No hay desarrollo sin tener presente al hombre en su totalidad. No hay futuro para el hombre en el olvido de Dios y menos contra Dios
Estos días pasados, se han cumplido ya tres años de la publicación de la Encíclica Caritas in Veritate, de Benedicto XVI. Una actualísima encíclica social, en la que el Papa ofrece una gran luz para discernir, abordar y enfocar los graves y hondos problemas sociales y económicos a los que se enfrenta el mundo actual. No son principios teóricos los que el Papa expone con esta encíclica «Caridad en la verdad»; va al núcleo de la cuestión, al centro neurálgico de lo que sucede en la actual situación de crisis múltiple, y ofrece una salida de futuro, que no impone a nadie y que ofrece, empero, a todos como respuesta, esperanza y luz para el verdadero desarrollo de la humanidad en la hora que vivimos.
Ciertamente, así lo reconoce Benedicto XVI, la Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados. No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación. Sin verdad, se cae en una visión empirista y escéptica de la vida, incapaz de elevarse sobre la praxis, porque no está interesada en tomar en consideración los valores –a veces ni siquiera el significado– con los cuales juzgarla y orientarla. La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad y de un desarrollo humano integral, del verdadero desarrollo del hombre y de la humanidad, que en medio de todos sus innegables logros se encuentra en una encrucijada, necesitada de una nueva luz, para seguir adelante.
La Encíclica es de gran alcance para el futuro del hombre y de la humanidad. Esta Encíclica, estudiada desapasionadamente y con toda objetividad, nos ofrece una gran luz para superar la crisis que, con razón, nos preocupa y afecta tantísimo. Pienso que habría que volver a leerla con detención y apertura, desmenuzarla y profundizarla poco a poco, asimilarla y aplicarla. Ella, una vez más, nos pone de relieve la gran cuestión: la cuestión del hombre, la verdad del hombre, inseparable de Dios y de su amor.
Con qué fuerza ha expresado esto el Papa, y con qué vigor ha defendido al hombre, su dignidad, su verdad y su integridad, frente a las manipulaciones y amenazas de que es objeto, por ejemplo, cuando, unos días después de la publicación de esta Encíclica, decía al finalizar el Angelus dominical: «Las soluciones a los problemas actuales de la humanidad no pueden ser sólo técnicas, sino que deben tener en cuenta todas las exigencias de la persona, que está dotada de alma y cuerpo. Podría dibujar sombríos escenarios para el futuro de la humanidad ‘el absolutismo de la técnica’, que encuentra su máxima expresión en algunas prácticas contrarias a la vida. Los actos que no respetan la verdadera dignidad de la persona, aun cuando parezcan motivados por una ‘elección de amor’, en realidad son el fruto de una ‘concepción material y mecanicista de la vida humana’ que reduce el amor sin verdad a una ‘cáscara vacía que se llena arbitrariamente’ y puede así comportar efectos negativos para el desarrollo humano integral» (Benedicto XVI, Alocución 12, julio, 2009). Por eso se comprende que el tema de la defensa de la vida, el «evangelio de la vida», inseparable e identificable con el Evangelio mismo de Jesucristo, sea una cuestión social tan fundamental.
Esta es la razón de que, por muy compleja que sea la actual situación en el mundo, «la Iglesia mira al futuro con esperanza y recuerda a los cristianos que ‘el anuncio de Cristo es el primero y principal factor de desarrollo’» (Benedicto XVI). Es lo que el Papa viene haciendo siempre: lo hizo, por ejemplo, en la Universidad de Ratisbona, lo hizo en la ONU, lo hizo en Verona, lo hizo en su viaje a Tierra Santa, lo ha hecho en esta Encíclica social, lo ha hecho ante los universitarios, lo ha hecho ante la Cámara de los Comunes en Inglaterra, o ante el Bundestag en Alemania, lo ha hecho en sus viajes a España, y en el resto de sus viajes apostólicos, lo hizo ante los jóvenes de todo el mundo en Colonia o en Sydney o en Madrid.
Este es, por lo demás, el futuro de los cristianos, nuestra razón de ser, y nuestro gran servicio al hombre y su desarrollo «con el ardor de la caridad y la sabiduría de la verdad» (Caritas in Veritate, 8) ante la crisis económica y social, que sólo tiene salida en la recuperación plena y total de la verdad del hombre, del sentido de la persona humana, su dignidad y grandeza, que encuentran en Jesucristo su luz y la posibilidad de realización en el amor. Una vez más: no hay economía sin persona, no hay economía sin resolver la cuestión del hombre, no hay economía sin la verdad del hombre que reclama la justicia y el bien común, inseparables e imposibles sin lo que entraña la gran aportación cristiana a la humanidad del Agape, del amor, de la caridad. No hay lugar adecuado para la técnica si se olvida la razón y la verdad; la técnica y la ciencia sin conciencia se vuelven contra el hombre. No hay desarrollo sin tener presente al hombre en su totalidad y a la totalidad de los hombres, creados a imagen y semejanza de su Creador y amados hasta el extremo. No hay futuro para el hombre en el olvido de Dios y menos contra Dios. Por eso, el Papa, de una manera u otra, en todas las páginas de su Encíclica está apelando a ésto como un leivmotiv constante.
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