectamente con la Agenda 2030 para transformar el mundo mediante los 17 Objetivos de desarrollo sostenible y las 169 metas de carácter integrado e indivisible que abarcan las esferas económica, social y ambiental. Dicha agenda viene siendo impulsada por la Asamblea General de la ONU a partir de la firma y ratificación efectuada por los diferentes Estados miembros de todos los continentes.
El nuevo paradigma de civilización propuesto por el Foro Económico Mundial también se alinea perfectamente con los dieciséis principios para transformar la conciencia planetaria de la Carta de la Tierra (también denominada “la “Constitución de la Tierra”), elaborada por algunos visionarios hace veinte años y que en palabras del ex primer ministro soviético Mijail Gorbachov (funcionario de la ONU y uno de los principales promotores de la Carta) debe de sustituir a los Diez Mandamientos y al Sermón de la Montaña.
Y es que en estos tiempos de cambio de paradigma civilizatorio, cierto culto New Age, que se propone como espiritualidad gnóstica y sincrética de sustitución de las antiguas tradiciones espirituales y religiones del mundo, ya tiene liderazgo y estructura. Dicha espiritualidad global centrada en la autorreferencialidad individual, se apresta a gobernar los cuerpos, las mentes, la conciencia y el alma de los seres humanos, arrebatando el poder de decisión distribuido de muchos para concentrarlo en el poder de dominio de unos pocos, y casi podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que esos pocos “amos del mundo” se lo deben, en esencia, a un único “personaje” de naturaleza espiritual unido al misterio de la iniquidad: el denominado “Señor del mundo”.
Dicha religión unificada global se postularía progresivamente con un perfil antagónico a las religiones en las que se cree en un Dios personal (cristianismo, islamismo y judaísmo) imponiendo unos nuevos dogmas seculares, una moral relativista y un culto naturalístico a “Gaia”, la “Madre Tierra” o la “Vida” a través del cual, la gente adoraría a las criaturas una vez se hubiese olvidado de dar gloria y adorar al Creador.
En este sentido, no es de extrañar que el Papa Francisco haya mencionado alguna vez en sus predicaciones la novela futurista de Robert Hugh Benson (1871-1914) Señor del mundo [Lord of the World], publicada originariamente en 1907. ¿Qué debe de intuir Francisco sobre la que ha denominado “tercera guerra mundial híbrida”? ¿Se estará refiriendo el Papa al conflicto global visible que refleja la auténtica batalla que se está librando en las dimensiones espirituales? ¿Estará el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica advirtiendo a la humanidad de la extraordinaria expansión del misterio de la iniquidad por el mundo?
La figura de Julian Felsenburg, que en la novela se convierte en el amo efectivo del mundo, parece resonar en el fondo de la denuncia del abuso de poder tecnocrático que formula la encíclica Laudato Si’ de Francisco: “Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no solo la política sino también con la libertad y la justicia” (n. 53).
Así pues, en los próximos años la ciudadanía de los distintos países del planeta deberá resistir los inicios de este embate cibertotalitario y presionar a sus respectivos Estados para que esa agenda global no se implemente y el fenómeno de la globalización, de este modo, adopte un giro positivo y se adapte a las necesidades de las personas y de las comunidades nacionales y no a los intereses egoístas de las élites bio-tecno-financieras y a los designios inconfesables del “Señor del mundo”.
De cada uno de nosotros dependerá que la globalización que se está construyendo ante nuestros ojos se lleve a cabo mediante un mayor y más elevado grado de consciencia, atendiendo a la dimensión material pero sobre todo a la dimensión espiritual del ser humano, fundamento de una auténtica civilización del amor, sustentada en la fe y en los valores cristianos del Evangelio, así como en una auténtica ética universal de las virtudes fundamentada en el diálogo permanente y en la convivencia respetuosa y pacífica entre las distintas tradiciones culturales y religiosas del mundo.
Confinamiento planetario
Y es que la gestión pública de la actual crisis sanitaria denominada “pandemia covid-19” implementada por los distintos países del planeta bajo los dictados de las organizaciones internacionales, nos sitúa ante una encrucijada que bien podría anticipar el paradigma biopolítico y cibertotalitario que hemos descrito anteriormente.
En efecto, el “Gran Reseteo” del mundo comenzó con un estricto confinamiento planetario global de los ciudadanos que implicó un “aislamiento domiciliario” sin precedentes y una paralización de las actividades económicas, sociales, educativas, culturales y de culto religioso como jamás se había visto en la historia de la humanidad.
El Diccionario de la Real Academia Española define el concepto “confinamiento” como “aislamiento temporal y generalmente impuesto de una población, una persona o un grupo por razones de salud o de seguridad”. También se utiliza ese término como “pena por la que se obliga al condenado a vivir temporalmente, en libertad, en un lugar distinto al de su domicilio”.
Las sociedades y las personas hemos incorporado ese término durante buena parte del año 2020 y del 2021 como expresión global del fenómeno sanitario y político-estratégico ocasionado por la denominada “Pandemia covid-19” y especialmente, por su gestión pública que ha cambiado radicalmente nuestra forma de vivir, de comportarnos e incluso de expresarnos.
La Academia ha apuntado que el cambio ha sido tal que, en la más reciente actualización del Diccionario de la lengua española de noviembre de 2020, se ha modificado la entrada de la voz “confinamiento” para ajustarla a la realidad que millones de personas en todo el mundo han vivido con motivo de la pandemia global. De este modo, la RAE ha señalado que confinamiento es considerada una mejor alternativa frente al anglicismo ”lockdown” para designar la reclusión forzosa de la población en sus domicilios.
La siempre populosa Times Square, durante el confinamiento en Nueva York.
Reformulando las definiciones anteriores, podríamos decir que el confinamiento por la covid-19 supone una “medida preventiva” más allá de la lógica sanitaria o si se prefiere, un “experimento de ingeniería social” por el que se obliga a los ciudadanos a vivir en aparente libertad la “nueva normalidad” que se nos impone como antesala de un posible futuro régimen cibertotalitario a escala planetaria donde la identificación biométrica universal, el sistema algorítmico-digital, el puntaje personal y el sistema de crédito social conllevarían que cada habitante del planeta acatase sin posibilidad de resistencia las normas impuestas por los gobiernos nacionales que resultarían ser, en este escenario distópico, simples “gestores” del Biopoder global dominado por el “Señor del mundo”.
Confiados y esperanzados
No obstante ser plenamente conscientes de este posible escenario apocalíptico, los cristianos, así como los hombres y mujeres de buena voluntad, no queremos permanecer en este confinamiento físico y mental permanente al que los amos del mundo quieren recluirnos y someternos.
Somos muchos los ciudadanos que queremos dejar de estar confinados para volver a estar confiados y esperanzados en el futuro. Es fundamental recuperar la confianza en nuestros dirigentes políticos; en los líderes sociales y religiosos; en los científicos e investigadores; en los médicos, personal sanitario y farmacéuticos; en los educadores y comunicadores, en los jueces y juristas, y en tantos y tantos profesionales que defienden día a día, desde su vocación y compromiso ético, el bien común. No obstante, para recuperar esa confianza, dichos colectivos deben defender valientemente la verdad, la libertad y la dignidad humana cueste lo que cueste.
Como señala la filósofa Adela Cortina, necesitamos construir confianza ética ya que “la confianza es un recurso moral básico y la ética sirve, entre otras cosas, para promover conductas que generen confianza”.
Podríamos decir que la confianza es lo que hace levantarnos cada mañana y seguir haciendo planes para el día siguiente. Esa confianza se gana, se pierde, se toma, se construye, se conquista o se deposita, pero es necesaria para poder emprender proyectos, relacionarnos en sociedad, entablar alianzas, afectos…
Los cristianos, en último término, depositamos nuestra confianza y esperanza en Jesucristo, el verdadero Señor del cosmos y de la historia.
¡Qué bonito resulta el himno cristológico de la Carta de San Pablo a los Colosenses (versículos 3, 12-20) que nos reconecta a esa confianza en el Creador!
Damos gracias a Dios Padre,
que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
Él es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de él
fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;
todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Cabe preguntarse en estos tiempos inciertos y confusos: ¿En quién deposita su confianza y esperanza la sociedad contemporánea? ¿En las bioideologías emergentes? ¿En el transhumanismo/posthumanismo? ¿En la espiritualidad global secular, gnóstica, sincrética y sin un Dios personal? ¿En el sistema bio-tecnológico-financiero global? ¿En un Nuevo Orden Mundial? ¿En el reino de la iniquidad del Señor del Mundo?
Tenemos como familia humana una enorme tarea por delante que resulta ilusionante: en primer lugar, desconfinarnos mentalmente y a continuación, construir confianza ética y despertar, mediante la gracia que nos concede el Espíritu, a una esperanza renovada en el mundo que se avecina.