Acabo de tener una conversación con un sacerdote sobre la situación actual y nos hemos puesto fácilmente de acuerdo en que uno de los mayores problemas es la separación radical entre fe y vida. Incluso entre los creyentes, en muchos casos la fe va por un lado y la vida por otro y apenas existe relación, o no existe, entre ambas. En uno de sus primeros sermones, el Papa Francisco decía: “Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor”. Cuando se deja de anunciar a Jesucristo, ya no es la Iglesia la que actúa.
Hasta hace bien poco, hablábamos tranquilamente de la civilización occidental cristiana. Hoy Occidente se avergüenza de Cristo y no quiere saber nada de Él. Incluso entre los creyentes, para muchos la fe es algo personal, íntimo y privado, que no tiene por qué salir a la luz pública, no vaya a molestar a los demás. Y sin embargo, si creemos que la Fe es algo bueno, que da sentido a mi vida, que me hace encontrar y vivir la Verdad, es absurdo que ese bien que he encontrado lo guarde para mí y no haga partícipes a los demás, en especial a mis seres queridos.
Además entre Fe y Razón no hay oposición, sino complementariedad, porque como nos dice el Concilio Vaticano I, la fe hace que “aquello que en las cosas divinas no es de suyo inaccesible a la razón humana, pueda ser conocido por todos, aun en la condición presente del género humano, de modo fácil, con firme certeza y sin mezcla de error alguno” (DS 3005; D 1786). Entonces el problema es ¿por qué me dejo llevar tan fácilmente del respeto humano? ¿Por qué Cristo ocupa tan poco lugar en mi vida social? ¿Tengo presentes las palabras de Cristo: “Pues si uno se avergüenza de mí y de mis palabras, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria” (Lc 9,26)?
Ahora bien, ¿cómo superar mi respeto humano? ¿Cómo lograr vivir en verdadero cristiano? En pocas palabras ¿cómo estar más cerca de Dios? La respuesta puede estar en las cinco piedras de Medjugorje, es decir: practicar la oración, en especial el Rosario; la Eucaristía frecuente; la lectura de la Biblia, en especial del Nuevo Testamento; la penitencia con el ayuno; y la confesión mensual.
Recordemos el mandamiento del amor a Dios y al prójimo y como nos dice San Juan: “Si alguno dice: ‘Amo a Dios’ y aborrece a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4,20). Pero a su vez, la oración nos va a hacer posible aceptar las gracias que Dios nos envía y en consecuencia amar más fácilmente a nuestros hermanos. Si realizamos esto, notaremos que cosas que nos parecían fuera de nuestro alcance, las iremos poco a poco llevando a cabo y la presencia de Cristo en nuestras vidas será cada vez más frecuente y real.
En cambio, cuando nos alejamos de Dios, acabamos haciendo toda clase de disparates. En Italia se vuelve a legislar que hay que decir Progenitor 1 y Progenitor 2 en los documentos para menores de 14 años. En Francia la nueva Ley sobre Bioética abre la puerta a toda clase de aberraciones y provoca la protesta del episcopado, mientras en España el arzobispo de Toledo lamenta que a nuestros gobernantes se les llena la boca hablando de democracia mientras nos promulgan leyes totalitarias. Sobre Canadá leo la queja de un centro laico provida: “Seguimos luchando y hemos pedido al gobierno federal que introduzca enmiendas a la ley para permitir a los centros de cuidados paliativos como el nuestro seguir abiertos. En nuestra provincia hay refugios para animales no kill, donde está prohibido matarlos. ¿Por qué no pueden tener también las personas un centro no kill en el que puedan entrar sabiendo que no acabarán siendo asesinadas?”.
A esto nos vamos con la ideología de género, a que los animales estén más protegidos y tengan más derechos que los seres humanos.
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