Hasta no hace mucho, entre sectores “progres” del catolicismo español gozaba de un gran predicamento la actitud de los católicos alemanes, a los que veían como pioneros y punta de lanza en la renovación de la Iglesia, incluso enfrentándose al Vaticano. Desde un tiempo a esta parte suelen guardar silencio, a la vista de la catástrofe del cristianismo en aquel país.

No es solo el desastre del sínodo alemán en lo doctrinal y sus enfrentamientos con Roma. Desde ésta se mantuvo una actitud muy contemporizadora, incluso condescendiente, durante mucho tiempo, años, pero a la postre se ha visto que no ha llevado a recapacitar a los de aquel país porque los que andan descarriados no son solo unos cuantos disidentes más o menos iluminados, sino la mayoría de obispos y buena parte de sacerdotes y laicos, que se han ido alejando de la verdadera doctrina y de la fidelidad al Papa.

Dejando de lado los aspectos doctrinales que chirrían y que expertos pueden desarrollar de manera más precisa, basta observar los resultados. El “por sus frutos los conoceréis” se muestra de manera muy patente. En los últimos años entre 400.000 y 600.000 alemanes “se dan de baja” cada año de la Iglesia católica. A diferencia de España y de la mayor parte de países, en los que podemos percibir un descenso claro en la práctica religiosa pero no se puede objetivar el número exacto, en Alemania es muy cuantificable porque está ligado al pago de impuestos. Cada ciudadano tiene declarada su religión, y de sus impuestos un porcentaje va destinado desde el Estado a su respectiva confesión. Si dejan de declarar su religión y renuncian a ella pasan a ser bajas. Tal sistema no deja de tener aspectos chocantes. Permite una magnífica financiación a las instituciones religiosas, pero a la vez se convierte en algo más cercano a lo burocrático que a la fe, creando un aparato funcionarial que pasa a constituirse en un verdadero control y gobierno de la Iglesia del país.

Al margen del dinero, la realidad sigue derroteros preocupantes. La práctica religiosa media de los católicos alemanes no llega al 6%, y en algunas diócesis no pasa del 2%. Leía hace poco que la diócesis de Aquisgrán (Ahagen) reducirá a 8 sus actuales 326 parroquias. No significa que la proporción de caída de fieles sea de tal dimensión, pero sí es consecuencia de una bajada espectacular y una carencia enorme de sacerdotes.

Se ve claro que los cambios que se promueven desde hace bastantes años no llevan a resultados positivos. Han puesto su confianza en tales reformas y no en profundizar en la vivencia espiritual, pero en la vida cristiana carece de importancia ser más “progre” o más “conservador”. Lo sustancial es ser más santo, más unido al Señor. Precisamente en esto han fallado unos y otros, muy especialmente los primeros, porque suelen ser quienes alardean y se consideran los innovadores y superiores a los demás.

Cuando de una forma u otra se suscita una reflexión sobre el progresismo siempre me vuelve a la mente la anécdota que explicó el filósofo polaco Kolakowski. Eran los años 50, en la Polonia aún estalinista. En un tranvía repleto de gente en Varsovia, el conductor gritaba a los viajeros: “Vayan avanzando hacia atrás”.

También en la Iglesia algunos avanzan hacia atrás. En el caso de Alemania, se autosuicidan. Ya está moribunda.

Quienes tenemos fe estamos seguros de que algún día reverdecerá, dejando atrás el mal momento, con personas verdaderamente fieles y sin complejos.