He aquí que desde hace días nos azotan con la polémica de la Iglesia y el IBI, suscitada por el PSOE. Vaya por delante que el Cardenal Rouco lo ha zanjado rápidamente: la Iglesia está dispuesta a pagar si se cambia la ley, o sea, si todos los exentos, (sindicatos, partidos políticos, fundaciones, etc.) pagan también. Lógico: cumpliremos la ley que esté vigente y sea justamente establecida, como siempre ha hecho la Iglesia a lo largo de la historia.
Pero resulta que la exención del IBI está amparada por la Ley de Mecenazgo, que afecta no solo a la Iglesia, sino a miles de instituciones; y por los acuerdos con la Santa Sede, como tienen otras confesiones religiosas. Por lo tanto, la polémica es absurda y aquí acabaría el asunto y el artículo... Pero hay algo más:
¿A qué obedece esta propuesta socialista? ¿Qué razón profunda hay detrás de esto? Pues creo que la misma que impulsaba a los fariseos que preguntaban a Jesús ¿Es lícito pagar tributo al César o no? (Mc.12,14): la justificación por la ley, ya sea romana o judía. Ellos no creían en el pago de tributos a los paganos. Tampoco en la verdadera ofrenda a Yahveh. Solo querían coger al Maestro de Nazaret en un renuncio, para poder prenderlo. Lo mismo que los laicistas y anticlericales de hoy, que no buscan la justicia verdadera, sino hacer daño a la Iglesia. Como dice muy conciliadoramente Mons. Sanz Montes, en artículo publicado aquí al lado, “solo puede responder a intereses que nada tienen que ver con el bien común”.
¿Porqué no piensan en devolver a la Iglesia todo lo que ella ha dado al Estado durante siglos? ¿Cuánto vale la conservación durante siglos de toda la cultura clásica? ¿Cuánto cuesta haber construido catedrales, universidades, alfabetizado a pueblos enteros? ¿Cómo se paga enseñar una moral de la se vive aún hoy? ¿En cuánto se valora la cantidad de enfermos y necesitados atendidos por la Iglesia? Esto no tiene precio.
La crisis económica es enorme, pero no se consigue nada con demagogia y yendo en contra de las instituciones que hacen de paraguas a esa misma crisis: la Iglesia y la familia.
Sin embargo, no quiero juzgar a estos laicistas. No pueden o no saben actuar de otra manera. La mentalidad farisaica y torticera hacia el prójimo invade hoy esta sociedad, tan falta de amor y justicia verdadera. También a mi y a ti nos llega profundamente este pecado, querido feligrés que aún me lees. Exigimos, por regla general, a los otros lo que no somos capaces de dar. También pasa en nuestras comunidades y familias. Somos exigentes, demagógicos, legalistas. Miramos la paja en el ojo ajeno. Creemos siempre que somos “los puros” (eso creo que significaba la palabra hebrea fariseo), los bienintencionados, los santos, y nos construimos a base de leyes, moralismos y hábitos aburguesados de vida. Experimentamos cierto regusto en decir al otro ¡¡PAGA!! Y de esto, con la mano en el corazón, tenemos todos experiencia.
La respuesta de Jesús, como la de la Iglesia ante el IBI, es sorprendente. Darle a Dios lo que es suyo. Todo lo contrario a un legalismo. Significa darle a Dios TODO. Esta respuesta sobrepasó a los judíos fariseos de entonces, lo mismo que sobrepasa hoy a los políticos. Lo mismo que nos sobrepasa a ti y a mi.