Este verano acudí en varias ocasiones a casa de Lidia Falcón, la vieja luchadora feminista, para que me hablase de la escritora catalana Ana María Martínez Sagi, a quien conoció allá por los años setenta. Pero, por supuesto, después de rememorar a Sagi, Lidia Falcón siguió hablando de todo lo divino y lo humano, disputando conmigo con ardor de todas las cuestiones que nos separan. En ella descubrí a una mujer acérrima, dispuesta a batallar por sus ideas hasta el último aliento, que enseguida despertó en mí la admiración que siempre me despiertan los rojazos contra viento y marea, tan diversos de esa izquierda caniche que se guía por asesores de imagen y conveniencias de mercado.
Lidia Falcón ha estado en la cárcel y ha arriesgado su peculio por defender sus ideas, no como tantos aprovechateguis del feminismo a la violeta, que se suben ahora al carro para chupar del bote. Por eso me han indignado sobremanera los vituperios y calumnias que sobre ella han escupido todos los colectivos penevulvares de la izquierda caniche, que bajo su griterío aturdidor y bilioso esconden su complicidad con la ingeniería social neocapitalista, cuyo fin último es convertir los cuerpos y las almas en bienes de consumo. Pues, como ya advirtiera Pier Paolo Pasolini hace cincuenta años, «la revolución neocapitalista se presenta taimadamente en compañía de las fuerzas que van hacia la izquierda»; y utiliza el caramelito de «una tan amplia como falsa tolerancia sexual» para someter aún más y de una manera más vil a los seres humanos.
Y por denunciar tal evidencia Lidia Falcón ha sido expuesta en la picota. En un comunicado del Partido Feminista de España que dirige, Lidia Falcón denunciaba «diversas estrategias organizadas por el lobby gay y sus acólitos, dirigidas a imponer en la sociedad el discurso queer, con las consecuencias nefastas de lograr la legalización de los vientres de alquiler, la aceptación de que los menores que se declaran transexuales puedan proceder a tratamientos médicos y quirúrgicos para cambiar de sexo, y la invisibilidad de la mujer como categoría». El comunicado prosigue denunciando que detrás de este nuevo discurso se halla la pretensión de negar la dualidad hombre/mujer afirmando «que solamente existen sujetos que pueden cambiar de una conducta y una apariencia masculina a otras femeninas, indistintamente»; y advierte de las «consecuencias nefastas» de una ideología que «trata el género como una categoría aparte de la mujer, desexualizando a los seres humanos». Entre las consecuencias nefastas de la asunción de este discurso, el comunicado cita la legalización de los vientres de alquiler, y añade sin ambages que algunos homosexuales «tienen como un objetivo importante poder alquiler úteros femeninos para producir niños o niñas que quieren conseguir para su propio disfrute como un objeto más que añadir a sus posesiones». También cita entre esas consecuencias nefastas la posibilidad de que los niños puedan ser sometidos a terapias para cambiar su apariencia corporal. Y, por supuesto, «convertir a las mujeres en seres prescindibles, excepto para la procreación» al servicio de padres de alquiler. Concluyendo que el Partido Feminista de España se opondrá a todos los proyectos legislativos que amparen tales calamidades.
Alguien dijo en cierta ocasión: «Os aseguro que, si estos callan, gritarán las piedras». Ha tenido que ser Lidia Falcón la que venga a gritar las verdades antropológicas que muchos callan, por miedo a convertirse en apestados. Ahora, querida Lidia, que tantos de los tuyos (que tendrían que besar el suelo que pisas) te estigmatizan, quiero rendir homenaje de admiración a tu nobleza de vieja luchadora.
Publicado en ABC.