Sigue sin detenerse la fuga de documentos reservados del Vaticano. Y nadie puede prever cuánto durará.

Ciertamente la masa de documentos escapados es notable y parece referirse casi exclusivamente a las cartas conservadas en el Palacio Apostólico, el corazón de la curia romana, el edificio con fachada a la plaza San Pedro en el que vive Benedicto XVI con su secretario particular Georg Gänswein, en el cual la secretaría de Estado tiene sus oficinas y en el que el secretario de Estado Tarcisio Bertone tiene su habitación y su estudio.

Hasta el día de hoy, de hecho, casi ninguno de los documentos publicados por oleadas parece haberse escapado directamente de otros dicasterios u oficinas de la Santa Sede. Casi siempre las cartas dirigidas a estas oficinas terminan en manos del público apenas después de haber pasado por el Palacio Apostólico.

Hasta ahora el único con indicios de haber sustraído documentos es el ayudante de cámara del Papa, Paolo Gabriele, que ciertamente podría haber accedido a una parte de la documentación publicada, pero no toda.

Falta verificar los motivos que habrían empujado a quienes robaron los documentos a realizar tal acción: dinero, voluntad de poner las cosas en orden u otro motivo. Y no se sabe si detrás de esta operación haya un plan único o alguien que dirija todo ocultamente.

Respecto a esto, lo que ocurre tras la escena de primer plano se plantea con la ligereza de lo que es aparente y carente de hechos verificables. Hay quienes fabulan un complot "de la derecha" para provocar la dimisión de un Papa considerado demasiado débil. Y están quienes creen que una consecuencia de esta decadencia institucional sea el retraso de la reintegración de los lefebvrianos a la Iglesia católica, evento detestable para los grupos progresistas del mundo eclesial.

Mientras continúan las investigaciones en el Vaticano - por la comisión investigadora cardenalicia y la magistratura del Estado de la Ciudad del Vaticano - el único dato cierto son las cartas hechas públicas hasta hoy, cuya autenticidad no ha sido desmentida.

Algunas de estas cartas han tenido un ruidoso rebote periodístico por parte de aquellos que las han recibido y publicado, poco expertos de cuestiones vaticanas y por lo tanto no siempre capaces de valorarlas en su significado pleno.

En cambio, de las cartas extraídas, no han tenido resonancia en los medios los documentos referentes a dos realidades de primer orden en la Iglesia católica, una antigua y una nueva: la Compañía de Jesús y la Comunidad de San Egidio.

SAN EGIDIO
De la Comunidad de San Egidio – la llamada "ONU del Trastevere" – se sabe que realiza una actividad diplomática "paralela" que los episcopados locales aprecian poco y que la Santa Sede siempre ha considerado más un obstáculo que un recurso. Así como sucede para el diálogo interreligioso promovido por la comunidad, compitiendo con el dicasterio vaticano al que le corresponde dicha tarea.

Una prueba evidente de la irritación que suscita este activismo de la comunidad fundada por Andrea Riccardi - que hoy es también ministro del gobierno italiano - la da uno de los documentos vaticanos que hoy son públicos.

Se trata de un cablegrama cifrado enviado por la nunciatura apostólica de Washington a la secretaria de Estado vaticana, el 3 de noviembre del 2011.

En él se informa el parecer contrario del cardenal de Chicago, Francis E. George, a la intención de la Comunidad de San Egidio de conferir un honor al gobernador de Illinois, el católico Pat Quinn, por haber firmado la ley con la que este Estado abolió la pena de muerte.

El cardenal define "inoportuno" conferir ese premio honorífico ya que - explica - el mismo Quinn promovió la ley del matrimonio homosexual, está a favor del aborto libre y ha excluido de facto a las instituciones eclesiales de las adopciones de menores, al no exonerarlas de la obligación de dar los niños también a las parejas gay.

George conoce bien no sólo a los políticos de su Estado, sino también a San Egidio, en cuanto cardenal titular de la Iglesia romana de San Bartolomé en la Isla Tiberina, confiada a la Comunidad.

Y la nunciatura apostólica en Washington ha tomado muy en serio sus observaciones. Las ha hecho propias y las ha trasmitido a Roma, en el cablegrama firmado por su consejero, monseñor Jean-François Lantheaume.

Por duplicado parece haber sido eficaz. En efecto, no ha habido noticias de que se le haya conferido el premio honorífico al gobernador Quinn.

LOS JESUITAS
El otro interesante documento sustraído a la Santa Sede que no ha sido resaltado por los medios - con excepción de los Países Bajos - es la carta de acompañamiento con la que el general de los jesuitas Adolfo Nicolás ha hecho llegar a Benedicto XVI con una misiva escrita por una pareja holandesa muy acaudalada, los esposos Hubert e Aldegonde Brenninkmeijer.

El sucesor de San Ignacio, después de haber recordado que los dos son antiguos y generosos benefactores de la Iglesia y de la Compañía de Jesús, no entra en el contenido de la carta de ellos sino que subraya que "comparte las preocupaciones" que han querido manifestar directamente al Papa.

La carta del padre Nicolás, en italiano, ha sido hecha pública en fotocopia. En cambio la de los esposos no; de ella sólo se ha difundido solamente una traducción, en un italiano un poco incierto.

Con todo, el contenido de la carta claro. Esta es un duro acto de acusación contra la curia vaticana y la jerarquía católica en general. Los ricos cónyuges Brenninkmeijer denuncian que el dinero juega un rol central en diferentes oficinas de la curia, en algunas diócesis europeas y en el patriarcado de Jerusalén. Acusan al pontificio consejo para la familia de servirse de colaboradores demasiado ingenuos y acríticos, en vez de emplear personajes que puedan y quieran actuar en el sentido del "aggiornamento" del Vaticano II. Insinúan que en el círculo más estrecho en torno al Papa si ha acumulado de modo visible y tangible una cantidad considerable de poder, agregando que poseen pruebas escritas sosteniendo lo que denuncias.

Los Brenninkmeijer no acusan a nadie por nombre, excepto en un caso. Después de haber sostenido que en Europa aumentan los creyentes instruidos que se separan de la Iglesia jerárquica - según ellos - sin abandonar la fe, y luego de haber lamentado la falta de pastores "no fundamentalistas" que sepan guiar la grey con criterios modernos, los dos cónyuges manifiestan al Papa su desaliento no sólo de ellos sino de muchos laicos, sacerdotes, religiosos y obispos por el nombramiento del nuevo obispo de Utrecht, Jacobus Eijk.

Esto si es ley en ambos documentos. Pero ninguno ha hecho notar lo que ocurrió luego de la llegada de estas cartas.

Willem Jacobus Eijk, 59 años, culto pero "conservador" tanto en el campo teológico-litúrgico como en el campo de la moral, fue nombrado arzobispo de Utrecht por Benedicto XVI en diciembre del 2007. La carta del padre Nicolás llegó al Vaticano el 12 de diciembre del 2011 y fue, como se lee en la fotocopia difundida, vista y marcada con siglas por el Papa el 14 de diciembre del 2011.

Y bien, precisamente en aquellos días se estaba completando la lista de cardenales que serían creados en el consistorio anunciado luego el 6 de enero del 2012. Y entre los naturales candidatos a la púrpura estaba precisamente monseñor Eijk, dado que Utrecht es una sede de consolidada tradición cardenalicia y su predecesor Adrianus Simonis ya había cumplido 80 años.

El 6 de enero de este año, en efecto, el nombre de Eijk fue incluido entre los eclesiásticos que en el consistorio del 19 de febrero recibieron la birreta, convirtiéndose así en el tercer cardenal más joven del sacro colegio.

Las "preocupaciones" expresadas respecto a él por los adinerados esposos Brenninkmeijer y suscritas por el general de los jesuitas no parecen haber hecho mella en la convicción del Papa Joseph Ratzinger de haber escogido a la persona justa para la guía de la más importante diócesis de la Iglesia en Holanda.

Si acaso, parece haberla reforzado.