Ahora resultará que no descubrimos América, que no la incorporamos a la Civilización, que no la elevamos a Dios rescatándola de la invocación de la lluvia del hechicero danzando alrededor del fuego. Ahora resultará que no les alfabetizamos, y en español; o que el tam-tam percutido en piel seca de búfalo es lo mismo que el O virgo splendens del Libro Rojo de Montserrat. Ahora resultará que había que preservar los poblados indígenas en lugar de levantar Los Ángeles o Nueva York; y que sería mejor desplazarse a caballo montado a pelo que en ferrocarril o en avión.
Le llaman racista a Colón. ¿Cómo pueden llamarle racista a Colón? La Civilización alcanzó América y venció. Los católicos nos mezclamos con los indígenas; los puritanos, no. No hace falta comentar los resultados. Tal como sobre guerras ganadas se escribe la Historia, la Humanidad avanza por superación y sólo sobreviven los mejores. Colón fue el tipo de héroe que justifica a una nación.
Descubrimos América, sí, porque no existes en las afueras de la Civilización. Ayer como hoy, todo en las afueras languidece de miseria, de irrelevancia y superstición. Cíclicamente la izquierda acomplejada proyecta su resentimiento y su rabia contra las ideas fuertes que nos sustentan e insultar a Colón o a Churchill es una misma derrota y con la misma intención. Y aunque es tan grotesca que por sí sola se responde, luego aún nos gusta, para divertirnos, escribir artículos como éste que ahora escribo yo.
España es la luz de los siglos, la casa de la Fe, de largo el mejor país del mundo para comer y vivir. En algunos aspectos podríamos afinar bastante más, y a veces cuando veo a Pablo Iglesias pienso que es como si los chamanes nos hubieran descubierto a nosotros; qué horror. Pero este sentirnos culpables por todo es absurdo cuando tan a menudo hemos sido los arietes de la Historia, la primera piedra de la modernidad, la armada de Dios abriéndose paso entre brujos, caníbales, sarracenos y tantos otros deplorables modos que el Hombre ha tenido de ensayar su propia destrucción.
Somos el empuje del mundo nuevo y la metáfora de lo que permanece en la verdad, en la libertad y en el amor. «Adiós, España, tierra de María», se despidió Juan Pablo II la última vez que nos visitó. Somos la gran victoria civilizada y todo su esplendor.
Publicado en ABC.