Las protestas de los mineros del carbón asturianos y leoneses que estamos viendo estos días contra los “recortes” impuestos por el Gobierno, me traen a la memoria los terribles sucesos de la Revolución de Asturias de octubre de 1934, que condensé en mi libro “El caos de la II República” (Libros Libres, 2006). También ahora, los mineros del carbón, declarados en huelga, emplean métodos violentos, como barricadas, cortes de carreteras y resistencia y hostigamiento a las fuerzas públicas con lanzacohetes de fabricación casera. Hoy, como ayer, con el SOMA-UGT-PSOE al mando o detrás de la revuelta y la adhesión de otras fuerzas anti-Gobierno como comunistas, cenetistas y, entonces, el minúsculo BOC (Bloque Obrero y Campesino), de orientación troskista. Este conglomerado de fuerzas revolucionarias constituyó la UHP (Unión de Hermanos Proletarios) que tanto juego daría en la guerra civil al bando frentepopulista.
Desde luego, las violencias actuales de los mineros del carbón no pasan de ser enfados con cohetería festiva en comparación con el nivel de ferocidad de la revolución de octubre de 1934, pero tienen cierto resabio o recuerdo nostálgico de aquella época. En las cuencas mineras astur-leonesas, que yo visitaba con frecuencia en mi época de activista sindical, se guarda en el corazón de sus gentes una cierta mística de aquellos episodios –crueles y sanguinarios-, recordados como hechos heroicos del “pueblo alzado en armas”. Algo así como una reedición del Dos de Mayo, pero en versión proletaria, pese a que los mineros asturianos eran los asalariados mejor pagados de España, gracias al subvencionismo estatal, ya entonces.
La minería del carbón española es inviable. Por muchas subvenciones que se le inyecten, no tiene futuro. Es imposible competir en calidad y precio con el carbón polaco o el sudafricano, este último con sus minas a cielo abierto. España no puede permitirse el lujo, y menos ahora con la que está cayendo, de gastar sus escasos recursos en sectores crónicamente ruinosos, por mucho que lo predique ese cura demagogo y teleadicto, el padre Ángel García, fundador de Mensajeros de la Paz.
Claro que, a los que no sufrimos directamente el problema, sino que vemos los toros desde la barrera, nos resulta fácil gritarle al torero que se arrime más a un morlaco con peores intenciones que el Chato Cuqueta de Cullera, como decía mi madre cuando yo era niño. Sin embargo, por más dinero que se meta en un sector enfermo crónico de silicosis económica, que aguanta a base de la morfina de las subvenciones y la respiración asistida que pagamos todos los españoles, no tiene remedio. Tarde o temprano acabará en los tanatorios de las cuencas mineras. Ninguna industria siempre deficitaria puede subsistir indefinidamente. Los tiempos de la ruinosa autarquía del INI dirigido por Juan Antonio Suanzes, pasaron gracias a Dios a mejor vida. También la minería del carbón se halla enferma de muerte. Dejémosla que se muera de una vez. ¿Qué puede hacerse para que Asturias no se muera también junto a sus minas? ¿Por qué no preguntan a ese economista sabio y asturiano, el profesor Juan Velarde? Seguro que sabe qué hacer y cómo hacerlo, aunque resulte duro, para reciclar la economía asturiana, y, con ella, al mismo Principado. Preguntar a don Juan Velarde sería mucho acertado que a ningún cura exhibicionista y ayuno de ciencia económica. La Economía productiva, única realmente efectiva, no es asunto de milagreros, sino de mucho realismo y esfuerzo.