Lo de París, como el resto de la cultura oficial, y lo de sus paraliturgias paganas y anticrísticas es ya pasado, un absurdo y un sinsentido que sólo expresa no ya la crisis y decadencia de Occidente sino su decrepitud, anuncio de su cercana muerte.
Su ceremonia de inauguración con la cabeza del becerro de oro, un caballero a caballo representando a la muerte y una parodia drag queen de Jesucristo en la ÚItima Cena no forman parte de una representación ni de una performance pintoresca, sino un rito cúltico del satanismo contemporáneo.
¿Qué tienen que ver estas imágenes y su contenido que desprecia lo santo, entroniza e invita a la idolatría e insulta a los cristianos, a la religión y a la raíces culturales de Europa y de Occidente, con las Olimpiadas o con la amistad entre los hombres y los pueblos?
Esta inauguración ha sido diseñada para escenificar icónicamente quién manda en este mundo, para normalizar la blasfemia y explicitar la idolatría.
¿Libertad para insultar y pisotear las raíces cristianas de Europa?
¿Igualdad para hacer a todos cómplices de su aquelarre irreverente?
¿Fraternidad en el desprecio del otro y de sus convicciones más profundas?
Occidente como lo hemos conocido está dando sus últimos estertores.
Dejemos a los muertos que entierren a los muertos. Estamos en su final.
Frente a este Imperio que, como el romano, se desmorona en su paganismo e inmoralidad, nuestra Madre del Cielo, el Inmaculado Corazón de María, representa el Reino nuevo que viene, el triunfo de la verdad y del amor, la victoria de la belleza que salva.
Este nuevo comienzo está llegando y cada vez está más cerca. ¿No lo veis?
Ya no tengo ojos para ver tanto despropósito, tanta corrupción y tanto mal. Me he declarado insumiso. No quiero permitir más que intoxiquen mi mente y mi corazón. Llamemos a todos los cristianos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a esta insumisión cultural, a esta resistencia numantina. Nos negamos a comprar vuestra bazofia ¿cutural?
Así mantendremos nuestra mirada limpia, nuestros corazones puros y nuestra alegría y nuestra paz serenas.
¡Comencemos ya!