Oímos de boca de políticos interesados que ETA está derrotada, o que está en las últimas, o que se halla en trance de desaparición u otras paparruchadas por el estilo. Puros ejercicios de ilusionismo o ganas de confundir los deseos con la realidad. O peor aún, intentos de vender al público un género podrido como si fuera de calidad suprema: el cacareado proceso de paz, auspiciado al alimón por filo etarras y gobiernos claudicantes al modo zapateril.
Pero vayamos al meollo del asunto. Para entender el fenómeno criminal de ETA y averiguar si está o no en las últimas, si es cierto que ha sido derrotada o si quiere de verdad la paz, hay que partir de algunas premisas. ETA, con todo su entramado pasado y presente (Batasuna, Bildu, Sortu, Jarrai, etc.) es un movimiento marxista-leninista-hitleriano, con todo lo que eso significa. Es decir, que estamos hablando de un movimiento en permanente lucha de clases o guerra civil, abierta o larvada, con la sociedad que no se somete a sus dictados. Según su “ética”, de carácter totalitario, el fin justifica los medios, de modo que si hay que matar se mata; si hay que secuestrar, se secuestra; si hay que extorsionar, se extorsiona, si hay que oprimir se oprime, en resumen, hacer lo que haga falta con tal de alcanzar los objetivos propuestos.
Pérez Rubalcaba solía argumentar cuando era ministro del Interior –y del caso Faisán-, que ETA llevaba tiempo, mucho tiempo sin matar. En efecto, pero ¿por qué? Porque se sentía incapaz, indicio de su debilidad o, sencillamente, porque le ofrecieron, utilizando alguna de sus franquicias, participar libremente en las elecciones y de esa forma poder conquistar y ocupar instituciones, sin necesidad de dispara un solo tiro. La lucha terrorista es cara, muy cara –en medios y personas- y muy expuesta, mientras que la lucha política –continuar la guerra por otros medios- es mucho más productiva en términos económicos y más asequible para estos especialistas de la propaganda y el chantaje. Es una fórmula que descubrieron los comunistas desde sus mismos orígenes. Aparentan que se vuelven vegetarianos y a disfrutar de las mieles de la libertad y la democracia hasta que puedan acabar con ellas.
Ante semejante panorama, las víctimas de la barbarie etarra se sienten ninguneadas e indignadas, y no les falta razón. Ciertos políticos con mando en plaza suelen decir que la política a seguir con los asesinos etarras y sus colaboradores, corresponde ejercerla a quienes gobiernan, y no a las víctimas. Sofisma evidente, sólo que las víctimas pusieron los muertos para siempre y los políticos únicamente algún minuto masónico de silencio. Por consiguiente, lo menos que pueden hacer estos políticos estoicos frente al dolor ajeno, es respetar la dignidad de las víctimas y ejercer la justicia que estas demandan.
En todo caso no habrá paz segura, ni con Bildu, Sortu o como quieran llamarse, hasta que los etarras no entreguen todo el arsenal bélico que poseen y se disuelvan de manera efectiva y comprobable. Todo lo demás son juegos florales, trucos de ilusionistas. El que pidan perdón o no, a mi entender es lo de menos. Como desconocen o desprecian el principio de reciprocidad (no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti), si pidieran perdón o prometieran ser chicos buenos en delante, tendría escaso valor práctico. Dado que sus reivindicaciones no tienen límite, la amenaza de volver a las andadas seguiría en pie.
Ahora ya exigen con insistencia la aproximación de los “presos vascos” a “Euskalerría”, o sea, los vascos condenados por asesinato a las cárceles de Vasconia, que sería tanto como dejarlos prácticamente en libertad, acaso con la única obligación penitenciaria de pernoctar en los hoteles de lujo en que han convertido los presidios o zonas privilegiadas donde cumplen su condena los criminales etarras. A eso se está accediendo ya. Y cuando esté completado este “proceso”, dentro del interminable “proceso de paz”, se sacarán otra exigencia de la manga, ante la que se claudicará también, no sea que los pistoleros se enojen y empiecen a dispara de nuevo contra todo lo que se mueva. Y así, de victoria en victoria, hasta la derrota final, según dijo alguien alguna vez. Pero, ¿la victoria o la derrota de quién?